Durante los veranos de los años de Seminario quise conocer cómo vivían y trabajaban los misioneros españoles en las distintas partes del mundo. Después de haber vivido experiencias con misioneros en Turkana (Kenia), Bombay (India), Santa Cruz de la Sierra (Bolivia), Humahuaca (Argentina), Itacuatiara (Brasil), Huacho (Perú), Bronx (Nueva York), y de haber conocido las distintas realidades, surgió en mí la vocación misionera. Por ello, animo a los prelados a incluir experiencias misioneras en la vida de los seminaristas.
Elegí partir a misión con la OCHSA (Obra para la Cooperación sacerdotal hispanoamericana). Esta consiste en un contrato de tres años prorrogable entre el Obispo de origen y el de destino. No hay más intermediarios ni estructuras. Escogí esta opción, en primer lugar, porque me permitía elegir el país, e incluso la misión concreta. Otra razón importante es que yo no quería más estructuras ni más jefes, con la espiritualidad diocesana y bajo la jurisdicción de un Obispo era suficiente para vivir mi vocación diocesana en misión.
Teniendo en mi mano el globo de la Tierra, y pudiendo elegir, elegí Perú. Y concretamente, la ciudad de Huacho para trabajar con un misionero sevillano: el padre Pepe Gavilán.
Para los españoles, Hispanoamérica es la proyección natural por el idioma, la cultura, la historia que nos une y hermana durante varios siglos. Aquí me considero realmente “un hermano en la fe» conviviendo y caminando junto al Pueblo de Dios: Hablo su idioma, tenemos la misma religión, muchos registros y esquemas sociales y culturales parecidos; puedo entender a un niño y a un anciano, y ellos me entienden.
Después de quince años entregado a la Misión, he decidido convertirme en «misionero ad vitam», es decir, misionero de por vida y morir en misión.
Más información: www.iglesiadehualmay.com
Juan Fernández-Salvador,
Sacerdote misionero