En este año se cumple el cuarto centenario del encargo de la imagen del Santísimo Cristo del Amor a Juan de Mesa y Velasco, el 13 de mayo de 1618, junto a una dolorosa de candelero, que fueron entregadas ambas en junio de 1620.
Venerado en la iglesia colegial del Divino Salvador, de Sevilla, el Cristo del Amor está realizado en madera de cedro y representa el momento en que tras expirar, Cristo ha inclinado su cabeza, como nos relata el Evangelio de Juan (Cf. Jn 19, 30). Aparece con la corona de espinas y clavado a la cruz por tres clavos, con el pie derecho sobre el izquierdo y cubierto por un bello sudario inspirado en el que Martínez Montañés, maestro de Juan de Mesa, realiza en el Cristo de la Clemencia de la Catedral de Sevilla. El Cristo del Amor ha tenido tres restauraciones conocidas: una en 1900, otra en 1960 a cargo del escultor Francisco Buiza y la tercera en 1982, por José Rodríguez Rivero-Carrera.
Juan de Mesa esculpe un rostro lleno de hermosura y unción, capaz de transmitir a la perfección el concepto del Amor divino, y de hacerlo visible al fiel que ante esta portentosa imagen descubre la única causa de la muerte del Hijo de Dios: el amor.
El pelícano, signo del amor
Procesiona el Domingo de Ramos sobre un paso que es, junto con el del Gran Poder, uno de los más antiguos de nuestra ciudad; contratado en 1694, fue tallado por Francisco Antonio Ruiz Gijón, autor del Cachorro, y en él aparecen cuatro ángeles que portan la leyenda: “Amor y socorro a los encarcelados”, que nos recuerda el origen de esta Hermandad, ya que fue fundada en el siglo XVI para socorrer espiritual y materialmente a los presos de las cárceles sevillanas, cumpliendo así el mandato evangélico del amor, por medio de la caridad para con los privados de libertad.
También de Ruiz Gijón es el pelícano que aparece a los pies del Cristo del Amor, símbolo que desde los primeros Padres de la Iglesia es usado como signo del amor y de la entrega eucarística de Jesús. San Isidoro de Sevilla recoge en sus Etimologías la creencia de que el pelícano vuelve a dar la vida a sus polluelos muertos, hiriéndose a sí mismo y rociándolos con su sangre; así la sangre de Cristo derramada en la cruz es prenda de salvación y resurrección para los cristianos. Otra variación de esta creencia afirma que cuando no tiene alimento que dar a sus crías, el pelícano les da a beber su propia sangre, por lo que es usado igualmente como signo eucarístico.
Antonio Rodríguez Babío (Delegado diocesano de Patrimonio Cultural)
Fotografías de Fran Silva