El vínculo con la madre es nuestra primera relación amorosa, y sienta las bases de todo el desarrollo emocional en la vida adulta. Una herencia que puede actuar en nuestro favor … o en nuestra contra. Por tanto, el papel de la madre es fundamental, no sólo en nuestro propio desarrollo, sino como padres educadores y como miembros de la sociedad pues, no en vano, debemos estar preparados para todo lo que acontece en el desarrollo de la persona. Ofrecemos a continuación, una síntesis de la conferencia que el pasado mes de febrero impartió María Dolores Fernández de Liencres en el Aula de Familia del COF Aljarafe y que ha sido elaborada por Lourdes Cruz, colaboradora del Centro de Orientación Familiar.
En la infancia empieza todo, y sólo si está bien cimentada, se generará una adolescencia y una etapa adulta sana.
Cuando el niño nace, los padres hacen una promesa de amor incondicional: “Te querré para siempre”. Y en esa confianza de que uno pueda ser como es, y sentirse incondicionalmente querido, estará el desarrollo equilibrado de la persona. En esta etapa inicial de la vida existe la absoluta necesidad del llamado “vínculo de pertenencia”.
Añadamos además que nuestro “patrón de conducta” estará marcado por la manera en que nuestros padres se hayan relacionado entre sí, y cómo haya sido su relación con el hijo. Por tanto, el “vínculo de pertenencia” lo forman el padre y la madre. La madre genera el legado emocional, base de la autoestima en el niño(a); y el padre genera la seguridad ante el mundo, rompiendo el vínculo de amor entre la madre y el niño(a), de manera que éste(a) perciba que hay mundo más allá de la madre.
Este vínculo se inicia en el apego, cemento emocional madre-hijo(a), que puede desarrollarse de manera sana y segura, favoreciendo en el hijo(a) confianza ante el mundo y ante las futuras relaciones, o puede tornarse disfuncional, debido a alteraciones en el equilibrio emocional y en la manera en que la madre se manifiesta ante el hijo(a).
Por tanto, podemos hablar de la madre perfeccionista, que genera en el hijo(a) sentimientos de vergüenza, desconexión con los verdaderos deseos, vulnerabilidad ante la crítica, introversión y problemas en las relaciones futuras. En el caso de la madre narcisista, sus hijos(as) se sentirán utilizados, al verse obligados a girar alrededor de ella, y esto favorecerá que los hijos(as) busquen en sus futuras relaciones aquello que no tuvieron en su infancia.
La madre amiga es aquella que abandona su sitio junto al padre poniéndose a la altura de los hijos(as), convirtiendo a estos en “hijos(as)-cónyuges”, que sienten la rabia de no tener una verdadera madre. En el caso del hijo varón, este tipo de madres dificultará la mirada hacia las chicas, pues se siente culpable por desplazar a la madre. La madre buena, conecta emocionalmente con sus hijos(as), aparta sus propios problemas, para estar disponible para ellos, impulsando así su desarrollo.
Ser conscientes de quiénes somos y cuáles son nuestras “pautas de conducta”, permitirá cambiar y perdonar a nuestras madres. Vivir en el rencor, sin habernos reconciliado con nuestro pasado, hace muy difícil construir nuestro futuro. Esto es pasar de “víctima” a “responsable”.
El matrimonio es un buen momento para la reparación, donde volvemos a vivir las relaciones primarias que tuvimos con nuestros padres: el amor incondicional, pero ya desde la madurez, comprometiéndose uno a hacer lo mismo.
Los padres nunca serán perfectos, pero habrán realizado bien “su trabajo” si sus hijos (as) se sienten contentos con la persona que son, y se ven capaces de afrontar por sí mismos las dificultades de la vida.
EL MUNDO FEMENINO: RELACIÓN MADRE-HIJA, DE MUJER A MUJER
Para la construcción de la identidad femenina, es fundamental tener una imagen positiva de lo que es ser mujer, entendiendo que la complejidad de la mujer es superior a la del hombre. Con humor se habla que Dios fue creando todo de menor a mayor complejidad, acabando con la creación de la mujer.
No es igual educar a un hijo que a una hija.
