¿Realmente tiene valor la vida humana? Esta pregunta nos interpela con fuerza hoy, asesinatos, terrorismo, tortura, violencia, drogas, alcohol, aborto, eutanasia…
Si hacemos esta pregunta al azar nos encontramos respuestas variadas: “La vida es importante porque, de otra manera entonces, no podríamos existir”. “Es importante porque nos permite crecer, desarrollar vínculos con otros seres vivos, aprender, conocer el mundo y un sinfín de actividades que van más allá de las meras funciones biológicas”. “Es un recorrido donde tú tienes que plantearte tus retos y tus propuestas, hacer amigos y conocer muchos países”.
Si volvemos la mirada a la filosofía, para Aristóteles la vida se plantea como un «aquello» para lo cual no se incluye una explicación. Es algo que nos viene dado. Este «por sí mismo», anula la posibilidad de atribuirle una causa externa explicable al ser que la posee.
Sin embargo, si buceamos en la Biblia, encontramos que no existe un concepto abstracto sobre la vida. En la mentalidad semítica, se presenta de manera existencial como un todo unitario, sin que haya distinción entre la vida física, intelectual o espiritual. La vida procede de Dios quien le da al hombre, corona y cumbre de la creación, el aliento, nefes, y es un ser viviente, “creado a imagen y semejanza de Dios”, es decir, interlocutor de Dios, lo que expresa la dignidad del hombre, y la conciencia de que sólo su relación dialogal con Dios lo hace tal.
El Catecismo de la Iglesia Católica nos enseña que la vida humana es sagrada porque ha nacido de Dios. Desde el inicio de cada vida humana hay una acción de Dios que crea e infunde un alma en el momento de la concepción. Este nuevo ser permanece para siempre en una relación especial con su creador, de intimidad con Él, y está llamado además a tener en Dios su fin último, porque esa vida que Él ha dado está llamada a finalizarse en la vida eterna con Dios, su creador.
¿Y qué implicaciones tiene entonces para nosotros el valor sagrado de la vida humana?
- Si Dios da la vida, la vida es cosa preciosa, Él es el dueño de ella y el hombre no puede disponer de la misma a su arbitrio.
Cuando Caín mató a su hermano Abel. “¿Dónde está tu hermano? ¿Qué has hecho? La sangre de tu hermano clama a mí desde el suelo”. Esta expresión impresionante que pronuncia Dios nos hace caer en la cuenta del valor sagrado de la vida inocente y de que solo Él puede disponer de ella.
- Nos dice el papa Juan Pablo II en Evangelium Vitae: A la vida se la descubre sólo con “mirada contemplativa”, es decir, intuyendo el misterio de Dios escondido en ella. Y la vida humana es hermosa porque es capaz de libertad, responsabilidad, gratuidad, donación. Cada vida humana, cada rostro humano, enfermo, sufriente, marginado o a las puertas de la muerte es “una llamada a la mutua consideración, al diálogo y a la solidaridad”, a “reconocer en cada rostro humano el rostro de Cristo”.
Y es precisamente durante el tiempo de Navidad, que hemos vivido recientemente, donde contemplamos con ternura al Niño Dios y comprendemos el valor incalculable de cada vida humana viendo como el mismo Dios se ha hecho uno de nosotros para compartir nuestra misma vida, que ha venido “para que los hombres tengan vida y la tengan en abundancia” (Jn 10,10). Realmente tiene valor la vida humana.
Ana María de Lizaur Cuesta
COF Dos Hermanas.