Sabía de la existencia de una estrella de papel que se entrega al término de la bendición del peregrino. Sabía de la canción de despedida, “Que Dios os bendiga, hermanos”. Sabía del encuentro musical con los alojados. Sabía de la existencia del albergue parroquial de Santa María del Camino en Carrión de los Condes (Palencia) y de la misión admirable de mis adoradas agustinas del monasterio de la Conversión en Sotillo de la Adrada (Ávila). Sabía de todo, pero nunca había juntado las piezas.
Hasta que encajaron a primeros de julio. La estancia en Carrión no iba de ser perfecto sino de algo mucho más importante: de saltar por encima de las imperfecciones de cada uno, con ayuda de la gracia, para acoger de la manera más cálida posible al peregrino. Fuera quien fuera, hablara lo que hablara y rezara a quien rezara, como si no rezaba. ‘Fratelli tutti’. En vivo y en directo.
Todo cuanto podía ofrecerles no precisaba de ninguna habilidad especial: los suelos bien barridos, los colchones bien desinfectados, las telarañas bien deshechas y el té frío bien servido con todo amor por quien está necesitado, en ese justo momento, de un reconstituyente.
Por cada sonrisa que prodigaba al recién llegado, una estrella centelleaba en la mochila de un peregrino del día anterior como una cadena ininterrumpida de eslabones de papel rutilantes a lo largo del Camino. Esa es la luz que brilla en la oscuridad.
Javier Rubio / Sevilla