Llevar la vida a la oración
Este es el mes del Adviento, el mes de la Navidad, el mes del nacimiento. Es el mes de las reuniones con amigos, con la familia, con los regalos, y los problemas. Es el mes de agobios, estrés y demás circunstancias que hacen que donde debería haber paz y villancicos, nos encontremos con inquietudes que nos entristecen y atemorizan.
Es un mes en el que nos encontramos ante la dificultad de ser familia, con aquellos que durante el año no hemos conseguido serlo. Es el mes de encuentros de gente perdida, de consumismo o más bien de gente perdida con-su-mismo problema.
Es tiempo de acordarse de los que no están, y de los que están pero distanciados. Es tiempo de cambios, de promesas, de ilusiones y sorpresas.
Es tiempo ya de que Dios sea el único protagonista de este tiempo.
Por eso, aprovechemos este mes para que no nos coja el toro, que podamos preparar un detallito tonto para la cena y así no sea como la de todos los años, que podamos adornar la casa con un trabajo familiar donde con poco todo diga que es un tiempo distinto. No necesitamos árboles, guirnaldas, confeti, ni serpentinas. Necesitamos que cada rincón huela a vida y huela amor.
No prepares discursos, ni ofrendas, que no haya más brindis que un beso, prepara algo tan sencillo como un lugar donde nazca Dios en tu corazón.
Encuentro con Dios
Encontrar a Dios en las prisas, en los agobios, en las compras, el estrés y demás circunstancias del estilo, es una de las grandes dificultades que rodean al hombre moderno.
Es el mismo problema que lograr escuchar los pájaros que aún se atreven a vivir libres en la ciudad, o que lograr ver amanecer y anochecer, o que sencillamente descubrir un beso de verdad y no de costumbre, o una sonrisa profunda que brota del alma. Dios no se esconde, son las “gafas” que llevamos las que nos impiden verle tal cual es.
Por ello, esta Navidad el reto es sencillo, contemplar en nuestra oración el nacimiento que tenemos en casa, y descubrir en el cómo no hay prisas, como se para el tiempo, cómo por más agobios que pueda tener una madre primeriza como María, nada puede evitarle la sonrisa de tener en sus brazos el niño más deseado de la humanidad.
Contempla la tranquilidad de unos animales que descubren la importancia del momento y son más dóciles de lo que serían nunca, la alegría de José a pesar de saber la enorme carga de responsabilidad que carga en sus hombros, la belleza del rostro de los reyes magos, la sencillez de unos pastores que sin cultura ni recursos ofrecen lo mejor que tienen alabanzas y besos para el niño que ha nacido en Belén.
Descubre cómo dirá Natanael que si de Nazaret puede nacer algo bueno (Juan 1, 46), y cómo nosotros sabemos que donde vive la esperanza de los hombres vive lo mejor. De este modo reza cuáles son tus esperanzas, cuales los pasos para lograrlas, cuál el papel de Dios en ellas, y cuál tu papel para hacerlas más bellas.
Deja a Dios hacer de Dios y tú céntrate en hacerlo lo mejor que puedas, confía, espera y ama, y verás cómo de Nazaret nacerá la cosa más bella.
A la luz de la Palabra Lc 2, 41-51
Jesús andaba en las cosas de su Padre, andaba atareado en mil cosas como sus padres lo habían estado provocando con ello incluso el haberle perdido de vista.
Los padres primerizos suelen vivir una etapa de mucho agobio, una en el que el celo de la responsabilidad les hace asumir tareas que con el paso del tiempo descubrirán que no son tan necesarias ni importantes. Pero de poco sirve decírselo más allá de favorecer con ello que acaben dándose cuenta más pronto que tarde, y de paso para descargarles cierta presión social que sienten sobre sus hombros por la que sufren sino logran los objetivos que se han marcado. Hablamos incluso de superpadres, que deben llevarlo todo adelante, y que con ello descuidan cosas importantes por culpa de exagerar otras que no lo son tanto.
José y María perdieron a su hijo, y no por ello decimos que son malos padres, del mismo modo no decimos que Jesús es un mal hijo, sino que todos necesitaban ir creciendo en madurez, responsabilidad, y presencia de Dios en el amor.
Este texto nos muestra a un niño escuchado por los doctores de la ley, por sacerdotes y escribas. Un niño que atrae su atención pues los adultos no ven en él más allá de su asombro. En cambio cuando sea adulto esas mismas personas no mirarán con tanta inocencia, sino que surgirán miedos, angustias y preocupaciones.
Si actuáramos como niños, si viéramos las relaciones como niños, si tuviéramos corazón de niño, y si le sumaramos la madurez del adulto, la responsabilidad sana de la experiencia, la riqueza de la veteranía, la sabiduría de lo vivido. Si el hombre fuera la conjunción de su niño interior, ese que ocultamos por vergüenza, y el adulto enriquecido por el camino, ese que está detrás de las culpas y miedos. Si uniéramos ambas caras de la moneda en nuestra vida, seguramente todo sería mejor, y mejoraríamos a todos los que nos rodean.Llevar la oración a la vida.
Llevar la oración a la vida
A veces la oración es muy sencilla, y aún más frente al contraste con llevar a Dios en las cosas más cotidianas. Dios está en todo y en todos, pero nos es más fácil separar las cosas y dejar a Dios en la oración y vida interior, y separar así las cosas del mundo de las de Cristo.
La Navidad es un tiempo especialmente marcado por Dios, de ahí que tengamos una excusa perfecta, un primer paso. Ahora nos toca cuidar detallitos. Que los regalos que hagamos no sean los fáciles, sino que sean cargados de cariño. Que la mesa de las cenas no sea improvisada, sino que en ella esté un niño recién nacido o una estampa en cada plato o un mendigo en mi corazón que cena y come como los pastores expectantes por que ha nacido el Mesías. Que las eucaristías sean una constante súplica de que Cristo nazca en mí, y de paso que yo renazca con Él en mi entrega a los demás. Que la oración en esta Navidad sea por una familia más unida, unas amistades más sinceras, y un alma desprendida de miedos y miserias.
Llevar la oración a la vida es más fácil en este tiempo, en el que como María con su embarazo llevaba a Jesús, nosotros llevamos en nuestra alma a un Cristo Resucitado que camina por el mundo sembrando esperanza y regalando amor.
Tenemos el reto precioso de que no sea una navidad más, ni sea un final de año, sino que sea la antesala de cosas maravillosas, de expectaciones e ilusiones, y no tanto de seguir sumando a esa cuenta interminable de problemas y enfados.
Como el día del parto, desconocemos cuando será, pero el deseo tan grande que cada día nos levantamos con el ansia de que algo nuevo está a punto de pasar, una nueva vida a punto de regalarse, una esperanza viva en cada gesto y en cada acontecimiento. Hoy somos luz para el mundo, sal de la tierra, abrazo celestial, ternura de María, y por supuesto amor de verdad.