Presbítero
* Cantillana (Sevilla), 30 de enero de 1875
† Lora del Río, 1 de agosto de 1936
61 años
Nació el P. Arias Rivas en Cantillana (Sevilla) el 30 de enero de 1875. Fue bautizado el día posterior en la Iglesia Parroquial de Nuestra Señora de la Asunción, única existente en la villa. Le impusieron los nombres de Francisco de Asís, José, María, Manuel de Jesús, Martín de la Stma. Trinidad. Sus padres fueron José Arias Solís, propietario, y Asunción Rivas Martín.
El 27 de octubre de 1898, con 23 años cumplidos, tras haber obtenido en la Facultad de Derecho de la Universidad de Sevilla el título de Licenciado en Derecho Civil y Canónico, solicitó el ingreso como alumno interno en el Seminario General Pontificio por sentirse “llamado por Dios N. S. al Estado Eclesiástico, deseando corresponder a la divina vocación”. Concluidos los estudios obtuvo en 1905 los títulos de Bachiller y Licenciado en Sagrada Teología.
El 1 de junio de 1901, con 26 años, recibió la Sagrada Orden del Presbiterado; era todavía alumno de Sagrada Teología. Los informes recibidos fueron muy positivos, en especial los del Párroco de su villa natal que le consideraba “un dignísimo aspirante al Sacerdocio, abrigando la confianza de que ha de ser un modelo de Sacerdotes”; además, “durante el tiempo que ha permanecido en esta después de su última ordenación [de Diácono] ha observado una conducta intachable, pudiendo citarse como un modelo de piedad y buenas costumbres; y que en varias festividades religiosas ha ejercido en esta parroquia el Orden Sacro del Diaconado en conformidad a lo que previenen las Sagradas Rúbricas”.
Recién Ordenado recibió distintos encargos provisionales en la propia Sede (adscripción a las Parroquias de San Nicolás y Santa Cruz, Capellán del Convento del Espíritu Santo). En marzo de 1907 fue nombrado Ecónomo de la Parroquia de Santa María de las Huertas (La Puebla de los Infantes, Sevilla) donde, tras ganar el curato mediante concurso, permaneció ocho años. Una enfermedad le llevó en marzo de 1915 a renunciar al encargo, quedando entonces adscrito a la Parroquia de su pueblo natal y, con posterioridad, nombrado en la Sede Coadjutor de la Parroquia de San Lorenzo y confesor de las Reparadoras. Un nuevo concurso le llevó a ocupar el 27 de octubre de 1919 la Parroquia de Ntra. Sra. de la Asunción de Lora del Río (Sevilla) donde ya se encontraba como Coadjutor D. Juan María Coca Saavedra desde 1911, en la que permaneció (también con el cargo de Arcipreste) hasta la muerte martirial de ambos el 1 de agosto de 1936. Su acción en Lora fue muy fecunda.
Las diferencias con las autoridades locales, existentes con anterioridad, arreciaron tras la proclamación de la Segunda República. La protesta por la secularización del cementerio; los intentos del Ayuntamiento de hacerse con una propiedad de la Iglesia (Iglesia de la Merced) para hacer un ensanche; los destrozos de la Iglesia Parroquial, convento y Ermita de Nuestro Padre Jesús en 1931; la reclamación del pago de impuestos y otros, fueron algunos de los difíciles asuntos que el P. Arias Rivas hubo de afrontar entonces, aunque contando siempre con el respaldo de la autoridad eclesiástica.
A partir de la primavera de 1936 el enfrentamiento subió de tono adquiriendo tintes dramáticos que, finalmente, terminaron por afectar a todos. El fracaso del golpe militar del 18 de julio desató una espiral de tal violencia que, en su deriva hacia una inevitable guerra civil, ocasionó en una primera fase y hasta la entrada en Lora del Río el 7 de agosto posterior de las tropas del bando nacional casi un centenar de víctimas. La Iglesia fue objeto singular de esta violencia desatada: el Templo Parroquial y otros edificios religiosos, las imágenes, el archivo, los ornamentos y la mayoría de los enseres destruidos; entre las víctimas, el párroco P. Arias Rivas y su Coadjutor.
Al poco de la sublevación fue detenido y, junto a su Coadjutor, encarcelados en el depósito de detenidos de Las Arenas, anexo al Ayuntamiento, donde recibieron vejaciones de palabra y obra “al solo objeto de escarnecer la dignidad personal y sacerdotal de los mismos, pues para hacer estas cosas eran preferidos a los demás presos”; además “demostraban mucha resignación, dirigían a los demás palabras de consuelo, y muchos de los presos confesaron con ellos en los días y horas que precedieron a los fusilamientos”. No se le instruyó causa judicial alguna: su muerte fue decidida por los dueños de la situación loreña y consumada en las tapias del Cementerio de San Sebastián de la localidad a donde fue conducido maniatado y fusilado en la madrugada del primero de agosto de 1936.
Enterrado en la fosa común fue exhumado su cadáver e instalado en el panteón donde reposan los restos de los asesinados en estas fechas en Lora del Río. Unos meses más tarde su villa natal, Cantillana, acordó rotular con su nombre la calle en la que nació y en la fachada instaló una lápida conmemorativa; otro tanto se hizo en Lora del Río en recuerdo suyo y de su Coadjutor.
Dejó un buen recuerdo de su labor sacerdotal y muerte ejemplar:
“Fue un sacerdote que no se involucraba en ideas políticas, solamente se dedicó a su Iglesia”.
“D. Francisco se distinguía en la predicación. Era amante de la Liturgia. Destacaba porque era un sacerdote muy místico en su labor sacerdotal. Siempre estaba en El Sagrario. Oficiaba misa diaria todas las mañanas. […] Dejó el recuerdo de un buen sacerdote que murió por la Fe y por el hecho de ser sacerdote. Realizó buenas obras de Caridad en Lora del Rio”.