Los diecisiete años son una edad compleja.
En esta etapa, en ocasiones ni tus padres te entienden, ni te entienden tus amigos y ni tú mismo te entiendes. Y tal vez sea porque es una fase en la que estamos estableciendo los fundamentos de nuestra personalidad, fraguando nuestro carácter y formando nuestro temperamento. Son años para aprender “con las orejas bien abiertas”, como decía un buen amigo. En esta tesitura se halla nuestro protagonista. A punto de cumplir los dieciocho y con una patología innominada, Héctor parece incapaz de escuchar o de aprender de sus errores. Internado en un centro de menores por delinquir, encuentra refugio en un inesperado amigo, un perro al que decide llamar Oveja. Pero un día Oveja no vuelve y Héctor decide ir en su búsqueda. Y es aquí cuando aparece Ismael, hermano mayor de Héctor. Si Héctor huye de un centro de menores, Ismael lo hace de su propia vida. Ambos se verán acompañados por su único familiar vivo, su moribunda abuela. Tres personajes que se embarcarán en una rocambolesca aventura, con momentos surrealistas y situaciones imposibles.
Esta podría ser la sinopsis de la historia que nos trae Netflix, escrita y dirigida por Daniel Sánchez Arévalo. Estrenada el pasado 4 de octubre en ocho salas de cines españolas, para cumplir con la normativa que permite la presencia de una película en los festivales, Netflix emitió “Diecisiete” en su plataforma a partir del 18 de octubre. En esta comedia con toques de drama se resalta la familia, el amor por los animales y un paisaje cántabro espectacular. Pero también destacan las actuaciones de los protagonistas. Por un lado, Biel Montoro borda la mirada esquiva, la pose calmada y la tormenta interior del protagonista. Nacho Sánchez clava el papel de hermano desesperado. Y Lola Cordón no te hace dudar un segundo de su frágil estado de salud y su recia compañía. Entre todos construyen un relato que discurre con buen ritmo y que contiene los habituales ingredientes que caracterizan al cine de buen rollo: diálogos sencillos con intenciones de cierta profundidad, y un tono entre divertido y dramático.
Una película con moraleja, pero moraleja de barrio, si se me permite la expresión. Es cierto que el lenguaje que emplean los protagonistas no es ejemplar, pero es el que usan los jóvenes. Teniendo esto en cuenta, “Diecisiete” puede ser una oportunidad para que los padres vean esta cinta junto a sus hijos adolescentes y reflexionen con ellos. No es una obra mayor, pero hace pensar. Un plus que no resulta fácil encontrar en el cine actual.
Guillermo De Lara