Hace escasamente un mes la Secretaria General del Sínodo de los Obispo hizo público el documento de trabajo para su Etapa Continental. El mismo llevaba una bella frase del profeta Isaías en su título: Ensancha el espacio de tu tienda (Is 54,2).
El Documento para la Etapa Continental, DEC, mantiene que el mismo no es un documento conclusivo; ni del Magisterio de la Iglesia; ni un informe de una encuesta sociológica; tampoco ofrece indicaciones operativas, metas, objetivos; ni un documento teológico. No obstante, subraya que es “un precioso tesoro teológico contenido en el relato de una experiencia: la de haber escuchado la voz del Espíritu por parte del Pueblo de Dios, permitiendo que surja su sensus fidei” (8). Sin duda, como también se apunta en el documento, el mismo está orientado “al servicio de la misión de la Iglesia: anunciar a Cristo muerto y resucitado para la salvación del mundo”.
En el documento resuena la voz del Pueblo de Dios de todas las partes del mundo, desde la comunión, la participación y la misión. La escucha, como apertura a la acogida a partir del deseo de que nadie quede excluido, ha sido clave en este proceso. A partir de esa propia escucha, quien entra a conocer el texto, “aprende a renovar su misión evangelizadora a la luz de los signos de los tiempos, para seguir ofreciendo a la humanidad el modo de ser y de vivir en el que todos puedan sentirse incluidos y protagonistas” (13). No es pequeño el reto apuntado.
Una de las mayores dificultades surgidas, hasta el momento en este Sínodo, ha sido el escepticismo sobre la eficacia real o la intención del proceso sinodal. Así como, la resistencia de una parte del clero y la pasividad, cuando no, el desinterés o incluso el miedo a expresarse libremente de una parte importante del laicado.
Hasta aquí parece, a los ojos de nuestros contemporáneos, que nos encontramos inmersos en la Iglesia Católica como gran organización globalizada, en un proceso consultivo abierto a todos sus miembros e incluso a la misma sociedad, de incierto recorrido. Pero se nos olvida algo importante, parece que somos nosotros, pero es el Espíritu Santo el protagonista de toda esta historia. Quizás porque tradicionalmente su figura ha estado casi siempre en el interno de la Iglesia o porque el Padre y el Hijo, de la augusta Trinidad, Dios uno y trino, eclipsan humanamente al Espíritu, pero Él interviene en los momentos claves de nuestra salvación. Él es protagonista principal del gran momento de la Encarnación y en Pentecostés, donde con María sostiene e impulsa a la Iglesia, que comienza a caminar.
Recordemos, por un instante, que el Espíritu Santo, es el Amor que el Padre y el Hijo se tienen, y ese Amor es tan perfecto, tan infinito, que es otra Persona de la Trinidad, tres veces Santa. Es decir que el Espíritu Santo, es Dios mismo, que interviene en su Iglesia, que la vivifica, que la llena de su Amor, con mayúsculas, y que unido a Él están el Padre y el Hijo hechos una sola realidad perfecta e infinita. Esto lo explicamos con unos pocos rudimentos teológicos, pero se nos escapa, por eso, lo importante es experimentarlo, vivirlo, como los apóstoles en Pentecostés y todo cambió.
No obstante, como subraya el documento, que para llevar adelante el Sínodo hay que evitar dos de las principales tentaciones de la Iglesia, ante la diversidad y las tensiones que genera. Por un lado, quedar atrapados en el conflicto, y de otro, desinteresarse de las tensiones en juego, continuando el propio camino sin implicarse, es decir, pasar del tema y punto.
Estas tensiones apuntadas, subsisten en gran medida por la presencia y persistencia de obstáculos estructurales en la propia Iglesia que favorecen tendencias autocráticas, una cultura clerical e individualista que aísla a los individuos y que fragmenta la relaciones entre sacerdotes y laicos. Estos sacerdotes muchas veces se sienten solos, aislados, tampoco se sienten escuchados, sostenidos y apreciados. Y mientras se constata, por un lado, la cada vez mayor ausencia en la vida de la Iglesia de los jóvenes y, por otro, que existe una creciente conciencia de que hay que repensar la participación de las mujeres en la Iglesia…
Una cuestión que subyace en el documento y que me parece también de interés por las situaciones que suscita, es qué en la Iglesia católica, los dones carismáticos concedidos gratuitamente por el Espíritu Santo, que ayudan a rejuvenecerla, son inseparables de los dones jerárquicos. Un gran desafío para seguir caminando juntos es el de “armonizar estos dones bajo la guía de los pastores, sin oponerlos” (70).
Con la ayuda del Espíritu Santo no hay que tener miedo a las tensiones que surjan, sino articularlas en un proceso de constante discernimiento en común, no es fácil, pero Dios está de nuestra parte, hace falta la presencia del Espíritu. Se debe suscitar una dinámica sinodal que refuerce los vínculos entre las Iglesias locales entre sí, y con la Iglesia universal, favorezca la puesta en común de experiencias y el intercambio de dones, y ayude a imaginar nuevas opciones pastorales. Este camino habrá que recorrerlo y si es posible, mejor juntos.
