Junio es, y ha sido, un mes especial … el mes luminoso por antonomasia.
Treinta días de hechos, situaciones y encuentros plenamente luminosos. Pues transcurridas escasas semanas desde el Triunfo de la Luz sobre la Oscuridad, es decir, de la Resurrección de Cristo vencedor de la Muerte, y la Fiesta de la Ascensión a finales de Mayo, conmemoramos la Venida del Espíritu Santo en la jornada de Pentecostés y, con posterioridad, arropamos a Dios -hecho primicias de trigo y vid- en la mañana del Corpus Christi en Sevilla.
Nada más lejos lo anterior de querer ser una visión arrobada o simplista de una concatenación de efemérides religiosas.
Durante el año litúrgico asistimos a las Lecturas donde los episodios de la vida del Señor nos acompañan con Jesucristo en primera persona: enseñando, curando, consolando, prometiendo, asegurando, fortaleciéndonos. Pero parece que, tras la Ascensión, al creyente le invade una suerte de equívoca nostalgia, como si pensara que el Señor ya nos está y nos ha dejado un tanto desamparados.
La Luz de la presencia del Espíritu Santo
Ahí entra, a mi entender, la verdadera potencia de estas fechas. Porque es la Luz de la presencia del Espíritu Santo, la que imbuyó a los Apóstoles reunidos y abatidos por la tristeza, Quien se hace presente en nosotros los creyentes: “Yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin del mundo”. Y esa promesa se hace certidumbre para cada día de nuestra vida pues, a través de la realidad de Pentecostés, acogemos en nuestro ser el Espíritu de Dios para dar testimonio de Cristo y anunciar su Buena Noticia en nuestras casas, en nuestros barrios, en nuestros trabajos, en todo lo que nos rodea.
En la Fiesta del Corpus reverenciamos a Dios, en los frutos terrenales de la espiga de trigo y el pámpano de vid, y le damos lugar de honor en las calles y en las iglesias, engalanadas por fieles y cofrades. Es una Fiesta Grande de Sevilla en la que, además, se ofrece un verdadero derroche de sensibilidad y estética. Y en la que los sentidos, con el aroma de la juncia y el romero alfombrando el camino de la Custodia o la fragancia de las flores y la cera de altares, o el gozo de escuchar cantigas antiguas y cantos eucarísticos populares, juegan un decisivo papel.
Y la luz … la Luz de Junio
Envueltos en el aura luminosa del Jueves más hermoso corretean chicos y mayores, manos infantiles asidas de las manos de los abuelos, manos maduras unidas por la complicidad y el cariño de tantos años.
Es esa Luz, que va más allá de la Física, y que nos provee de una conciencia esencial. Una Luz que nos busca y que, penetrando en nosotros a través de los ojos, también emana de nosotros y se irradia hacia el mundo como una expresión de pura presencia. Con la Luz del Espíritu Santo, la que atrapamos en esas fechas señaladas, nos fortalecemos cada día: la vida que compartimos, el amor que ofrecemos y el trabajo y las obligaciones cotidianas son el reflejo con el que respondemos a la Llama de Pentecostés y al Esplendor que rodea al Pan de Vida en la Custodia de Arfe.
Contemplo ese fulgor en tantas miradas límpidas de amigos y amigas de sonrisa luminosa, personas que dan tanto y que, a su vez, exigen poquito pero siempre labores dulces y reconfortadoras (hacer una visita, escribir un artículo). También la advierto en el centelleo de las palabras de esos curas que, en sus homilías, nos hablan del Jesús líder que nos señala ideal y misión y, a la vez, nos regala Su Gracia y Su Fuerza que nos sustentan y nos refuerzan.
Luz de Junio en la mirada de mi padre
Y, por último, advierto la tenue Luz de Junio en la mirada de mi padre, hombre aparentemente indomable y a la vez cansado, que no se resigna a ser vencido por su vejez – casi centenaria a diez años vista- y que prosigue esperanzado, sostenido por su fe y por su propia naturaleza, empeñado en ser útil, compartiendo, enseñando. Y siempre estudiando y todavía sorprendido ante las maravillas que el propio estudio de la luz, en el mundo de la Física, nos depara en estos tiempos.
Que el Señor nos conceda vivir muchos Junios plenos y dichosos. Que, vengan bien o mal dadas las mañanitas de Junio (por disgustos o contrariedades) seamos capaces de extender esos Gozos de Días señalados (o señalaítos) a cualquier fecha del año.
Y que siempre nos sintamos acompañados por la presencia real del Espíritu de Dios todos los días de la vida.