Inteligencia, voluntad y afectividad: cuando hablamos de estos tres términos nos referimos a lo que sabemos, lo que hacemos y lo que sentimos…
Tenemos que partir de la gran importancia de nuestro CUERPO, porque en él es donde está todo esto. El cuerpo no solo me sirve para ir a unas grandes superficies y comprarme ropa de temporada, para pintarlo y decorarlo como si fuera una casa, o pasearlo como una obra de arte para ser admirada por los demás. Mi cuerpo es el primer y gran regalo que he recibido en mi SER, el don infinito que constituye mi persona; de ahí la importancia que tiene aceptarlo y vivir tal como somos.
Mi cuerpo es el primer Don que Dios me regala como hombre y como mujer. Desde que nací, tengo unos órganos que identifican mi SER, he aprendido cosas, he tomado decisiones, tengo unos sentimientos que han ido creciendo conforme el paso de los años y todo se ha moldeado también en virtud a las relaciones que he mantenido con los que me rodean: mi familia, mis vecinos, amigos, compañeros de estudio… todos ellos me han aportado lo suficiente para que hoy, después de más de cincuenta años, pueda ser quien soy.
Es mi inteligencia, mi voluntad, la que gobierna mis acciones, y mi afectividad la que configura mi realidad de persona. La inteligencia es mi capacidad de pensar, entender, razonar y usar la lógica. La voluntad es la que decide y ordena mi conducta, mi comportamiento. Y la afectividad es el conjunto de mis sentimientos, emociones y pasiones. Dependiendo de a cuál de ellas le demos la preponderancia, así será nuestra configuración como persona.
Tenemos que valorar, y dar gracias, por todas y cada una de las personas que están a nuestro alrededor, ya que ellos, aunque iguales a nosotros en la naturaleza de persona, son diferentes en inteligencia, en voluntad y afectividad. Y esto es lo que enriquece a este planeta y lo que me enriquece a mí personalmente, pero siempre con este equilibrio importante de la valoración del ser y del cuerpo, como templo donde nosotros, con mirada de arriba, con mirada sobrenatural, podemos ver la grandeza de toda una creación humana que salió de las manos de Dios.
Yo, como mujer, como persona, soy el centro de la grandeza de una creación humana, que fue creada “en el Amor”, “por Amor” y “para el Amor”. Mi principio, mi razón y mi fin último es el Amor, ese bien y don que me hace vivir en plena felicidad y con alegría, de valorar quien soy y valorar a los que me rodean.
Cuidemos nuestros cuerpos, nuestras vidas, nuestras emociones y afectos, formemos nuestra voluntad para que sea recta, y cuidemos sobre todo el gran tesoro que es nuestra alma, donde encontraremos el verdadero Amor y razón de nuestra existencia.