El pasado 3 de diciembre celebramos el “Día Internacional de las personas con Discapacidad”. Cuanto me gustaría que llegase el momento en el cual no tuviésemos que celebrar ni recordar este día. Señal de que habríamos pasado de hablar de ellos, para hablar de nosotros. Todos juntos caminando en esta nuestra Iglesia. Me imagino ese día en el que, una persona sorda leerá en una Eucaristía porque tendrá el apoyo de un intérprete en lengua de signos. Las personas con discapacidad física llevarían las ofrendas porque habrá suficiente espacio para su silla de ruedas (que son sus pies). Una persona con discapacidad intelectual comprendería el Evangelio porque estaría en lectura fácil, y esta misma persona podría dar su opinión en cualquier reunión de la comunidad, porque le daríamos el tiempo necesario para que responda y el valor a esa respuesta porque es un miembro más de nuestra comunidad.
Jesús predicaba para todos, y escuchaba cuando le llamaban, ayudó a sordos, ciegos, paralíticos, epilépticos, leprosos. Él era todo con y para todos. No hizo diferencias, acogió, perdonó e incluyó a todos en su entorno.
Las personas con discapacidad necesitan y desean estar incluidos en su entorno, que se les faciliten los apoyos que necesitan para ser uno más en su casa que es la Iglesia. Aceptemos la diversidad que somos todos, porque ello nos enriquecerá y nos abrirá a mundos nuevos y nuestro corazón verá más allá de las apariencias, y el amor se hará realidad en el otro. Con ello facilitaremos el encuentro con Cristo y nuestra Iglesia será más fuerte y sólida.
María de la Peña Madrid, colaboradora de la Pastoral del Sordo y del Área de la Discapacidad de la Delegación de Catequesis