El rostro de Cristo según Murillo
La contemplación del rostro de Cristo es una de las mejores maneras de prepararnos para vivir la Semana Santa ya cercana: veremos su rostro besado por Judas, humillado por los soldados, azotado, ensangrentado y finalmente muerto. Pero en la mañana de la Pascua, el rostro luminoso de Cristo vivo nos traerá la certeza de la Resurrección.
La representación del rostro de Cristo ha tenido siempre como finalidad suscitar una relación personal con el fiel que lo contempla. Sus orígenes los encontramos en el Mandylion, primer icono de Cristo, que se remonta a los tiempos de Jesús según la tradición que afirma que fue enviado por el Señor al rey Agbar V de Edesa para su curación. Sería por tanto una obra acheropita, es decir, no hecha por mano humana, como el Paño de la Verónica. A finales de la Edad Media alcanza gran difusión la imagen de la Santa Faz de Cristo, a partir de la tradición de la mujer Verónica (que significa “verdadera imagen”), aquella que, en el camino del Calvario, enjugó el rostro de Cristo con un lienzo en el cual milagrosamente quedó impreso su rostro, y que diversos apócrifos relacionan con la mujer hemorroísa de los Evangelios canónicos. Los grandes artistas de todos los tiempos se han sentido atraídos por esta iconografía que concentra en la cara del Salvador toda la carga expresiva y todo el mensaje redentor de la Pasión: Durero, Zurbarán, El Greco e incluso artistas contemporáneos como Georges Rouault o más cercano a nosotros, Guillermo Paneque, quien a partir de la evolución de los rostros de Cristo que Zurbarán realiza en sus distintos paños de la Verónica, ha realizado una magnífica obra para el paso del Nazareno de la Hermandad del Valle.
“Murillo y los Capuchinos de Sevilla”
La obra que hoy comentamos, la Santa Faz de Murillo que se conserva en una colección privada de Inglaterra, fue realizada hacia 1665 y actualmente se encuentra en el Museo de Bellas Artes de nuestra ciudad formando parte de la exposición “Murillo y los Capuchinos de Sevilla”. No se puede confirmar que fuera pintada para los Capuchinos, ya que no consta en ningún documento o descripción antiguos, si bien, desde 1750 hay constancia de su presencia en dicho Convento. El historiador Ceán Bermúdez en 1806 sitúa esta obra sobre el tabernáculo del retablo, encima de la Virgen de la Servilleta y debajo de El Jubileo de la Porciúncula. En algún momento de su historia, fue recortada y adaptada a un marco ovalado, si bien por un grabado fechado en 1792 sabemos que era rectangular y que Murillo había representado también el paño con dos nudos en los extremos superiores.
Con gran simplicidad, Murillo consigue realizar una obra de gran expresividad, que logra conmover al fiel que la contempla, el cual es capaz de adivinar el sentido salvador del sufrimiento del Hijo de Dios en su Pasión y sentirse redimido por todo el amor que este divino rostro transparenta.
Antonio Rodríguez Babío (Delegado diocesano de Patrimonio Cultural)