Cuando se le pregunta a un sacerdote por el comienzo de su vocación, no resulta extraño que aluda a la experiencia de uno o varios sacerdotes felices, realizados en sus vocaciones, que contagiaban a su paso esa alegría. Es el caso de Manuel Carrasco, pacense afincado en Sevilla, que en la actualidad se encuentra en el tercer curso de su formación para el sacerdocio en el Seminario Metropolitano. La cercanía de religiosos maristas, salesianos y jesuitas fue conformando una predisposición que se ha concretado en una llamada de hace veinte años a la que Manuel ha respondido afirmativamente.
Todos los curas que han sido sus referentes comparten las mismas características: “son hombres piadosos y de oración, llenos de entusiasmo y alegría espiritual, capaces de desvivirse por los demás, generosos y entregados, y centrados en la predicación y los sacramentos, concentrados en llevar a todos a conocer mejor a Cristo y amarlo más”.
A hora de dar el paso, Manuel contó con el aval familiar, y con el tiempo, han ido experimentando que “la vinculación de un hijo consagrado con su familia, aunque a veces sea menor en cantidad de tiempo, muchas veces es muy especial, estrecha y valiosa”.
Hasta su entrada en el seminario no tuvo mucha relación con la vida diocesana, así que esta etapa formativa está siendo para él “una ocasión para ir formándome en el estilo, las prioridades, las tareas propias de esta ‘barca’ donde me ha ido poniendo el Señor”. A sus 41 años, es de los alumnos de mayor edad del seminario, y esa diferencia generacional no representa ningún problema…, salvo a la hora de cotejar gustos musicales, cinematográficos, etc.
Destaca el ambiente de piedad que hay en las oraciones y celebraciones diarias, y agradece “la importancia que se da a la convivencia por grupos, y el equilibrio que hay entre actividades comunitarias formales, oficiales y las reuniones y actividades espontáneas que van surgiendo entre nosotros”.
Volviendo la mirada a los ya menos jóvenes con los que compartió aulas en el colegio, Manuel Carrasco considera que ha habido un abandono colectivo y silencioso de la fe. “Bastante gente de mi generación tiene una imagen negativa de la Iglesia o la ven como algo innecesario para ellos relacionarse con Dios”, lamenta. Por ello, cree que la Iglesia se enfrenta al desafío de cumplir dos objetivos de manera equilibrada: “transmitir el depósito de la fe con un lenguaje comprensible y hacerlo de manera que no se rebaje o se descafeíne ese mensaje”.
Su “vocación dentro de la vocación” es la enseñanza, y en la formación del Seminario está descubriendo que la misión del profesor está muy relacionada con el sacerdocio.
“Que se vaya preparando para la lucha”. Este es el primer consejo que daría a un joven que se estuviera planteando la vocación. “El sacerdocio es identificarse con Cristo. Así que no es que uno vaya a ser el centro de atención, el más admirado, el más aplaudido o el más comprendido por todos. Habrá contradicciones, dificultades. Pero habrá también mucha entrega hasta la extenuación, tiempo dedicado a Dios en el servicio a los demás, calmada alegría”, concluye.
Manuel Carrasco, seminarista (3º curso. Badajoz, 41 años)