Sevilla se ha iluminado en Navidad y el Ayuntamiento ha instalado cartelería que indica el hecho de una ciudad llena de luces, diciéndonos “Esta Navidad, Sevilla alumbra”. Es un buen eslogan que nos permite pensar en una doble interpretación. Una primera centrada en las luces que nos acompañan y embellecen la ciudad, haciendo sus calles más amables y deseables para pasear por ellas. Una segunda que tiene que ver con una ciudad que transmite mensajes que generan luz desde la esperanza en una sociedad mejor, transmitidos de unos a otros. Seguimos avanzando en el Tiempo de Adviento y se acerca el día crucial del Nacimiento del Hijo de Dios, día que celebramos cada año el inicio renovado de una nueva oportunidad para ser mejores.
En los Evangelios Canónicos no se relata el tiempo del viaje de José y María a Belén, ni tampoco detalles del tiempo anterior de los meses de gestación, salvo la visita de María a Isabel. Podemos imaginarnos los amorosos cuidados de José con María. Un José que conoce el milagro que se va a producir y que atiende a María como mujer gestante.
Un libro que siempre me ha gustado es Historia de Cristo, de Giovanni Papini, escrito en 1921. La historia comienza con la frase “Jesús nació en un establo”. Sin embargo, no aparece el corto tiempo anterior del viaje. En esta colaboración queremos pensar sobre este hecho a través de libros que lo recogen. Podemos leer el relato que hace Remigio Vilariño S.J. en Itinerarios de Jesucristo. Nos dice “El primer viaje de Nuestro Señor en la Tierra fue el que hizo en el seno de la Santísima Virgen desde Nazaret al pueblo de Isabel que era Ainkarim a seis kilómetros de Jerusalén (Lucas, 1, 39-56). El segundo viaje, aún antes de nacer, fue a Belén (Lucas, 2, 1-7). Esta vez, la Virgen María iba acompañada por San José, irían por Samaría y pasarían por Jerusalén. De Jerusalén a Belén hay diez kilómetros”.
En su libro Vida de Nuestro Señor Jesucristo de Remigio Vilariño S.J. (1958) expresa “Felices y amantes vivían los dos virginales esposos en su casita de Nazaret, trabajando San José en su carpintería y preparando María para el Mesías que iba a nacer los vestidos, las fajas y pañales”. Pero no era Nazaret donde Jesús debía nacer. El edicto de César Augusto puso a la Sagrada Familia en camino por razón del censo en construcción determinado por los invasores romanos. José era de la tribu de David, escribe Remigio Vilariño, y David era de Belén y a Belén debía ir José para empadronarse. Nos dice el mismo texto que no sabemos por qué acompaño María a José. Quizás por obligación en relación con el empadronamiento, por inspiración del Espíritu Santo o porque José no la quiso dejar sola. Esta última causa está en razón con el amor que se prodigaban los esposos y con la ternura protectora que José tenía seguro con María. Sea como fuere, a finales del otoño, un tiempo con seguridad de noches frías, José y María encinta se pusieron en camino para recorrer los 120 kilómetros que separaban el pueblo de Nazaret del pueblo de Belén.
De acuerdo con las fuentes citadas, el viaje por un paisaje abrupto, debieron hacerlo despacio, de acuerdo con los medios de la época. En esta zona, el inicio del invierno es frio, las noches de viaje no debieron ser nada fáciles. Debieron tardar unos tres días en llegar a Jerusalén donde, según Remigio Vilariño, descansaron y visitaron el templo y luego se encaminaron a Belén que, como ya hemos manifestado, estaba a unos 10 kilómetros. Nos dice Remigio Vilariño en el libro citado que San Ignacio en su libro de los Ejercicios, que “María caminaba sentada en una asna con José y un buey para pagar el tributo”. Quizás este es el origen de los animales que acompañaron a Jesús en Belén y recogen nuestros tradicionales belenes. ¿Cómo sentiría María a su hijo en su seno en el viaje? La Sagrada Familia debió en su viaje desde Jerusalén vislumbrar las dos colinas donde se asienta Belén, un pueblo rodeado de una extensa zona agrícola de viñas, olivos, frutales y hortalizas, en un paisaje con pendientes y barrancos. Un pueblo rural lleno de casas con una sola planta y espacio para los animales, establos, en proximidad con las personas.
Este fue el paisaje que recogió a la Sagrada Familia en su viaje de Nazaret a Belén, un paisaje que reproducimos en nuestros belenes de forma cariñosa cada Navidad contribuyendo a la trascendencia del momento en este Tiempo de Adviento en que vivimos estos días.
Manuel Enrique Figueroa