Hay quienes parecen haber llegado a este mundo portando un cúmulo de desdichas, más que las que fueron sumando a lo largo de la existencia. Muchos ignoran que hasta mediados del pasado siglo XX se exhibían a ciertas personas en los denominados zoológicos humanos esparcidos en distintos países europeos. Tratadas peor que a las bestias, esclavizadas y sometidas al escarnio, incluidas familias enteras, en su mayoría procedían de lugares donde se había aposentado la escasez en todas sus vertientes, y cuyo “pecado” en no pocas ocasiones era poseer unos rasgos y cultura distintos de los que manejaron sus destinos. Así, viviendo inmersos en una ceguera moral e intelectual de inmensas proporciones, los prepotentes, los que se creían civilizados, juzgándose superiores atentaron cruelmente contra la dignidad de la que todo ser humano está revestido.
Pero también algunos nacidos con graves malformaciones han sido expuestos en circos ambulantes siendo humillados por espectadores a quienes guiaba una curiosidad malsana. Es decir, una incuestionable vileza en las formas además de la insensibilidad en grado superlativo, junto con la falta de piedad y la conmiseración elementales. Vivían completamente alejados del drama que estas personas llevaban sobre los hombros, simplemente por lo cual deberían haber sido tratados con guante de seda. El realizador David Lynch se propuso mostrar en su film “El hombre elefante” la penosa existencia de John C. Merrick que vivió a lo largo del siglo XIX, y que en su infancia fue aquejado de espantosas deformidades, cuyo origen a día de hoy los médicos no han logrado descifrar a ciencia cierta. John era todo un espectáculo mostrado de feria en feria hasta que un cirujano se lo llevó al London Hospital, lo examinó y lo mantuvo bajo su tutela hasta que murió en 1890 a la temprana edad de 28 años. También el director Bodganovich se hizo eco de la vida de Roy Lee «Rocky» Dennis, que nació con una displasia craneodiafisaria, una deformidad de los huesos faciales y del cráneo que le produjo la muerte a los 16 años. A estas personas podríamos añadir las gemelas Pip y Flip que sufrían microcefalia, Minnie Woolsey que además del síndrome de Seckel, poseía otras muchas discapacidades, Frank Lentini que tenía tres piernas, cuatro pies y otras malformaciones, y otros muchos que actuaron en películas de terror. La verdad es que nadie podrá calibrar jamás cuánto sufrimiento junto tuvieron que asumir.
Algunos han sido ejemplos de superación imponentes como el super conocido Nicholas James Vujicic nacido sin brazos y sin piernas, protagonista del cortometraje El circo de la mariposa. Es admirable su labor como predicador, y la intensa actividad que lleva a cabo como conferenciante y escritor. Un esposo y padre con una conmovedora historia de sufrimiento y de fe, prueba de que el ser humano tiene una capacidad ilimitada de sobreponerse a los dramas de la vida, especialmente si cuenta con el amor incondicional de los suyos. Es un gigante de fortaleza como lo ha sido también Paul Alexandre, fallecido a los 78 años. en marzo pasado, y que vivió conectado a un pulmón de acero casi toda su vida a causa de las gravísimas secuelas de una poliomilietis, entre otras los problemas para respirar por sí mismo. Estaba completamente paralizado desde el cuello. Los médicos dieron por hecho que no sobreviviría. Tenía entonces siete años y medio, pero vivió contra todo pronóstico. Hubo un breve paréntesis en el que instado por su terapeuta y no sin muchísimo esfuerzo logró respirar por sí mismo durante varias horas. Con admirable fuerza de voluntad aprendió a utilizar un palo fabricado por su padre que al tenerlo en la boca le permitía jugar con sus juguetes. Sustituido por un lápiz aprendió a pintar y a escribir con el mismo sistema. De esta guisa se convirtió en el mejor alumno de su clase, y una vez graduado en medio de muchos contratiempos, en la universidad cursó economía, finanzas y derecho. Incluso ejerció durante unas décadas como abogado, teniendo siempre cerca su enorme pulmón de acero. Los años le pasaban la factura y cuando ya vio que no podía respirar por sí solo como antes, pasó el resto de su vida metido en esa máquina, tumbado boca arriba sin otra posibilidad de movimiento. Y en esas condiciones haciendo uso de un bolígrafo sujeto a un palo de plástico, mientras que un espejo sobre su cabeza reflejaba lo que iba escribiendo, redactó sus memorias. Ocho años de arduo trabajo y encomiable tesón.
Si la tentación de lamentarse por algo o añorar la muerte se hace manifiesto al sentirse incapaz de vivir en ciertas condiciones, estos testimonios que transformaron la queja, humanamente más que justificable, por esa capacidad de sobreponerse, como Paul Alexandre, viviendo dentro de esa máquina inmóvil con un ruido casi infernal, nos muestran que el ser humano posee una capacidad inimaginable de enfrentarse a situaciones extremas. Como alguien ha dicho: “Cuando la vida te presente razones para llorar, demuéstrale que tienes mil y una razones para vivir”.
También en la vida santa hay ejemplos memorables, como el de la beata Margherita da Città di Castello que nació con dolorosas deformidades y a la que sus padres, pertenecientes a la nobleza, trataron de forma inmisericorde a finales del siglo XIII. No les bastó recluirla a los seis años en un mísero habitáculo que había en el bosque desentendiéndose de ella, sino que a los quince la dejaron en una abandonada iglesia a merced de toda clase de peligros… Dios cubrió con creces el desamparo de esta virtuosa mujer aunque aún tuvo que padecer otros sufrimientos hasta que se produjo su tránsito a los 33 años, ya entrado el siglo XIV, pero que se sobrepuso a todos ellos por mor de la gracia divina siendo un ejemplo para sus coetáneos. Y es que nuestro Padre celestial nunca abandona a sus hijos y trata con singular ternura a quienes pasan por este mundo en medio de grandes penalidades.
Isabel Orellana Vilches