El papa Francisco comenzó el año reflexionando en un denso discurso sobre los desafíos y esperanzas de la humanidad y de la Iglesia Católica. Tras recordar que “la libertad, la justicia y la paz en el mundo tienen por base el reconocimiento de la dignidad intrínseca y de los derechos iguales e inalienables de todos los miembros de la familia humana”, el Pontífice señaló su deseo de centrar su discurso en la Declaración Universal de los Derechos Humanos.
“Para la Santa Sede hablar de derechos humanos significa, ante todo, proponer la centralidad de la dignidad de la persona, en cuanto que ha sido querida y creada por Dios a su imagen y semejanza”. En esta línea Francisco invitó a impulsar el diálogo y la negociación para superar los conflictos, en lo que, en varias ocasiones, ha calificado como tercera guerra mundial a trozos. El Santo Padre recordó entonces Ucrania, la península coreana, Siria, Irak, Yemen, Afganistán, las recientes tensiones entre israelíes y palestinos, o el continente africano. Sin olvidar a Venezuela, “que está atravesando una crisis política y humanitaria cada vez más dramática y sin precedentes. La Santa Sede, mientras que exhorta a responder sin demora a las necesidades primarias de la población, desea que se creen las condiciones para que las elecciones previstas durante el año en curso logren dar inicio a la solución de los conflictos existentes, y se pueda mirar al futuro con renovada serenidad”.
En otro punto se refirió a los migrantes y apuntó que es necesario que los gobernantes sepan acoger, promover, proteger e integrar, estableciendo medidas prácticas que, “respetando el recto orden de los valores, ofrezcan al ciudadano la prosperidad material y al mismo tiempo los bienes del espíritu”. Además, el Sucesor de Pedro señaló que “no hay paz ni desarrollo si el hombre se ve privado de la posibilidad de contribuir personalmente, a través de su trabajo, en la construcción del bien común”. “No podemos pretender que se plantee un futuro mejor –afirmó- ni esperar que se construyan sociedades más inclusivas, si seguimos manteniendo modelos económicos orientados a la mera ganancia y a la explotación de los más débiles, como son los niños”. La eliminación de las causas estructurales de este flagelo – puntualizó – debería ser una prioridad para los gobiernos y las organizaciones internacionales, “que están llamados a intensificar sus esfuerzos para adoptar estrategias integradas y políticas coordinadas, destinadas a acabar con el trabajo infantil en todas sus formas”.
Antes de concluir, el Obispo de Roma recordó que entre los deberes particularmente urgentes en la actualidad se encuentra el cuidado de nuestra Tierra. “Es necesario afrontar, con un esfuerzo colectivo, la responsabilidad de dejar a las generaciones siguientes una Tierra más bella y habitable, trabajando a la luz de los compromisos acordados en París en 2015, para reducir las emisiones a la atmósfera de gases nocivos y perjudiciales para la salud humana”.