Cuando Mel Gibson nos hizo sufrir
La proximidad de la Semana Santa impone dedicar la sección cinematográfica un título acorde con las fechas. Y quizá sea La Pasión de Cristo (Mel Gibson, 2004) la cinta religiosa más impactante de los últimos decenios: un film hondamente espiritual, entrañablemente humano e intensamente realista, que nos recuerda la “historia más grande nunca jamás contada”, el drama de consecuencias más relevantes de la historia de la humanidad.
La Pasión de Cristo rebasa los habituales objetivos que persiguen las buenas películas: entretener, emocionar, hacer reflexionar… Porque Gibson se propuso hacer pasar al público por una auténtica experiencia interior, para inducir, como en las tragedias griegas, la catarsis del espectador. Dicho de otra manera: el director quiere “golpear” al espectador, para conmoverle y provocar en él una reacción de mejora personal.
Suelo matizar que no se trata de un film violento sino “brutal”, porque a Cristo lo trataron brutalmente, como queda crudamente reflejado en la escena de la flagelación. Tan duras son esas imágenes que producen el estremecimiento del espectador, pero no ya por lo que está viendo sino porque sabe que realmente sucedió así.
Para elaborar el guión, Mel Gibson y Benedict Fitzgerald adaptaron el libro ‘La amarga Pasión de Cristo’, de la beata Ana Catarina Emmerich. El trabajo de Jim Caviezel es, probablemente, la mejor “versión” de Cristo que un actor haya realizado en la gran pantalla; y Maïa Morgenstern, actriz judía que encarna a la Virgen, consigue subrayar de modo admirable la perfecta comunicación y unión espiritual de María con Jesús. La soberbia fotografía de Caleb Deschanel –inspirada en la iconografía clásica y, sobre todo, en la pintura de Caravaggio– y la banda sonora de John Debney completan un apartado técnico formidable.
La Pasión de Cristo no está hecha para ser vista en medio del bullicio. Pide una actitud serena, concentrada, meditativa. Sólo así dejará huella en el alma una cinta que resume en 126 minutos las 12 horas anteriores a la muerte de Cristo, y que inserta además unos flashbacks conmovedores, como la escena de la institución de la Eucaristía. El antológico final deja en nuestra retina esa imagen de la Virgen con Jesús en su regazo, que eleva su mirada, la fija en nosotros y nos interpela con cariño.
Juan Jesús de Cózar