Diez palabras. Audiencia General 20 de junio de 2018

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Esta audiencia se desarrolla en dos sitios: nosotros, aquí, en la Plaza y en el Aula Pablo VI donde hay más de 200 enfermos que ven la audiencia gracias a una pantalla gigante. Todos juntos formamos una comunidad. Saludamos con un aplauso a los que están en el Aula.

El miércoles pasado comenzamos un nuevo ciclo de catequesis, sobre los mandamientos. Vimos que el Señor Jesús no vino a abolir la Ley sino a darle cumplimiento. Pero tendremos que entender mejor esta perspectiva.

En la Biblia, los mandamientos no viven por sí mismos, sino que son parte de un nexo, una relación. El Señor Jesús no vino a abolir la Ley sino a darle cumplimiento. Y existe esa relación, de la Alianza [1] entre Dios y su pueblo. Al comienzo del capítulo 20 del libro de Éxodo leemos – y esto es importante-: “Dios pronunció todas estas palabras”(v. 1).

Parece una apertura como cualquier otra, pero nada en la Biblia es trivial. El texto no dice “Dios pronunció estos mandamientos“, sino “estas palabras”. La tradición judía siempre llamará al Decálogo “las Diez Palabras”. Y el término “decálogo” significa precisamente esto [2]. Y, sin embargo, están en forma de leyes, son mandamientos objetivamente. ¿Por qué, entonces, el Autor sagrado usa, precisamente aquí, el término “diez palabras”? ¿Por qué? ¿Y no dice “diez mandamientos”?

¿Cuál es la diferencia entre un mandato y una palabra? El mandato es una comunicación que no requiere diálogo. La palabra, en cambio, es el medio esencial de la relación como diálogo. Dios Padre crea por medio de su palabra, y su Hijo es la Palabra hecha carne. El amor se alimenta de palabras, al igual que la educación o la colaboración. Dos personas que no se aman no logran comunicar. Cuando alguien habla a nuestro corazón, nuestra soledad termina. Recibe una palabra, hay comunicación y los mandamientos son palabra de Dios: Dios se comunica en estas diez Palabras y espera nuestra respuesta

Una cosa es recibir una orden, otra percibir que alguien intenta hablar con nosotros. Un diálogo es mucho más que la comunicación de una verdad. Yo puedo deciros: “Hoy es el último día de la primavera, cálida primavera, pero hoy es el último día”. Es una verdad, no un diálogo. Pero si os digo: “¿Qué pensáis de esta primavera?, abro un diálogo. Los mandamientos son un diálogo. La comunicación se realiza por el gusto de hablar y por el bien concreto que se comunica entre los que se aman por medio de las palabras. Es un bien que no consiste en cosas, sino en las personas mismas que mutuamente se dan en el diálogo “(ibíd., N. Evangelii gaudium, 142).

Pero esta diferencia no es algo artificial. Observemos lo que pasó al principio. El Tentador, el diablo,  quiere engañar al hombre y a la mujer sobre esta cuestión: quiere convencerlos de que Dios les ha prohibido comer los frutos del árbol del bien y del mal para mantenerlos sometidos. El desafío es efectivamente éste: La primera regla que Dios da al hombre, ¿es la imposición de un déspota que prohíbe y obliga?, o ¿la atención de un papá  que cuida de sus pequeños y los protege de la autodestrucción? ¿Es una palabra o es un mandato? La más trágica, entre las diversas mentiras que la serpiente le dice a Eva, es la sugerencia de una deidad envidiosa– “Pero, no, Dios tiene envidia de vosotros”- , de una deidad posesiva. “Dios no quiere que tengáis libertad”. Los hechos muestran dramáticamente que la serpiente mintió, dio a entender que una palabra de amor fuese un mandato. (véase Génesis 2: 16-17; 3.4-5).

El hombre se enfrenta a esta encrucijada: ¿Dios me impone cosas o me cuida? ¿Sus mandamientos son solo una ley o contienen una palabra para cuidarme? ¿Dios es patrón o padre? Dios es Padre: No lo olvidéis nunca. Incluso en las situaciones más difíciles, pensad que tenemos un Padre que nos quiere a todos. ¿Somos súbditos o hijos? Este combate, tanto dentro como fuera de nosotros, se presenta continuamente: Tenemos que elegir mil veces entre una mentalidad de esclavos y una mentalidad de hijos. El mandamiento es del patrón, la palabra es del Padre.

El Espíritu Santo es un Espíritu de hijos, es el Espíritu de Jesús Un espíritu de esclavos no puede por menos que aceptar la Ley de forma opresiva, y puede producir dos resultados opuestos: O  una vida de deberes y obligaciones, o una reacción violenta de rechazo Todo el cristianismo es el pasaje de la letra de la Ley al Espíritu que da vida (véase 2 Cor 3: 5-17). Jesús es la Palabra del Padre, no es la condena del Padre. Jesús vino a salvar, con su Palabra, no a condenarnos.

Se ve cuando un hombre o una mujer han vivido este pasaje o no. La gente se da cuenta de si un cristiano razona como un hijo o como un esclavo. Y nosotros mismos recordamos si nuestros educadores nos cuidaron como padres y madres, o si solo nos impusieron reglas. Los mandamientos son el camino hacia la libertad, porque son la palabra del Padre que nos hace libres en este camino.

El mundo no necesita legalismo, sino cuidados. Necesita cristianos con corazón de hijos. [3]Necesita cristianos con el corazón de hijos: no lo olvidéis.
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[1] El cap. 20 del libro de Éxodo está precedido por la oferta de la Alianza en el cap. 19, en el que es central el pronunciamiento: “Ahora, pues, si de veras escucháis mi voz y guardáis mi alianza, vosotros seréis mi propiedad personal entre todos los pueblos; porque mía es toda  la tierra. Seréis para mí un reino de sacerdotes y una nación santa “(Ex 19, 5-6). Esta terminología encuentra su síntesis emblemática en el Levítico 26:12: “Me pasearé en medio de  vosotros y seré para vosotros Dios y vosotros seréis para mí un pueblo” y  proseguirá hasta el nombre del Mesías predicho en Isaías 7:14 es decir Emmanuel, que llega en Mateo, ” Ved que  la virgen concebirá y dará a luz un hijo; y le pondrá por nombre Emmanuel, que traducido significa Dios con nosotros “(Mt 1,23). Todo esto indica la naturaleza esencialmente relacional de la fe hebrea y, en el más alto grado, de la fe cristiana.[2] Ver también Éxodo 34,28b: “Escribió en las tablas las palabras de la alianza, las diez palabras”.[3] Cf. Juan Pablo II, Cart. Enc. Veritatis splendor, 12: ” La entrega del Decálogo es promesa y signo de la alianza nueva, cuando la ley será escrita nuevamente y de modo definitivo en el corazón del hombre (cf. Jr 31, 31-34), para sustituir la ley del pecado, que había desfigurado aquel corazón (cf. Jr. 17, 1). Entonces será dado «un corazón nuevo» porque en él habitará «un espíritu nuevo», el Espíritu de Dios (cf. Ez 36, 24-28)

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