III semana| Dios me llama por mi nombre a seguirle

Oración de María Magdalena tras la muerte de Jesús

Mi Alcázar

Desde que me encontraste,

lograste que viera con otros ojos,

que sintiera de otro modo,

que esperara de todo.

 

Hiciste que viviera en una cúspide,

donde me faltaba el oxígeno cuando te veía exponerte,

donde todo parecía más limpio cuando te mostrabas,

donde todo tenía sentido cuando las manos alzabas,

donde descubrí en tu acogida la extensión que amabas.

 

Jesús, maestro, amigo,

Cristo, sacrificado, peregrino.

No hacía falta que murieras,

pero bien sé que era para hacernos testigos.

 

Ahora te miro a ojos, y sólo salen gemidos,

te miro las manos, y brotan suspiros,

te miro tu muerte, y muero contigo.

 

Déjame maestro mío,

que mantenga las fuerzas

para hablar de ti a tus amigos,

que conserve la esperanza

y avivar los corazones de tus escogidos,

que retenga mis ganas

de morir para devolvértelos vivos.

 

Sé que no nos has dejado,

no puedo vivir sino pensándolo,

pero ayúdame por favor

para saber mostrárselo.

 

Mi Alcázar,

Mi libertador,

Aquel que todo me diste,

al que todo le debo,

que rica me hiciste,

dándome el mayor consuelo,

Regálame una vez más,

ser luz en este duelo.

Y que otros confíen,

aunque yo por dentro muero.

Meditación

Dice uno de los mandamientos que no hemos de pronunciar el nombre de Dios en vano, lo expresa así no solo para que evitemos insultar o menospreciar usando el nombre de Dios, también lo dice buscando que en nuestra vida interior ahondemos en el acercamiento a Dios con precaución para evitar desgastarlo o trivializarlo. No le falta razón a esta idea, y es que en nuestra vida de oración acabamos por mundanizar a Dios de tanto acercárnoslo o, lo que es igual de peligroso, acabamos por divinizarnos a nosotros al ponernos al mismo nivel de Dios.

El hombre tiene un lugar en el corazón de Dios, descubrirlo y profundizar en él es una clave preciosa de la vida de fe del cristiano. Tan es así que Dios nos llama por nuestro nombre (cfr. Jn 10,3), sabe quiénes somos, somos importantes para Él, no hay oveja que no esté bajo su atenta mirada. No una mirada que riñe o que está pendiente de castigar, esa sería la de quien está cansado o desanimado con la tarea, sino con una mirada que disfruta y se compadece en nosotros. Una mirada de Padre por supuesto, pero igual que un padre nunca es un amigo si quiere ser buen padre, un hijo nunca debe ser un amigo si quiere ser un buen hijo. Dios es nuestro Padre y Él se hace hombre para elevarnos a nosotros como cuando coge a un niño y lo levanta para que vea lo mismo que Él ve. Pero es peligroso cuando un niño se cree igual al padre pues puede acabar haciendo cosas que distorsionan la relación.

En la vida de vocación Dios ha visto en nosotros cosas preciosas, nos ha dado la vida y lo ha hecho soñando con lo que podemos ser, lo que podemos alcanzar. Para eso como un Padre con su hijo, nos eleva buscando que lo veamos nosotros también, lo soñemos nosotros también. Pero ciertamente nos deja luego en el suelo para que seamos nosotros quienes al crecer vayamos decidiendo qué ver y qué camino elegir. La vocación es un don de Dios, es su sueño, pero igual que haría mal un padre intentando que sus hijos cumpliesen sus sueños, Dios no necesita que los cumplamos tampoco. Él solo muestra los dones que tenemos, y somos nosotros quienes libremente elegimos uno u otro camino.

