A continuación ofrecemos una serie de meditaciones semanales tituladas “Cuaderno de vida y oración” a cargo del sacerdote diocesano Carlos Carrasco Schlatter, autor del libro “Las conversaciones que tenemos pendientes”.
Llevar la vida a la oración
Hace no mucho tiempo ir hablando por la calle era señal casi de que estabas loco, aunque en el fondo todos hablemos con nosotros mismos en nuestro interior, o incluso nos enfademos con nosotros mismos. Pero hoy en día rara es la vez que no encuentras en un simple paseo a alguien hablando solo por la calle, aunque al acercarte te das cuenta que está hablando por el teléfono móvil. A veces llegamos al absurdo de intercambiar audios a través de whatsapp en vez de llamarnos, lo cual acortaría mucho más el tiempo de la conversación y además la haría mucho más rica.
Del mismo modo, son muchos los que entienden que es de locos eso de rezar, y es que son muchas las personas que no entienden el sentido de la oración, o más bien que rezan sin entender el sentido. Rezar es hablar con Dios, al que no ves, contemplándole en todo lo que sí ves.
Acaso cuando decimos ¡Uau, qué preciosidad! ¿No estamos diciendo?: ¡Qué grande es el que ha pensado estas maravillas! Pues rezar es ir por la vida celebrando cada obra maravillosa de Dios, incluso cuando las cosas son horribles podemos encontrar algo hermoso o lleno de bondad. ¡Allí está Dios, allí rezo yo con Él!
Afrontamos en este mes la Cuaresma, cuarenta días para encontrar lo hermoso de la vida, allí donde está la cruz hemos de poner la luz, para que allí donde otros pusieron odio, pongamos nosotros adoración.
Encuentro con Dios
Pero la oración es mucho más que el descubrir a Dios detrás de cada cosa, persona o acontecimiento. La oración es sentarnos a escuchar, a reflexionar, a discutir incluso. Es normal que en una sociedad en la que no hay tiempo para hablar ni para escuchar o conversar, no haya tiempo para rezar. Es hablar de tiempo de calidad con Dios, pero es hablar de tiempo de profundidad también.
Son muchas las veces que quedamos con los amigos, tantas como las que nos vamos a casa con la sensación de que no ha sido gran cosa ese rato o que ya nunca volverán los buenos momentos que pasamos con anterioridad. Lo mismo sucede con la oración, en la que nos sentamos un momento y al levantarnos tenemos la sensación de que no nos ha servido de nada, o incluso de que nunca volverá la riqueza que vivimos en ocasiones anteriores.
Aunque gracias a Dios, no todo el mundo sufre tanta aridez en las conversaciones, ni en la oración. Y eso es porque no solo hemos aprendido a conversar con el otro, sino también a dejar que las palabras nos enriquezcan, que no haga falta repetir demasiadas veces el mismo argumento, que cualquier cosa nos sirva para entender al otro y con eso disfrutar con el otro de ese rato de crecimiento mutuo.
La oración es encuentro, con la realidad que no queremos ver, con los otros y con Dios, con el pasado y el futuro, con nuestros miedos y esperanzas.
La oración es confianza, en que todo va a salir bien, en que no importan tanto las intenciones como aquello que hay en el corazón detrás de cada cosa razonable.
La oración es hacer de todo algo nuestro, y de lo nuestro algo para todos.