Eucaristía: del corazón a los caminos

La gran peregrinación de este estío

Yerra quien piensa que la fe ha desaparecido, que el sacrificio del sumo Redentor es una entelequia, que la devoción no es más que un sentimiento sin arraigo o que la indiferencia por lo divino ha calado hasta el tuétano en cualquiera de los areópagos de este mundo. La Eucaristía es el Camino, la Verdad y la Vida. Es Cristo mismo, y eso lo han entendido infinidad de personas a lo largo de los siglos que nunca desdeñaron el sagrado alimento. Sigue produciendo milagros, y no sólo eucarísticos. Hoy, en estos días, en los Estados Unidos hay una poderosísima confluencia de anhelos: postrarse ante el Cuerpo de Cristo. Un país atravesado de parte a parte por una abigarrada multitud que camina rendida tras la Custodia, que ora, que experimenta una profunda conversión, que transita con alegría, que comparte la misma y antigua convicción que los primeros apóstoles sembraron por doquier: ¡Cristo vive! ¡Cristo reina! ¡Cristo impera! Es motivo de gracia y de esperanza para todos.

Esta peregrinación Eucarística Nacional con sus cuatro rutas —puntos cardinales trazados en el mapa para que nadie, de Norte a Sur y de Este a Oeste, quede privado de la gracia de la presencia real y verdadera de Cristo en la Eucaristía: la Mariana, la de santa Elisabeth Ann Seton, la de san Juan Diego y la de san Junípero Serra— va dejando impresa en los caminos la huella indeleble de los adoradores del Santísimo Sacramento. Y como han dicho por activa y por pasiva los organizadores de este histórico evento constituye un revival de la fe, del compromiso vivencial, un entusiasmo misionero que no quedará encerrado entre los muros de la emoción, siempre efímera e inconstante. Esta es la Iglesia en salida tan querida y predicada por el papa Francisco. Es el Espíritu Santo iluminando el sendero que le conviene a la Humanidad. Porque no hay nada más hermoso que seguir al Hijo de Dios. No hay nada que conmueva tanto como el sentir de forma palpable la unidad, la comunión, la convicción unánime de que hemos sido creados por Dios libremente por amor y dotados para amarle a Él y a nuestros semejantes.

Sería una falacia afirmar que las miles y miles de personas que atraviesan los Estados Unidos incrementando las filas de los peregrinos van detrás de un espejismo. Lo que el Espíritu Santo inspiró a los impulsores de esta imponente peregrinación, que se inició el pasado 18 de mayo y va a culminar el próximo 17 de julio —aunque prosiga en un Congreso Nacional Eucarístico (el 10º), los días 17 al 21 de este mes— no es más que la respuesta de los creyentes a una sociedad que muchas veces ignora donde va, que no halla sentido ni a lo que piensa, ni a lo que hace, ni a lo que dice. Quizá muchos no lo sepan todavía, pero cuando se encuentren con Jesús, cambiará su vida. Habrá quienes buscaron y lo hallarán, tal como asegura Cristo en el Evangelio (Lc 11: 5,13); otros puede que nunca se imaginaran siguiendo al Maestro, y una parte quizá se haya embarcado en esta “caravana” de fe por mimetismo, siguiendo a familiares, amigos tal vez… Pero lo cierto es que una Providencia nos aguarda a cada uno en cualquier esquina del camino. Basta con tener dispuesto el corazón, aventar todo prejuicio, y no tener miedo, como decía san Juan Pablo II, abriéndole las puertas a Cristo.

Ojalá en este periodo del estío que muchos destinan al merecido descanso y entre los cuales hay una gran mayoría que da la espalda a Dios, sean tocados por el Altísimo y sea el inicio de su particular peregrinación. Oramos por ello.

Isabel Orellana Vilches