Abrazarle con todas las consecuencias

Ciertamente los dones están ahí, y con ello podemos aprovecharlos para lo que Dios nos soñó o para lo que nos interese. Ahí radica parte de la enorme riqueza que tiene la vocación. Somos libres, eso es indiscutible. Lo somos tanto para aceptar o rechazar, como para aprovecharnos o ser generosos. Dios da gratuitamente, lo da porque en su sueño de la humanidad nos quiere y quiere para nosotros algo precioso. Pero desde el punto que podemos rechazarle sin que eso disminuya un ápice su amor por nosotros, hasta el punto de abrazarle con todas las consecuencias sin que eso haga que nos quiera más a unos que otros, Dios siempre estará ahí para nosotros. Dios no nos llamará abandonados ni desfavorecidos, nos llamará para siempre sus favoritos nos llevará como corona o diadema real para lucir la maravillosa obra que ha creado a su imagen, nos alzará con orgullo (cfr. Is 62, 1-5).

“Aquí estoy Señor para hacer tu voluntad” (Salmo 39), siguiendo tu Palabra encontramos en nosotros actitudes y deseos que nos orientan en la diversidad de dones que Dios nos ha dado, entre la diversidad de ministerios que Dios ofrece (cfr. 1 Cor 12, 4-11), en la diversidad de oportunidades que este mundo da y que Dios ilumina para nosotros con su constante luz diaria. Hemos de dejar de lado la imagen del Dios mago que convierte nuestros deseos en realidad, ese genio de la lámpara maravillosa que al frotarla te otorga tus deseos más profundos. Es fundamental descubrir que esos deseos son, la mayoría de las veces, simples consolaciones que nos alejan de un bien mayor y que finalmente traen consigo mayores desolaciones. No son consuelos verdaderos, no hay profundidad en ellos. La madurez de la vida, el choque con la realidad de dolor y sufrimientos que este mundo posee y que es inevitable, puede hacernos pedir deseos que a la vuelta de la esquina se muestren absurdos al enfrentarnos al siguiente conflicto inevitable.

No podemos pretender que la vida sea un valle de bondad, “todos sirven el mejor vino al principio” Jn 2, 10, tampoco es necesario que la vida sea un “valle de lágrimas” (Salmo 84) en el que establecernos. La clave es aprender a atravesar el valle de lágrimas para alcanzar meritoriamente el mejor vino que hay al final. Dios nos va guiando en este caminar, y nos descubre cómo tras los buenos pasos hay consolaciones temporales que permiten entrever que ahí hay elementos que merecen la pena explorar. Seremos nosotros los que distraídos o atentos decidamos si adentrarnos o conformarnos. No seamos exigentes, Dios gusta del gozo del hombre, pero se cuida de falsas consolaciones. Esas falsedades que nos parecen de Dios y que sencillamente son una proyección de nuestros gozos, estas son totalmente distintas de las elecciones honestas que inspiradas en el Amor de Dios nos muestran consolación sincera.

Para este camino es fundamental un proceso de conversión que nos asegure suficiente libertad para tomar la elección, suficiente madurez para afrontarla, y suficiente amor para acogerla con gratitud.

Aprender a discernir es aprender a descubrir, a adentrarse en nuestra realidad sin miedo a reconocer debilidades, temores y vergüenzas. No somos los errores cometidos ni los deseos insatisfechos, somos más bien lo que hacemos con ellos. Y aquí es donde hemos de descubrir que Dios nos llama por nuestro nombre, que nos conoce y ha visto en nosotros algo que nos hace estar ahí, que nos identifica frente al resto de la humanidad. Discernir es por tanto también un ejercicio de honestidad en nuestros dones y en cómo ponerlos al servicio del bien común.

Aceptar la parte inevitable de la vida, forma parte de una vida comprometida del cristiano, igual que aceptar lo evitable y remangarse para evitarlo. El reto está en descubrirnos, conocernos, amarnos y en ese proceso amar lo que hay tras cada una de las personas y que permanece oculta aún pero que con el amor de la mirada y la escucha sale a la luz.

