Paquita (Sevilla, 1944) es como la llaman los privados de libertad, a los que lleva más de 24 años acompañando en las prisiones de Sevilla. El apostolado lo inició con su marido Salvador, que falleció hace nueve años. Ella ha dado continuidad a este servicio que iniciaron juntos, gracias a un sacerdote “que por inspiración divina” se acercó un día a ellos para proponerles un voluntariado tras las rejas. “Bendita la hora en que dijimos que sí a este plan de Dios”, expresa.
“Empecé a visitar a los presos en las cabinas telefónicas, sin entrar en la prisión, en el año 1997 cuando todavía no existía la Delegación Diocesana de Pastoral Penitenciaria. Fue una religiosa la que me enseñó cómo acercarme, comportarme, acompañarlos y hablarles a las internas”, recuerda Paquita.
“Era muy frecuente que los voluntarios –especialmente los más novatos en el servicio– nos acercáramos a los encarcelados con miedos e inseguridades. Con el tiempo, los voluntarios de esta pastoral se van sintiendo cada vez más a gusto, conscientes que no corresponde al cristiano juzgar o cuestionar la vida del interno, sino de acompañar pastoralmente a través de jornada formativas y catequesis”.
En los centros penitenciarios “las personas tocan fondo y experimentan que la ayuda viene de Dios”, por tanto, “a los voluntarios y capellanes nos toca acompañar las obras de conversión y sanación en la vida de los internos”. Paquita describe con entusiasmo que los voluntarios se convierten “en los ojos de los presos”. Porque en cada visita “nos deshacemos en contarle detalles de cómo está la calle, de las novedades que ocurren, de las luces de Navidad que adornan las principales avenidas. En definitiva, de hablarle de la cotidianidad”.
La Buena Nueva
Paquita reconoce que hay muchos entornos para predicar el Evangelio, “pero llevar la Buena Nueva de salvación y propiciar un encuentro entre el Señor y los internos; incluso de sus hijos y de sus familias, implica un gran desafío. El quehacer pastoral de la delegación es muy distinto, como es lógico, a otras realidades, porque a los privados de libertad les cuesta valorar su dignidad como hijos de Dios. Por eso nosotros los voluntarios no entramos en el delito que hayan cometido, si no que nos dirigimos a ellos como a uno de nosotros. Nos tratamos con familiaridad, con confianza y ellos sienten acogidos”.
Advierte que visitar y acompañar a los internos es una obra de misericordia, porque “durante el apostolado, los voluntarios se convierten para los presos en un referente del amor de Dios. Allí dentro los que quieran pueden superarse a nivel personal y académico, pero, sobre todo, acercarse a la misericordia del creador”.
Paquita pertenece a la Parroquia Santa Ana y confiesa que en cada visita a los centros penitenciarios se pone en manos de Dios y recita internamente las palabras del salmista: “Él Señor es mi luz y mi salvación ¿A quién temeré?”. Agradece las incontables experiencias vividas a lo largo de su misión, “que le han permitido profundizar en el mandato apostólico de ir por todo el mundo predicando el Evangelio”. Afirma que es Dios quien sigue orientando sus pasos al encuentro con los encarcelados en la prisión de Sevilla II, “acompañamiento que no se reduce a la visita semanal, sino que se extiende a lo largo del tiempo con la acogida de los excarcelados que precisan apoyo humano, jurídico y espiritual para su reinserción en la sociedad. En definitiva –añade– “es una vocación acogida con amor que implica salir de ti misma para darte a los demás con generosidad”.