Eso pedía el Papa Francisco en la JMJ de 2013: «¡Hagan lío!». Lío es distinto que ruido. Lío es inconformismo, dinamismo, energía, atrevimiento, acción.
Ruido es cualquier interferencia en la comunicación. Lo comentamos hace unos días entre comunicadores de la Iglesia, en preparación de la JMJ de este verano en Lisboa.
Allí hablamos del ruido como elemento habitualmente ignorado en el análisis de cualquier proceso de comunicación. Y el caso es que ruido hay siempre. Es imposible evitar totalmente el ruido. Y hasta el silencio puede convertirse en ruido. En una conversación delicada, por ejemplo, hay cuestiones silenciadas deliberadamente que distorsionan el diálogo. Porque hay silencios enmudecedores. Y también silencios ensordecedores.
En la escucha también hay ruido. Hay quien escucha como quien oye llover. El ruido más común en una conversación es el prejuicio, y el siguiente más típico es la interrupción. Aunque hay más: como la distracción, o la escucha selectiva, o la interesada.
Otras veces el ruido está en el contexto. El ruido ambiental vicia la comunicación como la basura el olor de un espacio. Y hay profesionales del ruido como hay profesionales de la basura: inexplicablemente unos viven de ensuciar y admirablemente otros viven de limpiar.
Pero el ruido no puede contra un mensaje bien construido y bien comunicado. Un mensaje atractivo concita atenciones. Un mensaje convincente acalla prejuicios. Un mensaje anticipatorio frena rumores. Un mensaje consistente reduce críticas… Y a pesar de todo habrá ruido. Porque siempre hay quien confunde lío con ruido.
Luis Fontán, consultor.