120 kilómetros por carretera, y aún más curvas, separan al Seminario Menor de Las Navas de la Concepción. Es la distancia que recorre, de ida y de vuelta, cada fin de semana José María Gómez para intentar responder a esa llamada que un día el Señor le hizo para ser sacerdote. “La primera vez que lo pensé tenía diez años. Me estaba preparando para la Primera Comunión. La figura del sacerdote me llamaba mucho la atención, y me preguntaba por qué no podía serlo yo”. Pero entonces fue simplemente un fogonazo. Pronto cambió esa idea por la de ser abogado.
Volvió a retomarla con más fuerza en la preparación para la Confirmación. “Ante la insistencia del Señor, me puse delante de Él y le pregunté qué quería de mí, que se hiciera su voluntad y no la mía”. La duda se fue despejando con la ayuda de su párroco, que le planteó la posibilidad de conocer el Seminario Menor. “Al principio lo rechacé. Tuvo que pasar un tiempo, hasta después de haberme confirmado. Entonces me volví a poner delante del Señor y me di cuenta de que era el momento de dar el paso”.
José María lleva dos años en el Seminario Menor, y desde entonces ha descubierto hasta qué punto “el Señor puede demostrarte que te ama, tanto que ha dado todo por ti”. También lo importante que es la Virgen María en la vida de un seminarista. A pesar de la distancia, cada día le reza a su patrona, la Virgen de Belén. Especialmente en los momentos de flaqueza, que no faltan: “El estudio, el estar lejos de la familia, el cambio de vida. Pero al final Dios lo va compensando todo”. Tanto, que José María reconoce que cumplir su voluntad es lo único que le ha dado “la felicidad más auténtica”. Su ilusión ahora es continuar su formación en el Seminario Mayor, un paso ante el que siente “algo de miedo”, pero también muchas ganas para poder llegar a ser un día sacerdote y “acercar a Dios a aquellos sitios en los que aún no se le conoce”.