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Se cumplen 70 años de «El hombre tranquilo», película estrenada en 1952. Para los amantes del cine clásico y aún del buen cine, este largometraje es una obra imprescindible. Así lo atestiguan los premios Oscar que obtuvo: uno a la mejor dirección, a cargo de John Ford, y otro a la mejor fotografía, en manos de Winton Hoch.
Ford volvió a la tierra de sus padres para rodar este filme. Y así lo hace el protagonista de la cinta, Sean Thornton, interpretado magistralmente por el icónico John Wayne («Valor de ley», 1969). Sean, tras haber emigrado a EE.UU., vuelve al pequeño pueblo de su familia para llevar una vida tranquila. Y es que, de alguna forma, el sueño americano se convirtió para él en una pesadilla.
Al llegar, se encuentra con Mary Kate Danaher, interpretada con igual maestría por Maureen O’Hara («De ilusión también se vive», 1947). Mary es una chica temperamental, lo contrario que Sean. A pesar de ello, o quizás justamente por ello, se enamoran sin remedio.
Sin embargo, Will, el también impulsivo hermano de Mary, no quiere que contraigan matrimonio. La razón es que Sean y Will se disputan unas tierras. Para colmo, la mujer a la que ama Will es la dueña de estas tierras y ha de decidir a quién venderlas. Se les presenta, en definitiva, un galimatías emocional que han de resolver y no saben cómo.
En el reparto destacan, junto a los protagonistas, el actor inglés Victor McLaglen («Fort Apache», 1948), en el papel de Will, y Barry Fitzgerald («¡Qué verde era mi valle!», 1941), que se convierte en carabina de la pareja. Para hacernos una idea de la excelencia del elenco, ambos actores de reparto habían ganado un Oscar en películas anteriores.
La historia nos habla de la madurez del amor, de la relevancia de la familia y del sacrificio, de la necesidad de empatía e incluso de ecumenismo que, en este caso, afecta al diálogo entre católicos y anglicanos.
“El hombre tranquilo” es también un tratado sobre la masculinidad y la feminidad, que Ford lleva al extremo para retratar la perfecta complementariedad entre hombre y mujer. Esta es una postura que, tal vez, podría malinterpretarse hoy día. Sin embargo, vista como una hipérbole ‑una exageración intencional‑ y teniendo en cuenta cuándo se rodó, aporta mucho. En un contexto en que el cine parece haberse quedado sin grandes ideas y se recurre con frecuencia a la ideología, la violencia y lo visceral, los clásicos como este ganan enorme peso.
Guillermo De Lara Domínguez