El amor, una vocación que nos llama a formarnos
Vivimos en una sociedad en la que el aprendizaje es fundamental para el desarrollo personal y profesional, pero también lo es para el emocional, un aspecto que sin embargo es tendente a caer en el olvido. En el caso del amor es evidente, una capacidad, la de amar, con la que todos nacemos, pero para la que no nos formamos de igual modo que cuando aspiramos a un empleo, por ejemplo, donde invertimos ingentes recursos de tiempo, dinero y energía.
Así debería ser con el amor, la vocación universal a la que todos estamos llamados. Es nuestro fin último, el motivo por el que estamos aquí. Pero parece que amar se da por sentado, que resulta fácil. Todos nos creemos expertos y consideramos igual de válida cualquier forma de ‘amar’.
Por este motivo, no nos sorprende que la mitad de los matrimonios acaben divorciándose o que muchas parejas ni siquiera se atrevan a dar el paso hacia un compromiso libre, total, fiel y fecundo, y prefieran vivir en el cuestionamiento permanente de si su amor es o no para siempre.
Matrimonio como Dios lo pensó
Nosotros, en cambio, tuvimos la suerte de descubrir durante nuestro noviazgo la belleza del amor humano y la grandeza que supone vivir el matrimonio como Dios lo pensó. Lo hicimos gracias a los grupos de novios promovidos en la Archidiócesis hispalense dirigidos a parejas jóvenes. Esta es precisamente una de las intenciones del Papa al convocar el Año de la Familia, en el quinto aniversario de la publicación de la Amoris Laetitia.
Este acompañamiento se nos antoja vital para las parejas que –como nosotros- ansían vivir un amor real, un amor sin miedo, en el seno de la Iglesia, y que a la vez no son más que jóvenes que viven en el mundo, con sus incoherencias y sus dudas, con sus luchas y sus caídas.
Llamados a algo más grande
Estas parejas necesitan –necesitamos- una respuesta clara y firme por parte de la Iglesia, a través del testimonio radiante de matrimonios cristianos, que les asegure que el compromiso no resta libertad, sino que plenifica, que el amor para siempre es posible, que se desborda y se multiplica.
En definitiva, necesitamos que nos recuerden que estamos llamados a algo más grande, a entregarnos, a dar la vida por el otro.