La mujer está preparada para entender el mundo desde las relaciones y las emociones debido a las dos dimensiones que le son inherentes:
1- La dimensión erótica femenina.
2- La dimensión materna.
Ambas dimensiones se han de integrar en todas las etapas de su vida, teniendo más peso una dimensión que la otra, según el momento vital en que se encuentre.
A nivel orgánico, en el hombre queda simplificado a un mismo órgano, el que da la vida y el que da el placer. En la mujer están separados.
LA CONSTRUCCIÓN DE LA MUJER
En la infancia la niña ve en el varón algo que ella no tiene (genitales masculinos), y es por ello que se siente incompleta. Cuando descubre en su madre la capacidad de acoger una vida dentro de sí, descubre también una dimensión que la hace sentir completa, y es entonces cuando en la niña se construye el deseo de poder ser madre (aunque pasada esta edad, este deseo se adormila para renacer posteriormente). En la actualidad, se percibe la maternidad como una esclavitud de la mujer, del mundo femenino.
El deseo de ser madre no le viene de fuera, sino de dentro. Y no viene cuando se es adulta, sino cuando se es niña, en la infancia. La feminidad queda completa con la dimensión maternal. Sin esta dimensión, la mujer se quedará en la falta.
Cuando la niña descubre ambas dimensiones, se identifica con la madre, pero también necesita de la figura paterna para potenciar esa feminidad. Esa figura paterna debe valorar a su esposa, y así potenciar esa identidad femenina que la hija está completando. Si el padre no valora a su mujer, la hija se sentirá menos.
Cuando va creciendo la niña, la madre empieza a compartir con su hija lo que es ser mujer. Hay madres que no saben compartir su feminidad, silenciándola, unas veces por el legado que le dejó su propia madre, y otras por la mirada que sobre ella tiene su marido. Este silencio repercute en que la hija no se sienta bien siendo femenina.
En la evolución madurativa de las niñas, se añade otra dificultad. Durante la adolescencia los hijos comienzan un proceso de separación de la madre por encontrarse distintos a ella y por la necesidad de encontrarse con el mundo. En la separación del varón de la madre, hay una figura a la que acudir e identificarse: es la figura paterna. El varón entonces va construyendo su masculinidad en relación a su padre.
En el caso de la hija, al separase por inercia natural de la madre para la construcción de su feminidad, aparece la figura de la amiga, con quien vuelve a descubrir el mundo masculino y retoma el aprendizaje de cómo hacer para seducir al varón y tener una relación con el hombre.
Para construir su identidad como mujer, necesita que el hombre esté. La mirada del padre ayuda en ese proceso. Hay veces que esa mirada se conyugaliza y entorpece ese desarrollo, por ejemplo, cuando en esa etapa, en los conflictos entre madre e hija, el padre toma partido por la hija en lugar de mantenerse al margen dejando que ellas resuelvan esa situación. En estos casos, se provoca que la hija idealice al padre como “el mejor varón del mundo” (niñas enamoradas de su padre), pudiendo llegar a entorpecer las relaciones matrimoniales de la hija con su marido. Otra dificultad que se puede generar por este motivo es que la hija tenga enormes dificultades en encontrar el hombre del que enamorarse.
¿Qué busca la mujer en el hombre y viceversa?
La mujer desea que la miren, y en esa mirada se recuerda la mirada del padre. Sentirse única en el mundo para su marido.
El hombre desea que su mujer lo necesite. En ese hacer que su mujer se sienta única, el hombre se siente importante. Al hombre le gusta darle a la mujer lo que necesita.
En el mundo de hoy:
Se vende que mujer y hombre son iguales en el mundo de la sexualidad. Ambos con los mismos roles. ¿Quién pierde?: la mujer, ya que el hombre ante el deseo y la relación sexual tiene un comportamiento más autista. La mujer en ese deseo y relación sexual, busca la afectividad y la relación; por tanto, debe aprender a descubrir los verdaderos deseos y plantearse qué relación necesita, no dejándose llevar por lo que marca un mundo ideologizado que no tiene en cuenta lo que verdaderamente somos, no respetando nuestro ser y avocándolo a su propia destrucción.