Lectura del santo evangelio según san Marcos (6,1-6):
En aquel tiempo, fue Jesús a su pueblo en compañía de sus discípulos.
Cuando llegó el sábado, empezó a enseñar en la sinagoga; la multitud que lo oía se preguntaba asombrada: «¿De dónde saca todo eso? ¿Qué sabiduría es ésa que le han enseñado? ¿Y esos milagros de sus manos? ¿No es éste el carpintero, el hijo de María, hermano de Santiago y José y Judas y Simón? Y sus hermanas ¿no viven con nosotros aquí?»
Y esto les resultaba escandaloso.
Jesús les decía: «No desprecian a un profeta más que en su tierra, entre sus parientes y en su casa.»
No pudo hacer allí ningún milagro, sólo curó algunos enfermos imponiéndoles las manos. Y se extrañó de su falta de fe. Y recorría los pueblos de alrededor enseñando.
Comentario
Fecunda humildad
Quisiéramos, a veces, más evidencias que la del cielo estrellado allá en lo alto y la clara conciencia de nuestra dignidad como personas en el fondo de nuestro corazón. Quisiéramos más evidencias, pero pocas veces se nos dan. Al Señor del cielo y de la tierra, al que nos creó a las personas a su imagen y semejanza, le gusta guardar silencio. Gritamos, a veces, de indignación ante la injusticia con nombres y rostros que sentimos cercanos aunque nos separe la raza y la distancia. Gritamos ante la injusticia de los abusos, del hambre, del comercio de armas, de la violación de los derechos de la mujer, del asesinato institucional de tantos jóvenes del Sahel. Gritamos de injusticia y, muchas veces sólo encontramos como respuesta el silencio.
El silencio de Dios es el espacio de nuestra libertad. Libres para acoger y creer; libres para responder a la luz con que se manifiesta la humanidad verdadera; libres para trascender hacia su inmensidad. El silencio de Dios nos permite, nos invita, nos obliga a crecer, a ser peregrinos de nuestra propia vida.
El evangelio de este domingo nos muestra la humildad de Dios encarnada en Jesús, su Hijo. Su humildad hizo que muchos lo rechazaran, los que no querían ir más allá de su ideología y obsesiones. Su humildad hace que muchos más nos preguntemos cómo tenemos que vivir con autenticidad nuestra fe. “Señor, que el testimonio de tu vida aliente nuestro compromiso y nuestra confianza. En el silencio, siempre estás tú; incluso acogiendo a aquellos para los que no hubo brazos que los sostuvieran”.