Fe plena y auténtica

Es un camino de fe, y a lo mejor descubrimos que la clave es que nos falta fe, o más bien que la fe no es tan fuerte como quisiéramos al estar atenuada con nuestros quereres más mundanos. Es importante entender que si la fe conduce hacia nosotros mismos no necesita pruebas, ni milagros, por ello una fe integradora es más auténtica que una fe de milagros, es decir, la Gracia de la fe al ser descubierta y vivida, plenifica y autentifica al hombre. Por eso desprendernos de una fe ligada a los bienes que poseemos y ligarnos a una fe que busca la riqueza interior, es la clave para una vida más plena.

Si alguien dijera que quiere tener fe, es como si dijera que quiere amar y ser amado. Este acceso debe ser encontrado y no buscado, sino sería utilitarista, debe partir por tanto de una total generosidad para ser puro y auténtico. No debe partir de una necesidad, aunque descubra lo necesario de ser amado para ser pleno. Y debe provocar un vacío donde llene su presencia y muestre su vinculación íntima con el propio ser. El amor es descubrir el yo más pleno al sumarle el tú más generoso que colme de dicha el vacío interior.

Para esto se hace imprescindible que la libertad es una exigencia que nace del convencimiento y conocimiento de la persona. Ser libres es llegar a ser lo que eres, es decir, tener la audacia para expresar, exteriorizar, todas esas potencialidades latentes en la persona. La libertad tiene más que ver con liberación que con libertinaje. Una liberación interior de todo aquello que nos impide desplegar las velas de la propia vocación y adentrarnos “mar adentro” en la búsqueda del don recibido y de la Gracia que Dios alienta.

Compaginar la búsqueda interior con el don a los demás, el bien común, es que el cristiano descubra la riqueza de dar lo que Dios ha puesto en él pero que aún no ha descubierto. La revelación nunca es plena, siempre es parcial. Vamos desvelando nuestro interior poco a poco, igual que vamos comprendiendo lo externo con el transcurrir de experiencias y vivencias. Nuestra propia percepción de nosotros sirve de herramienta de interpretación, nuestro encerrarnos obstaculiza la capacidad de descubrir cuanto Dios ha puesto en nosotros. Es un desvelar precioso en el que Dios ha puesto la perla escondida en nosotros, y nosotros vamos viendo las señales de su existencia al adentrarnos en el conocimiento de Dios en los demás.

“Antes de formarte en el vientre materno, yo te conocía; antes de que salieras del seno, yo te había consagrado, te había constituido profeta para las naciones” (Jer1, 4-5), antes de que la conciencia humana fuera consciente, Dios ya soñó con cada uno de nosotros, ya gustó de verte, de olerte, de reconocerse en ti como su imagen y ver todo lo que podríamos llegar a dar. Qué preciosa imagen esa de unos padres viendo la ecografía o escuchando los latidos de su futuro hijo. Qué precioso descubrirnos así mirados por Dios, aquel que ve en nosotros cómo somos su alcázar desde donde conquistar el mundo. Toda una riqueza de saber que tenemos a Dios como nuestra fortaleza (salmo 71), desde la que elevarnos hacia Él y desde la que contemplar el mundo con ojos de amor y misericordia.

Esperanza infinita la que tiene nuestra vida, la que sirve de puente para abordar el carisma que Dios nos ha regalado, perseverancia eterna hacia el don que nos hace, hacia la mirada que tiene sobre nosotros.

Puntos de meditación para esta semana:

Contemplar una escena bíblica, la samaritana del pozo

Qué bonito es dedicar un momento a recordar historias de nuestra vida, intentar recordarlas con todo lujo de detalles. ¿Cuándo fuiste feliz, quienes estaban ahí, qué olía o incluso qué comiste y bebiste? Detalles que hacen de los recuerdos más vivos. Un evangelio precioso para realizar este ejercicio es el de la samaritana del pozo (Jn 4,5-42). Dialogar con Jesús, ¿Cómo es que me pides cosas a mí? Tú que lo tienes todo. ¿Qué puedo darte yo que Tú no tengas? Amor es su respuesta, falta que le quieras, que quieras a todos como Él lo hace. Intenta hoy mirar con esos ojos a las personas que te rodean, ellos son lo que Dios quiere hoy para ti.

