A Rafael Castejón, postrado en su lecho del dolor, le hierve en las entrañas el mismo clamor de san Pablo: ¡Ay de mí si no evangelizara!, profundo anhelo por el que da la vida que le queda y que exprime con una fortaleza admirable.
Tiene 54 años, la inconfundible mirada de la inocencia, la esperanza en sus labios que apenas mueve, y una ausencia de derrota en su cuerpo inerte que sigue alimentando con su fe. La devastadora ELA (esclerosis lateral amiotrófica), que en dos largos años ha dado un vuelco capital a su existencia, no ha borrado de su semblante la certeza de que camina hacia una eternidad habitada por la Santísima Trinidad, María y José. Este “cirineo” que no se autocompadece, aunque a veces las lágrimas se deslicen por sus mejillas, cada día se despierta orando y despide la jornada del mismo modo. Fruto de su oración es la labor apostólica que realiza a diario para su Hermandad. Se ayuda del dispositivo de seguimiento visual Tobii que le permite manejar el ordenador con los ojos, único órgano en el que tiene movilidad, y así publica el evangelio, la Liturgia de las Horas y otras oraciones.
Pero rompiendo toda barrera, con el mismo sistema acaba de ofrecer un pregón de Semana Santa en Sevilla, su ciudad natal, que conmueve poderosamente. Es un ejemplo incuestionable para enfermos y sanos. Un testimonio que debería cubrir portadas de los medios de comunicación y llegar a todos los hogares en esta sociedad descreída. Nos rodean muchas personas quejumbrosas cuando hay tanto que agradecer. Con este pregón Rafael muestra la potentísima acción de Dios en el ser humano con el ser humano, que como dice Fernando Rielo, Fundador de los misioneros identes, se produce siempre que la persona en el ejercicio de su libertad lo desee, como le sucede a él. Y si ya tiene mérito escribir un pregón desde la salud, qué decir cuando se ha dictado con la retina y en medio de inmenso sufrimiento.
No se aprecia en el texto ni un ápice de sombra de desdicha. Sí un ramillete apretado de recuerdos de un hombre que antes de balbucear su primera palabra ya respiraba la fe amasada en su familia en la que nació y creció su ser católico. Una Virgen de gran belleza, bajo la advocación de la Anunciación, aglutinaba a los suyos en torno a Ella, a la que abrían el corazón. Esta imagen, titular de la parroquia del barrio sevillano de Juan XXIII, la donó su familia en 1973 cuando Rafael apenas tenía un año de vida. Y en este templo lo conocí hace unos años al estar regido por la comunidad de misioneros identes a la que pertenezco. Era entonces alto y espigado, elegante, de gran finura, educado, respetuoso; siempre saludaba con gran dulzura en el rostro. Nadie podía haber imaginado que en poco tiempo se convertiría en maestro del dolor. Ahora su cátedra, desde la que desgrana sus devociones abriendo para todos el corazón y el alma, le sirven para agradecer a Dios que le haya dado esa portentosa “herramienta” del sufrimiento porque con ella está mostrando cómo se vive ese misterio: abrazado a la cruz de Cristo; no hay forma más excelsa que unir sus padecimientos al Redentor, como él está haciendo. La Cruz es dadora de vida.
El pregón rezuma ternura y pasión por igual, un irrefrenable anhelo de lograr que los oyentes vuelvan su rostro al Sumo Hacedor. En sus versos apenas existen referencias al estado en el que se encuentra. Lo que oímos es la entraña misma de ese apóstol a quien preocupan los demás y no él. Por eso tienen esa fuerza; emanan de la oración continua, de una generosa y auténtica entrega. Es la voz de la vivencia, del penitente que reconoce donde está la Verdad, la Vida, el Camino, la suma unidad, la belleza…, y la expone con profundidad. No se pueden improvisar palabras, como las suyas, en las que sobreabunda la fe. Y eso demuestra que esa fe que manifiesta ya había madurado antes en él, que estaba preparado para afrontar la difícil asignatura de su vida que le llegó, como a tantos otros, de improviso, sin avisar. Así se truncan sueños y proyectos. Así se quiebra toda elección. La única posible es dejarse mecer en los brazos del Padre siempre misericordioso, dispuestos a asumir su voluntad. Este gran evangelizador lo experimenta en carne propia. Y lejos de hundirse en la adversidad, aunque tiene motivos más que suficientes, remonta el vuelo y se sitúa en otras regiones que no son de este mundo. Ese sacrificio vital que realiza impregna toda su reflexión.
De su mano recorremos Hermandades que han formado parte de su vida: San Roque, la Cena, la Trinidad, Pino Montano y la Anunciación, todas ellas con sus Cristos titulares y… ¡María! Siempre la Madre engarzando este sublime tributo al Amor de Rafael. En lo más recóndito de su ser está María Santísima del Amor, la Virgen de la Esperanza, la Virgen de los Dolores, la Virgen de Gracia y Esperanza, la Virgen del Subterráneo, la Esperanza Macarena, la Esperanza de Triana y la Virgen de la Anunciación de cuyo lado, como él dice, no se aparta. Él sabe que todo pasa, y detrás “viene la Esperanza”. En suma, el cielo abriéndose entre los párpados de un cofrade de ley en el que Dios ejecuta su milagro, en este preludio primaveral lleno de incienso y azahar que va perfumando las calles de Sevilla en las que él ha dejado ya el aroma de su fe.
Es inevitable emocionarse al escuchar cómo se dirige a la Virgen de la Esperanza de la Hermandad de la Trinidad elevando su súplica desgarrada, tras una confesión, casi la única licencia personal que se permite en su pregón: “…ahora que mi tiempo se acaba, te pido perdón y mi corazón te aclama, ¡llévame contigo, Madre!, que otro ángel te falta… mi padre, mi hermano, y este alma agonizada. Por eso, te rezo y te canto: ¡Avanza! ¡Reina de la gloria, tú eres mi Esperanza! ¡Reina por siempre, tú eres mi Esperanza!”.
¡Que Dios te bendiga, Rafael! Sabes que estás en nuestro corazón y en nuestra oración siempre. Te agradecemos tu esfuerzo y ardor apostólico. El testimonio indeleble de tu fe plasmado en este pregón perdurará siempre por ser una auténtica lección de vida cuajada de valentía y coraje junto a tu confianza en la divina Providencia. Sus frutos, donde Dios quiera que florezcan, son ya infrustrables.
Pueden oír el pregón en este enlace.
Isabel Orellana Vilches