Corría el año 1954 cuando un joven Rielo, atribulado por una voz interior que le instaba a ser fundador y de la que pretendía huir porque ni se sentía ni quería ser fundador de nada, llegó a Sevilla. Y cuando lo que nos liga a los lugares tiene un signo trascendente, y el suyo era nítido como la luz del sol que le alumbraba, jamás se olvida. Es lo que le sucedió a él. Era el primero de varios viajes uno de los cuales marcaría un signo hermosísimo y singular para la misionera idente que estaría ligado para siempre al Estanque de los Lotos de la capital hispalense.
Pero aquel 11 de octubre de 1954 provenía de Lebrija después de haber convivido unos días con la comunidad franciscana en uno de los momentos dolorosísimos de su vida. La Sevilla de entonces, golpeada por la posguerra, mostraba los trazos del sufrimiento, la escasez, la fatiga…, aunque en su recorrido hacia el Parque de María Luisa no se fijaría ni en los vendedores de castañas, los organillos, o los mulos que en gran medida ocupaban todavía la calzada, o en aquellos hombros masculinos que soportaban el peso de enormes cajas. Los hondos sentimientos espirituales que le embargaban le harían ajeno a un entorno que no difería en exceso del que había dejado en Madrid, su ciudad natal.
Tenía hora y media para pasear antes de tomar el tren, y se encaminó al Parque. Entró en él por la Glorieta de Gustavo Adolfo Bécquer y buscando sosiego para su dolorido corazón llegó al Estanque de los Lotos. Tomó asiento en uno de los bancos que se hallan bajo las pérgolas y allí estuvo refugiado. Un simple turista probablemente habría admirado el entorno recorriendo el bellísimo espacio. Pero todo lugar fue para él oratorio ya se tratase de un tren, de una cafetería, comercios… porque tuvo la facultad de vivir en una continua presencia de Dios. Y ese recoleto espacio del Parque de María Luisa acogió sus súplicas de la misma forma que se hizo eco de la soledad y la incertidumbre que padecía.
Absorto en la contemplación de los pétalos de las flores de loto que flotaban en el agua, el entonces futuro fundador de los misioneros identes, vio simbolizado en uno de ellos la fundación del Instituto, la fundación de Sevilla, la primavera de la Iglesia y la poesía, como él mismo narró.
Pero faltaba completar el signo en el que está involucrada la misionera idente y otros aspectos nuevos, y a él nos remitiremos en este blog en próxima entrega, en un momento en que la gran Familia Idente esparcida por el mundo ya camina hacia la celebración del primer centenario del nacimiento de Fernando Rielo.
Por el momento, simplemente añadir que durante unos días en el estío de ese año 1954 Fernando prestó servicios en la Administración Principal de Correos de la capital hispalense. Es otro de los episodios de su vida que no tiene mayor particularidad, a menos que se examine en el contexto de una época para él cuajada de sufrimientos que no se puede abordar aquí.
Isabel Orellana Vilches