Señor dame comprensión para ver el camino que he de vivir, fuerza para aceptar mis debilidades, ilusión para apoyarme en mis fortalezas, y alegría para saber compartirlas con generosidad.

Contemplar una conversación con Cristo la noche de las tres tiendas

Otro de los evangelios preciosos para contemplar en estos días es el de la transfiguración de Jesús (Mc 9, 2-10), aquel en el que se presenta a los tres discípulos con todo su esplendor. ¿Podría hoy recordar los lugares más bellos? ¿Las conversaciones más bonitas? ¿Las personas que me han dado vida? ¿Podría en definitiva vivir durante este día en el deseo de revivir esos momentos y al mismo tiempo en la búsqueda de otros nuevos? Demasiadas veces dedicamos tiempo con nuestros amigos a recordar lo vivido, pero no cogemos el móvil y cerramos cuando será la próxima. Demasiadas veces nos llenamos de buenos propósitos, pero no de buenos compromisos. Comprométete hoy contigo.

Señor dame conocimiento para reconocer los momentos que me han marcado, aquellos que han desorientado mi vida, esos que me han herido y los que me han ilusionado. Que sepa descubrir los motores de mi vida, y las anclas que me lastran, y de todo ello aprenda cuanto hay en mí de tu grandeza cuando me amas.

-Pedir gracia para aceptar el camino

Benedetti deja en uno de sus poemas que “todo es según el dolor con que se mira”, ciertamente la vida es el dolor que se vive, pero también la gracia que se tiene. Demasiadas veces el dolor lo revivimos con total exactitud, en cambio la gracia queda diluida con el tiempo. Nos falta ejercicio de retener los detalles de esa gracia, de ese amor. Valorarlo tanto en lo que es que no necesitamos tantas veces que se repita como que este recuerdo siga generando en nosotros luz.

Señor dame la Gracia de descubrir todas las riquezas que mi vida sí posee, que no me ahogue el agobio y la tristeza por aquello que no tengo, que brillen mis ojos ante cada regalo del nuevo día, y que mi amor sea el motor de mi vida.

-Separar mis deseos de los de Dios

Ainsss, qué bonito sería que lo último del día fuera un beso, y lo primero una acción de gracias. Qué bonito sería que descansásemos en la certeza del trabajo bien hecho, y nos levantásemos en la esperanza de lo que haremos. Qué importante es saber dejar cosas en la mesilla de noche para dormir en Dios y en los demás, y al levantarnos recogerlas para con nuevas fuerzas retomarlas. Hoy es un buen día para intentar en todo separar mis deseos de los de Dios. Los de Dios hablan de plenitud, los nuestros hablan solo de algo más temporal. Un buen propósito en este día es dejarnos sorprender, hoy pasará lo que Dios quiera que pase, y yo intentaré hacer aquello que pueda con todo ello.

Señor dame la Gracia de descubrir todas las riquezas que mi vida sí posee, que no me ahogue el agobio y la tristeza por aquello que no tengo, que brillen mis ojos ante cada regalo del nuevo día, y que mi amor sea el motor de mi vida.

¿Quién soy yo para que me visite mi Señor?

Hay una oración de acción de gracias, una oración de contrición por el dolor de nuestros errores, una oración de perdón a otros, una de adoración a la vida. Y ¿Por qué no una oración de humildad en la que reconozcamos que tenemos muchas veces más de lo que nos merecemos?, que hemos tenido muchas cosas y momentos que hemos desaprovechado, y que ahora humildemente queremos reconocerlos y aprovechar el momento presente para sacar lo mejor de nosotros.

Señor dame Fuerza para romper mis miedos, Ilusión para superar mis vergüenzas, y Amor para curar mis culpas. Dame tanta Esperanza en que Tú me acompañas que nada me turbe el camino. Dame la compañía y el saber valorarla para superar los obstáculos. Y hazme ser instrumento para otros que me necesiten para lograrlo también.

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