Celebramos en estos días uno de los acontecimientos más hermosos para los cristianos: el Nacimiento del Niño Dios. Un milagro que brotó del inmenso amor del Padre y del Fiat de María, la “llena de gracia”, la elegida desde toda la eternidad para colmar los corazones de todos con la esperanza y la ternura. Belleza y poesía envuelven al Hijo de Dios en el santo Pesebre que tiende sus brazos al género humano inundándole de paz, de inocencia.
La Sagrada Familia nos invita a saborear el bien, el buen gusto, esa felicidad que no puede dar este mundo, rescatándonos de las alegrías artificiosamente creadas que agonizan como efímeras luces de neón. Hoy, más que nunca, precisamos este modelo de amor, de generosidad, de misericordia, ese canto a la vida que llena los recodos sombríos del alma. ¡Cuánta necesidad de dulzura existe en una sociedad herida por el desprecio, la violencia, la desesperanza…! Estos días de gozo compartido invitan a la oración porque nos ha nacido el Salvador. ¿Hay algo más grande que eso?
No faltan en este tiempo modernos pastores que ofrendan lo mejor que poseen, se alborozan frente al Portal, prorrumpen en un sonoro aleluya porque hemos sido elegidos, en medio de nuestra pequeñez, para contemplar la gloria. Demos gracias a Dios que cuenta con nosotros; agradezcamos la fe que hemos recibido y dispongámonos a vivir con espíritu renovado esta Pascua de Navidad que cada uno podemos engalanar dando a los demás lo mejor de nosotros mismos. Muchas felicidades para todos.
Isabel Orellana Vilches