Antes de iniciar el contenido de este último post de la serie que estamos dedicando a la Navidad, les quiero recomendar un libro que mis hijos les han pedido a los Reyes Magos para mí. Su título es Vida de Jesucristo, escrito entre 1846 y 1849, y su autor es Charles Dickens, el mismo autor de Cuento de Navidad, Tiempos difíciles o Historia de dos ciudades, obras en que la Navidad está presente como esencial protagonista. El libro que les indicamos es muy singular. El autor manifestó que no se publicara hasta la muerte de todos sus hijos, para los que realmente lo escribió. Este hecho ocurrió en 1933 y desde entonces alcanzó la luz pública, siendo traducido al español común en 1954. En la introducción de Enrique García-Máiquez de la edición que nos ha regalado el año 2022 figuran pistas importantes para entender el libro que recomendamos en este tiempo de Navidad. Dickens contó la historia de Jesús para sus hijos escondida en el tiempo como una joya familiar oculta, como una joya en negro sobre blanco que expone la intimidad más sagrada de su relación paterno-filial. La primera frase del libro es: “Queridos hijos míos, siento gran impaciencia porque sepáis algo de la historia de Jesucristo, pues todos debían conocerla. Nadie existió nunca que fuera como Él, tan bueno, tan amable, dulce de carácter y compasivo con los malos, enfermos o miserables”. Charles Dickens fue un hombre de fe que también quiso transmitir a sus hijos en unos tiempos difíciles para mucha gente, ayudando a formar cristianos integrales que imiten el mensaje de Jesús. Dice Dickens a sus hijos en su libro, extensible a todos los hijos de la Tierra: “No olvidéis esto jamás, conforme vayáis creciendo. No seáis nunca orgullosos, ni groseros, queridos míos, para ningún pobre. Si son malos, pensad que hubieran sido mejores de haber tenido amigos cariñosos, hogares confortables y una conveniente educación”.
El blog que siguen se llama Iglesia y Ecología, por ello, conviene analizar la última frase de Dickens que hemos expuesto en el párrafo anterior. Pone de manifiesto la idea ecológica esencial de matriz ambiental. Por otro lado, este concepto llevado al ámbito social está bien establecido en importantes filósofos. Si todo el mundo tuviese a lo largo de su vida una matriz ambiental adecuada, especialmente en sus variables sociales y económicas, posiblemente no existirían muchos de los problemas que padecemos emanados de situaciones de exclusión y pobreza. Pensemos en el denominado ascensor social en España, que muestra una realidad vergonzosa que como cristianos debemos denunciar. Los que seguimos las ideas de Rousseau creemos en la importancia del bien común, la importancia del pacto social, que quizás necesite una revisita desde la óptica evangélica en la actualidad y la bondad del ser humano si no lo tuerce la matriz ambiental.
Y ahora vayamos al objeto de este post, la huida a Egipto. El Evangelio de Mateo (2, 13-15) dice: “Tras marcharse ellos –los Magos- coge al niño y a su madre y huye a Egipto, y permanece allí hasta que te diga, pues Herodes va a buscar al niño para matarlo”.
Para José Luís Martín Descalzo, como expone en su libro Vida y misterio de Jesús de Nazaret, “el hecho de la huida a Egipto para un cristiano del siglo XX es el hecho más cruel y difícil del Evangelio”, por la sangre inocente vertida. Los soldados de Herodes cayeron sobre Belén dejando un reguero de sangre inocente. Este apartado de la vida de Jesús ha sido tratado en la literatura universal, por ejemplo por Giovanni Papini, Albert Camús o Charles Peguy y también por diferentes exegetas. Giovanni Papini, en su libro Historia de Cristo, manifiesta: “Hay un tremendo misterio en esta ofrenda sangrienta de los puros. Pertenecían a la generación que lo había de traicionar y crucificar. Pero los que fueron degollados por los soldados de Herodes ese día no lo vieron, no llegaron a ver matar a su Señor. Lo libraron con su muerte y se salvaron para siempre. Eran inocentes y han quedado inocentes para siempre”.
Martín Descalzo expone también que “los hombres de nuestro tiempo conocemos demasiado bien estas fugas nocturnas, este escuchar anhelantes el menor ruido, este ver en cada sombra un soldado acechante, este corazón agitado de los perseguidos que saben, de un momento a otro, que llegaran para matarlos”. La política mundial defiende las invasiones, y los políticos y las más altas instancias, incluido nuestro país, defienden las armas para defender la paz, en vez de profundizar en el tiempo debido, no cuando ya es tarde, en la diplomacia y el diálogo. Tanto Francisco como Benedicto XVI han escrito de forma clara sobre la paz y su camino.
Benedicto XVI dedicó una relevante extensión sobre la huida a Egipto en su libro La infancia de Jesús: “Entra de nuevo en escena san José como protagonista, pero no actúa por iniciativa propia, sino según las órdenes que recibe nuevamente del ángel de Dios en un sueño: se le manda levantarse a toda prisa, tomar al niño y a su madre, huir a Egipto y permanecer allí hasta nueva orden”. De acuerdo con Benedicto XVI, “Mateo nos relata una historia verdadera, meditada e interpretada teológicamente y de este modo nos ayuda a comprender más a fondo el misterio de Jesús”.
En el siglo XX y en lo que va del siglo XXI vivimos un indignante escenario de migraciones forzadas, como la que sufrió la Sagrada Familia. Pensemos en los millones de migrantes ucranianos en el marco de una guerra que con seguridad pudo ser evitada a través del diálogo político y que nos está llevando a una incierta situación en Europa. Creemos que los cristianos deberíamos analizar el tema de forma objetiva con la debida información de la historia reciente y a la luz del Evangelio. Pensemos en los 140.000 migrantes saharauis refugiados en Argelia. O en la tumba acuática del mar Mediterráneo donde mueren miles de personas inocentes buscando una oportunidad de vivir, migrantes por razones políticas, económicas o ambientales, por un cambio climático que algunos todavía niegan. O los migrantes ideológicos por no compartir las ideas de radicalizados dirigentes. La huida a Egipto de la Sagrada Familia nos debe hacer pensar a la luz del Evangelio sobre la situación del mundo y cómo contribuimos como país a ella. Nuestra Iglesia en camino, siempre adelante, debe alzar su voz por un mundo mejor y más justo.