La formación, la espiritualidad, la liturgia…, han sido, entre otras, algunas de las ideas desarrolladas en el documento. Respecto a la celebración de la Santa Misa y la calidad de las homilías se apuntan algunos avances, pero me ha parecido interesante el testimonio de la Conferencia Episcopal de Uruguay que subraya que las celebraciones litúrgicas han de ser “espacios que puedan inspirar y ayudar a vivir la fe en nuestra vida personal, familiar, laboral, en el barrio y en la misma comunidad”.
El documento también recoge la tensión existente en muchas personas entre la pertenencia a la Iglesia y a sus propias relaciones afectivas (los divorciados vueltos a casar, los padres y madres solteros, las personas que viven en un matrimonio polígamo, las personas LGTBIQ, los que han dejado el ministerio ordenado para casarse…) o a otros grupos que se sienten también excluidos (los más pobres, los ancianos solos, los pueblos indígenas, los emigrantes con una existencia precaria, los niños de la calle, los que tienen adicciones, los que están atrapados en la delincuencia, en la prostitución, las victimas de las trata de personas, los supervivientes de abusos, los presos, los grupos que sufren discriminación y violencia por motivos de raza, etnia, sexo y cultura). Sabemos bien que la sinodalidad es una llamada de Dios, del Espíritu Santo a caminar juntos con toda la familia humana, en el marco de la misión de la Iglesia en el mundo de hoy.
Según avanza el Sínodo, cada vez nos deben de surgir menos dudas de que en él se ve claramente la acción del Espíritu Santo. Al menos así, lo vivimos en nuestra Iglesia local de Sevilla, en nuestra fase diocesana, quinientos grupos, casi diez mil personas. Fue todo un signo de comunión, participación y misión que ha de continuar como se nos pide en esta fase continental, con un horizonte a largo plazo en el que la sinodalidad toma la forma de una perenne llamada a la conversión personal y a la reforma de la Iglesia. El Pueblo de Dios ha experimentado la alegría de caminar juntos y el deseo de seguir haciéndolo.
Al final del documento se insiste que no se nos pide uniformidad, sino que aprendamos a crecer en una sincera armonía que ayude a los creyentes a cumplir su misión en el mundo, creando los vínculos necesarios para caminar juntos con alegría. Para que todo el mundo encuentre su lugar en la Iglesia, para que nadie se sienta excluido. Formulando de nuevo la pregunta básica que anima todo el proceso del Sínodo: ¿cómo se realiza hoy, a diversos niveles (desde el local al universal) ese -caminar juntos- que permite a la Iglesia anunciar el Evangelio, de acuerdo a la misión que le fue confiada; y qué pasos el Espíritu nos invita a dar para crecer como Iglesia sinodal?”.
En esta ocasión se nos pide a través del documento reflexionar sobre tres cuestiones: “¿Qué intuiciones resuenan más fuertemente con la experiencias y realidades concretas de la Iglesia? ¿Qué experiencias parecen nuevas o iluminadoras?”. Una segunda pregunta: “¿Qué tensiones o divergencias sustanciales surgen como particularmente importantes? En consecuencia, ¿Cuáles son las cuestiones e interrogantes que deberían abordarse y considerarse en las próximas fases del proceso?”. Y finalmente, poniendo en relación las respuestas anteriores, “¿cuáles son las prioridades, los remas recurrentes y las llamadas a la acción que pueden ser compartidas con las otras Iglesias locales de todo el mundo y discutidas durante la Primera Sesión de la Asamblea Sinodal en octubre de 2023?”.
A todas las diócesis del mundo se pide que organicen un proceso eclesial de discernimiento sobre el DEC a partir de las tres preguntas indicadas en el párrafo anterior, que tendrá que ser concluido en poco tiempo ya que cada Conferencia Episcopal tendrá que recoger y sintetizar las reflexiones remitidas desde las diócesis. Con la ayuda del Espíritu Santo se tendrá que avanzar con rapidez ya que antes del 31 de marzo de 2023 se tendrán que remitir a la Secretaría del Sínodo los Documentos Finales Continentales, sobre esa base se redactará el Instrumentum laboris para junio de 2023.
Una ventaja que podemos argumentar para que el proceso sea posible en tan poco tiempo es que existen ya una serie de estructuras en las diócesis que facilitarán el trabajo, tanto de reflexión, como de síntesis. Dicen que las prisas son siempre malas consejeras, pero este proceso lleva algunos años en marcha, y en España con algo de ventaja pues el 2018 se convocó el Congreso Nacional de Laicos que se celebró en 2020. Es verdad que la pandemia nos paralizó, pero también es verdad que se ha generado todo un entramado en la fase diocesana del Sínodo que debidamente engrasada está a disposición y al servicio del Pueblo de Dios.
Quién si no el Espíritu Santo está detrás de todo este impulso misionero, de quienes nos presiden en la fe, detrás de los grupos, de quienes los lideran, de quienes hacen las síntesis, de quienes están construyendo espacios para la escucha y el diálogo a semejanza de nuestro Dios, que es comunicación perfecta e infinita entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, que sopla donde quiere.
Enrique Belloso Pérez