Jaime Barón, Estudiante
El testimonio de Jaime Barón nos revela que ninguna vida está abocada a un final irremediablemente lóbrego por muy oscura y descorazonadora que pueda parecer su deriva. Esta historia es la de muchos jóvenes sin rumbo, perdidos en una maraña desenfrenada y sin horizonte a la vista. Todo se desarrolla según los parámetros previsibles hasta que se cruzan con la persona adecuada y tienen una experiencia que cambia sus vidas.
La timidez conduce a Jaime por un relato a ratos confuso que se torna pasión y enamoramiento de Dios cuando recuerda sus cuatro viajes a Calcuta, el primero de ellos durante un mes nada más estrenar la mayoría de edad. Como Dios a Moisés -«estaré en tu boca y te enseñaré lo que has de hablar»-, este joven amante de la lectura que no atisba motivo alguno para tener móvil o moverse por Internet, encuentra en cambio las palabras exactas a la hora de explicar la fuerte experiencia de Dios que tuvo junto a la comunidad de Misioneras de la Caridad: “por primera vez en la vida tenía paz”.
El sufrimiento extremo le condujo por un camino de discernimiento vocacional
“En Calcuta, durante los tres veranos que pasé allí, comprendí que hay un Dios que me quiere tal y como soy, en un momento en que yo no me amaba. Descubrí a Jesús en los pobres y en la Eucaristía”, añade. Su cuarta estancia en la India duró un año. Doce meses en los que el contacto con el sufrimiento extremo le condujo por un camino de discernimiento vocacional “lleno de paz, sintiendo la mano misericordiosa de Dios en una vida que cobraba sentido”.
En la actualidad se prepara para ser sacerdote en una de las ramas de la congregación fundada por Santa Teresa de Calcuta. Van a ser diez años intensos, que afronta con mucha alegría. Está convencido de que su sitio está junto a los más necesitados y -ya sí- comprende que su vida ha sido un trasiego más o menos desordenado que le ha conducido a “un Dios que está vivo, que por amor se hace Eucaristía, y que por amor sufre, sobre todo en los pobres”.
