A continuación ofrecemos una serie de meditaciones semanales tituladas “Cuaderno de vida y oración” a cargo del sacerdote diocesano Carlos Carrasco Schlatter, autor del libro “Las conversaciones que tenemos pendientes”.
Llevar la vida a la oración
Qué difícil se hace muchas veces perseverar allí donde no encuentras recompensa. Son muchas las ocasiones en que nos paramos a pensar si nos merecerá la pena tal o cual esfuerzo, tal o cual entrega, ese u otro sacrificio, y por supuesto no por lo que hay que hacer sino más bien por quien hay que hacerlo.
¿Existen personas malas? En multitud de momentos llegas a pensar de que de esa persona no puede salir nada bueno, puede incluso haber ocasiones en que llegues a decir que de esa familia no puedo salir nada bueno. Hasta por desgracia puedes llegar a escucharlo de alguien respecto de su pareja. ¿Cómo se puede vivir con el corazón tan roto que no veas más allá del rencor que acumulas?
Por desgracia, y a la vez por suerte, los hombres no tenemos todas las respuestas, o más bien las tenemos pero no podemos ponerlas en común pues a veces incluso ni sabemos que las tenemos, ya que no sabemos que esas actitudes generaron algún tipo de problema. Todo llega a un punto en el que se muestra tan relativo, que acabas por adoptar que la única opinión válida es la tuya, y que no vas a aceptar que nadie te diga qué pensar y más aún qué hacer.
Ante esta realidad, el hombre se enfrenta a la encrucijada que nos define Ramón Campoamor en sus versos de “las dos linternas”, todo es según el color del cristal con que se mira, o parafraseándole “todo es según el dolor del corazón con que se mira”.
Qué difícil es mirar más allá del dolor, y a la vez qué fácil es mirar cuando hay un más allá del amor con que mirar.
Encuentro con Dios
Encontrar a Dios cuando estamos sufriendo es de las cosas más complicadas, le pedimos sí, le rogamos también, le suplicamos por supuesto, pero encontrarlo no es tan fácil como quisiéramos.
El dolor nos hace sentirnos solos, nos hace mirarnos a nosotros mismos y como mucho si lo llevamos en silencio somos capaces de participar de otras personas. Pero es inevitable que cuando estamos dañados por el mal, se hace muy complicado encontrar el bien.
¿Señor entonces qué puedo hacer cuando sufro tanto?
Parece que las palabras del Señor más sencillas no pueden ser: “Sencillamente cúrate, ¿qué sino vas a poder hacer?”.
Levántate y anda, tu fe te ha salvado. Y es que la curación del mal no puede estar nunca en el otro, debe estar siempre en nosotros. El otro podrá contribuir a sufrir más o menos, pero de ningún modo curará algo que está en ti. Por eso primero cura tu mal. Pon un poco de alcohol en la herida aunque te duela, tienes que aceptar que en la vida hay sufrimientos que son inevitables y no por ello son malos. Ponte vendas y ungüentos, la oración y el cariño son el mejor tratamiento. Aprende a restablecer la confianza en los demás, como si fuera una lesión de los músculos del corazón y tuvieras que hacer rehabilitación.
Pero no olvides coger tu camilla, y es que ninguno estamos exentos de devolver mal por mal, o sencillamente de obrar mal sin querer. Y es que “el que esté libre de pecado que tire la primera piedra”, por lo que mejor ser buena persona todo el tiempo que esté en tu mano, para que cuando se te escape hacer algo malo los demás tengan argumentos sobrados para perdonarte y aún más para que les siga mereciendo la pena estar a tu lado.
Dios no estará en el mal, estará siempre en el bien y el amor con el que miras las cosas y las personas.
A la luz de la Palabra Jn 8, 1-11
Nos encontramos nuevamente con un evangelio en el que sitúan a Jesús frente a las leyes de Moisés y de la tradición, es constante entre los judíos más legalistas no tratar de argumentar en contra de los argumentos de Jesús sino simplemente deslegitimarle con sus incumplimientos de la ley.
Jesús en cambio calla y lleva a cabo su misión. Un ejemplo es esta escena en la que sencillamente se pone a escribir en el suelo. Es posible que escribiera una lista de pecados de los que estaban presentes, que argumentara con la propia ley escrita buscando mostrarles lo duro de su corazón, o que sencillamente pusiese los nombres de quienes estaban tan dispuestos a apedrear a esa mujer sin antes mirarse a ellos mismos.
Lo cierto es que Dios ve en lo secreto (Mt 6,6) de nuestro corazón, Él sabe perfectamente cuales han sido nuestros fallos y nuestros aciertos, cuales nuestros verdaderos esfuerzos y cuales nuestras malas actitudes. Ante Él no podemos ni necesitamos justificarnos, las justificaciones son solo para nosotros mismos que desperdiciamos esfuerzos que nos vendrían bien en el cumplimiento de nuestra misión intentando excusarnos de nuestra falta de compromiso.
Podemos engañarnos todo lo que queramos pensando que otros son peores, o que otros hacen menos que nosotros. Podemos argumentar y calibrar nuestros esfuerzos excusándonos en todo lo que ya llevamos realizado. Pero por mucho que hagamos al único que engañamos es a nuestro corazón, al final “nada hay escondido que no llegue a saberse” (Mt 10, 26).
Por todo ello, ¿No deberíamos pensar más en lo que podemos hacer y cómo hacerlo mejor, que no en los errores de los demás y sus fallos?
Quizás parte del mal de otros es por culpa de nuestra falta de compromiso de amarles como Dios nos ama.
Llevar la oración a la vida
Dios es la esperanza que alumbra mi camino, Dios es la bebida que calma la sed, Dios es la alegría que invade mi alma, Dios es la ventana de un nuevo amanecer.
Dios es culmen y destino, Dios es principio y es final, Dios es sendero del peregrino, Dios es testigo de la Verdad.
Dios es todo lo que ansío, Dios es el fondo del pozo que hay en mí, Dios es la imagen que refleja un amigo, Dios es todo esto a la vez.
Por más que nos excusemos y justifiquemos, por más razonable que sea nuestro parecer, lo único cierto y verdadero, es que lo puedo si estoy en Él.
Por más que huyamos y evitemos, por más que nos desprendamos de los tóxicos, por más que eliminemos los que nos hacen daño, la felicidad no está en no sufrir sino en alcanzar todo lo que podemos ser.
Por más que alcancemos privilegios y títulos, por más que el reconocimiento de otros nos acompañe, por más que engañemos a quien queramos, tu almohada bien sabe todo lo que de verdad es.
Por más que escalemos montañas, o naveguemos a los confines del mundo, por más que hagamos miles de viajes por la tierra, por más que bebamos y comamos, siempre habrá tardes de domingo a la luz de la noche en que a nadie engañemos y vuelva a nosotros la verdad.
Por más que seamos torpes, y nos equivoquemos, por más que tropecemos una y otra vez, por más desastre que sea nuestro camino, y nuestra historia sea vergonzosa, por más que así sea… Dios siempre estará esperándote si quieres volver.
No dejes que nada ni nadie te impida crecer, pero no olvides que no podrás hacerlo si por el camino solo dejas cadáveres en vez del sendero de un nuevo amanecer.