Los monjes y monjas de clausura no se recluyen para huir del mundo y olvidarse de los problemas ajenos, nada más lejos de la realidad. Optar por la vida contemplativa e ingresar en un convento de clausura no significa liberarse de toda clase de problemas y circunstancias que puedan afectar al resto de las personas, ni mucho menos. El monasterio está concebido como un microcosmos y, como tal, está sujeto a las mismas situaciones que puedan darse fuera de él. Solo la observancia de unos votos, la renuncia a la promoción personal y la competitividad, en un ambiente de silencio y recogimiento para favorecer el encuentro con Dios, pueden caracterizar una opción de vida que, sin que suene a tópico, no se aparta del mundo, sino de lo mundano.
Como he escrito en varias ocasiones en esta misma sección, al otro lado del torno se encuentran personas normales que se entregan a Dios por entero y también lo encuentran en aquellos que se acercan al monasterio. Quien recibe al que llega al monasterio o al peregrino, al mismo Cristo recibe, como dice entre otras la Regla de San Benito. La acogida puede hacerse en los locutorios a través de la escucha y el diálogo con quien busca del consejo y la orientación espiritual o a través de las hospederías que muchos monasterios mantienen abiertas para aquél que quiera compartir con la comunidad unos días de estancia y oraciones.
Hospedarse en un monasterio no es hacer parada y fonda para realizar turismo por los alrededores de una forma económica y un tanto pintoresca. Quien se haga ese planteamiento, no cabe duda, saldrá desilusionado. Las hospederías monásticas solo tienen lo necesario, son austeras y carecen de televisión, barra de bar o salón de té para establecer relaciones y hacer negocios. Tampoco su cocina es innovadora, exótica y llena de delicatesen. El tiempo pasa lentamente, las horas se hacen largas y hay que saber estar gran parte del día a solas con uno mismo, cosa de la que no todo el mundo es capaz. En ninguna hospedería monástica he visto que entre sus normas figure la obligatoriedad de participar en los rezos o la Eucaristía de la comunidad, puedo asegurarlo, pero quien no lo haga, al menos en parte, pierde la oportunidad de asistir al momento central de la vida monástica que es la oración comunitaria, la denominada Liturgia de las Horas, y la celebración de la eucaristía como eje central de la vida del cristiano.
En nuestra diócesis existen varios conventos y monasterios que ofrecen alojamiento para quien quiera pasar unos días en contacto con la comunidad. Son lugares, nunca mejor dicho, de paz y oración. En la sencillez de una celda en la que solo existen una cama, una silla, una mesa para leer, estudiar o escribir, un armario para la ropa y un pequeño cuarto de aseo, está todo lo necesario para mirar hacia dentro, buscarse a sí mismo en un ambiente de silencio que, en el caso del creyente, facilite el encuentro con Dios. Las jornadas adquieren una pausa y una perspectiva que nada tienen que ver con el ajetreo y el estrés del mundo que nos rodea.
Algunos monasterios tienen hospederías consolidadas, como Santa Rosalía o Santa Clara de Marchena, otros, como San Leandro, están en espera de terminación de las obras. Los hay que la ofertan solo para fines vocacionales o para grupos de oración como ocurre en el Espíritu Santo. Sin duda se trata de una grata y fructífera experiencia.
Ismael Yebra