Ridley Scott ha dividido a la crítica con Todo el dinero del mundo, tristemente célebre por contar inicialmente con el actor Kevin Spacey, involucrado en un escándalo sexual. Cuando saltó la noticia, el octogenario director británico decidió prescindir de las escenas ya rodadas por Spacey y volver a filmarlas con Christopher Plummer. Una medida que debió costar su dinero a los productores, y a Scott algunos dolores de cabeza a la hora de recomponer el montaje.
A pesar de esas incidencias, pienso que Todo el dinero del mundo es un sólido thriller biográfico, con una esmerada puesta en escena, dos interpretaciones magníficas y una comprensible intención moralizante. Eso sí, un cierto recorte de los 132 minutos de metraje hubiese beneficiado la agilidad de la narración.
El guion de David Scarpa adapta un libro que John Pearson publicó en 1995 sobre el multimillonario John Paul Getty y sus herederos. El desencadenante del argumento es el sonado secuestro ocurrido en Roma en 1973 de uno de los nietos del magnate, Paolo (John Paul Getty III), de 16 años. Unos cuantos flashbacks ponen en antecedentes al espectador y funcionan también como presentación de los verdaderos antagonistas de la historia.
Porque, por encima del relato del secuestro y del comportamiento de los secuestradores, la película está planteada como un duelo entre un hombre patológicamente codicioso, John Paul Getty (Christopher Plummer), y Gail (Michelle Williams), su nuera y madre de Paolo: un enfrentamiento entre el amor de una madre que busca desesperadamente la liberación de su hijo y la frialdad de un personaje al que la obsesión por el dinero le ha convertido en un monstruo.
Como en todas las películas de Scott, la música tiene una presencia relevante que no es meramente enfática; y las voces operísticas que introduce el compositor Daniel Pemberton –estamos en la tierra de Verdi‑ refuerzan la resonancia visual de unas escenas muy bien fotografías por Dariusz Wolski.
Christopher Plummer ha sido nominado al Oscar por su excepcional interpretación y Michelle Williams, también soberbia, fue candidata al Globo de Oro. En cambio, Mark Walberg queda algo malparado en su desdibujado papel como ex agente de la CIA y hombre de confianza de Getty.
Hablaba más arriba de un cierto propósito moralizador de la película, que podría actuar como un recordatorio del poder corruptor de la codicia, capaz no solo de enturbiar las relaciones familiares sino también de sepultar nuestra propia humanidad. Ya lo advirtió hace muchos siglos Basilio el Grande: “El dinero es el estiércol del diablo”.
Juan Jesús de Cózar