Domingo 4º de Pascua (B)

Lectura del santo evangelio según san Juan (10,11-18):

En aquel tiempo dijo Jesús: «Yo soy el buen Pastor. El buen pastor da la vida por las ovejas; el asalariado, que no es pastor ni dueño de las ovejas, ve venir al lobo, abandona las ovejas y huye; y el lobo hace estragos y las dispersa; y es que a un asalariado no le importan las ovejas. Yo soy el buen Pastor, que conozco a las mías y las mías me conocen, igual que el Padre me conoce y yo conozco al Padre; yo doy mi vida por las ovejas. Tengo, además, otras ovejas que no son de este redil; también a ésas las tengo que traer, y escucharán mi voz, y habrá un solo rebaño, un solo Pastor. Por esto me ama el Padre, porque yo entrego mi vida para poder recuperarla. Nadie me la quita, sino que yo la entrego libremente. Tengo poder para entregarla y tengo poder para recuperarla: este mandato he recibido de mi Padre.»

Comentario

Motivos de escándalo

A veces, por la fuerza de la costumbre y la rutina, nos acostumbramos a las propuestas y las verdades del Evangelio, y no nos admiramos de lo que fue, cuando se pronunciaron, motivo de escándalo.

Leemos cómo Pedro, el discípulo cobarde que negó hasta tres veces a su Maestro, llama “asesinos” a los habitantes de Jerusalén por haber pedido su crucifixión; y nos parece algo natural, cuando aquel hombre se estaba jugando, literalmente, la vida. Y seguimos leyendo cómo quienes le escuchaban en vez de defender con virulencia su honor aceptan la acusación y piden el bautismo, y no nos llama sobremanera la atención.

Aceptamos, sin pestañear, que a nosotros, animales a veces racionales, llenos de imperfecciones y limitaciones, que caemos constantemente en el egoísmo y en el pecado, se nos llame hijos de Dios y se afirme que realmente lo somos; y no se conmociona nuestro ser, por la sorpresa y la alegría.

Escuchamos narrar que un pastor se enfrentó a los lobos por defender a las ovejas de su rebaño, y que en ese enfrentamiento perdió voluntariamente la vida por salvarlas; y nos explican que ese pastor es Jesucristo y que por quien entrega la vida es por nosotros; y, de nuevo, nos parece todo esto lo más natural del mundo.

La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular. El amor sin límites, nuestra salvación. Danos, Señor, la capacidad de sorprendernos, de admirarnos, de sobrecogernos ante la inmensidad de tu amor por nosotros.

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