Señor, al comenzar esta Cuaresma
te pedimos que nos des un corazón puro,
una gran paz interior,
una gran claridad sobre el gran horizonte
que se nos abre en este tiempo santo,
sobre lo que tú quieres que vivamos en nuestras familias,
en nuestras comunidades, en nuestras parroquias.
Tú estás oculto en medio de nosotros haciendo tu obra,
aún allí donde hay indiferencia,
en esta civilización que camina velozmente,
en la que todo es de afán y nos somete a situaciones de tensión.
Señor, que podamos tener una mirada pacífica y profunda
sobre lo que tenemos que hacer en estos días
y haz que todos podamos ver tu rostro
en todas las situaciones complejas y difíciles
de nuestra historia personal y comunitaria.
Te damos las gracias, Señor, por que ahora tenemos la oportunidad
de encontrarnos contigo en la calma de la oración,
en el sacrificio del silencio,
en la humildad de la adoración.
Que podamos dilatar nuestro corazón
de manera que podamos recibir los dones de la Cuaresma.
Y si no somos capaces de hacerlo por nosotros mismos,
hazlo tú Señor:
abrenos a la voz y a la acción purificadora
de tu Espíritu que nos llama a la conversión,
de manera que podamos entrar una vez más
en ese camino de transformación cristiana,
interior, actual, discreta, sencilla,
que se expresa en cada signo de la Cuaresma.
Te pedimos de manera especial
que podamos comprender tus hermosas palabras
del primer día de la Cuaresma,
el que marcamos con el signo de la ceniza,
cuando tú nos dijiste que tu Padre conoce lo secreto.
Este secreto nuestro que no es más que la rutina de lo cotidiano,
rutina que banaliza las cosas importantes,
que tapa los momentos heroicos de la vida,
Pero que por otra parte contiene la clave de la santidad humilde,
en la jornada de trabajo que estamos a punto de comenzar,
en la vida comunitaria que nos sostiene,
así como en la vida familiar donde vivimos tantas alegrías y tantas pruebas,
también en la vida de la parroquia, tan importante para nuestra vida cristiana;
y aún en el día de descanso,
que ojalá tengamos la oportunidad de disfrutar.
Sí, Jesús, pero también más allá
o más adentro de los aspectos ruidosos
que nos envuelven en cada jornada
está el secreto de lo oculto cotidiano,
en el cual habita el Padre.
Qué hermoso, Señor,
poder descubrir la presencia del Padre
en lo más profundo de nuestro ser,
así como la descubrió María en su hermoso silencio orante,
así como la conoció Pablo de Tarso en su largo silencio en Damasco,
al inicio de su itinerario de conversión,
así como la descubriste Tú en el silencio
de tus cuarenta días en el desierto,
cuando nos enseñaste a vivir la escuela de la Cuaresma.
Eso es lo que nos invitas a vivir ahora contigo, Señor,
caminando detrás de ti,
apropiándonos de nuestra propia Cruz
con la mirada puesta en la tuya.
Es así como deseas que conozcamos
el rostro bendito de tu Padre que está en lo secreto,
este Padre que, sabiendo nuestros secretos, nos resucitará.
Amén.
P. Fidel Oñoro
(Fuente: www.oblatos.com)