La maternidad subrogada continúa siendo noticia en España tras la polvareda levantada por la decisión de una conocida actriz y empresaria de este país que ha hecho uso de ella. Los argumentos a favor y en contra han aflorado en una parte de la opinión pública, siendo los primeros al margen de lo que dice la ley porque están en juego las emociones, todo lo cual sigue dando que pensar.
Como en este caso aludido lo que hay detrás es una dolorosa experiencia de pérdida, unido al deseo de cumplir una última voluntad del hijo desaparecido, el impulso a denostar la ley está servido al convertirse en una especie de “madrastra” que condena lo que se considera justo afán, e impone lo que el corazón no está dispuesto a admitir. Se alinean alzando la voz los que admiten, toleran y se benefician de esta fórmula para justificar con no poca banalidad algo tan grave como es traer a este mundo una vida convirtiendo el hecho en un acto mercantil. Es lo que tienen las emociones “sin filtro”: su peso es de tal naturaleza que crecen como un maremoto cuando a ellas se unen las de los demás. Hay en ello tanto peligro como para temer que al igual que ha sucedido con el aborto y la eutanasia, la maternidad subrogada cale en la sociedad de modo tal que se la acepte como lo más natural del mundo.
Aunque no esté relacionado directamente con este asunto, el alcance emocional en muchas decisiones que a veces se toman me ha recordado el caso de una madre que hace años suministraba a su hijo estupefacientes justificando su conducta porque buscaba mitigar el síndrome de abstinencia que padecía; no podía resistir su sufrimiento. Por supuesto, explicaciones de esta naturaleza suman adeptos fácilmente porque la empatía, ponerse en el lugar del otro, surge de forma inmediata especialmente cuando se tienen hijos o ciertas experiencias que les pueden haber afectado, e incluso pensando en que podrían hallarse en circunstancias similares a las sufridas por esta famosa española que perdió a su único hijo. Pero no se puede jugar con el dolor, ni recurrir a lo que nos ha afectado para justificar el mercadeo con la vida. Y lo que estamos viendo es que lo factible, aunque sea moralmente inadmisible, se promueve y se obtiene, máxime cuando monetariamente se puede hacer frente al costo que lleva consigo. No hay otra salida cuando se ignora a Dios ya que su voluntad no tiene trascendencia alguna y la felicidad es solo un derecho que se persigue y se trata de lograr cueste lo que cueste.
¿Quién quiere sufrir? Nadie, y es lógico y comprensible que así sea. Pero en el dolor también hay vida, hay esperanza, hay mucho que dar. Por lo demás, cada uno de nosotros somos únicos e irrepetibles, con derechos ya desde antes de nacer. No podemos ser seleccionados como sucedáneos o remedios para sofocar el llanto. Y eso que la tentación de ver crecer a un nuevo ser humano que lleva los genes de uno de los progenitores que encima ya no vive, como sucede en el caso de la susodicha actriz española, con la suma añadida de puede reconocer en él rasgos del hijo que perdió es algo que seguramente late en su ánimo ya que puede sentir aún más cerca esta nueva vida con la que existe un vínculo genético. Repito que entran en juego un cúmulo de emociones ante las cuales es fácil sucumbir. Por eso, se comprende que en una sociedad hedonista que no reconoce a Dios nazca herido de muerte todo lenguaje que hable de asunción de la voluntad divina cuando una persona fundamenta el deseo de tener un hijo por los motivos que sean y se le pide que renuncie a generar otra vida por esta vía de la maternidad subrogada. Incluso hay otras cuestiones de gran calado en ella de las que no se habla o se les resta importancia. Por ejemplo, además de poner en jaque la dignidad de la mujer cuyo cuerpo, se diga lo que se diga, cuando se presta a dar a luz a un niño por dinero no es más que un objeto, de ignorar los problemas psicológicos que puede conllevar desprenderse del bebé, de mercantilizarlo, ¿cuántos óvulos fecundados se pierden hasta dar con el que implantado en el útero se desarrolla? Son vidas perdidas. Pero hay quienes pasan por alto esta realidad o la minusvaloran, aun sabiendo que contravienen la moral.
Una nota de la Comisión Episcopal para los Laicos, Familia y Vida a propósito de la maternidad subrogada ilumina sobre esta realidad y ruega que se legisle en contra de la misma. Cf: https://www.conferenciaepiscopal.es/nota-de-la-comision-episcopal-para-los-laicos-familia-y-vida-a-proposito-de-la-maternidad-subrogada/
Para concluir: No todo vale. El fin no justifica los medios. Si se recurre a esta fórmula para recuperar la alegría hay que recordar que la felicidad que se consigue en este mundo es tan efímera como la propia vida y hay que pensar a tiempo qué dejaremos atrás. «Si un hombre se limita a una existencia animal satisfecha y le pregunta a la vida solo lo que esa existencia puede dar, los valores de superaciones de la vida desaparecen de inmediato» (Christopher Dawson)
Isabel Orellana Vilches, misionera idente