El delegado de Pastoral de la Salud, Manuel Sánchez de Heredia, nos cuenta a través de sus palabras el testimonio de Javier, un ursaonés al que conoció cuando estaba destinado en la localidad y al cual ha acompañado durante los meses de enfermedad.
Como capellán del Hospital Universitario Virgen del Rocío, a lo largo de los años que llevo ejerciendo el ministerio en el mismo, en muchas ocasiones me he encontrado con enfermos que dejan preciosos testimonios de fe. El último ha sido un joven ursaonense, Javier, a quien conocí cuando fui destinado, recién ordenado sacerdote, a la villa ducal de Osuna, al vivir a dos números de su casa. Entonces tenía 17 años, joven, alegre, deportista, cofrade, educado y muy amable. Recuerdo encontrarlo muchas veces en ropa de deporte, cuando venía de correr y nos parábamos a intercambiar alguna conversación.
Hace unos meses ingresó en el hospital aquejado de diversas complicaciones por el tratamiento oncológico para un sarcoma que respondía de forma atípica, según me decía bromeando. Cada día recibía la Eucaristía con profunda devoción, reflejando en su rostro una serena sonrisa y una mirada llena de paz. En la conversación manifestaba una gran confianza en Dios, que le sostenía en aquella situación de debilidad, y le ayudaba a afrontar las complicaciones que se iban sucediendo. Javier daba gracias a Dios por el tesoro de su familia y amigos que se turnaban para acompañarlo y atenderlo en sus necesidades, de modo que su querida esposa pudiese atender a su pequeña de dos años y medio. Sus hermanas, hermano, primos y amigos organizaron un cuadrante para acompañar día y noche, para ir turnándose con María José, su esposa.
Afirmaba haber perdido la vergüenza porque tenían que ayudarle a todo y limpiarlo por las noches. En ellos descubría la cercanía de Dios, que mueve el corazón y lo llena de amor. Nunca salió de sus labios una queja, ni la típica pregunta de tantos, ¿por qué a mí?; solo manifestaba confianza en Dios y esperanza en ganar batallas. Y a cada complicación que surgía se reía repitiendo que la doctora le decía que todo era atípico en él.
Cada visita lo encontraba más consumido físicamente pero muy entero espiritualmente y aunque nunca lo dijo, creo que sabía que el final se acercaba, cada semana, con más rapidez.
Su doctora, Lourdes Moreno, y todo el equipo de Medicina Interna (personal de enfermería, auxiliares, personal de limpieza) han sido maravillosos en el trato amable, delicado y profesional, generando mucha confianza. Todos lloraron al despedirlo, afirmando que era muy especial. Incluso una oncóloga llegó a decir “por menos beatifican, Javi tiene un halo de santidad”.
Las visitas de su amigo desde la infancia, monseñor Ramón Valdivia, obispo auxiliar de Sevilla, y saber que tantos rezábamos por él, reconocía darle mucha fuerza interior.
Hace unos días partió a la casa del Padre, al despuntar la aurora, como Cristo Resucitado al amanecer el día. Gracias a Dios por haberlo cuidado y cuidarlo ahora en el cielo, gracias a todos los que lo cuidasteis por vuestro testimonio, gracias a esa impresionante cadena de oración donde hubo tantos eslabones en tantos lugares. Gracias, Javier, por tu fe y tu ejemplo al afrontar con serenidad y apoyándote en Dios la fatal enfermedad. Gracias, Señor, “por tantos santos en la puerta de al lado”, como dice el papa Francisco.