A las puertas de una nueva Semana Santa y con la inmensa ilusión de las procesiones en la calle y todo lo que ello lleva aparejado, he vuelto a leer El libro de la Pasión que la editorial sevillana Númenor recuperó en 2006 como parte de Oficio. (Antología poética), prologado por Enrique García Máiquez. El autor, José Miguel Ibáñez Langlois es uno de los grandes poetas chilenos del XX y escribe un texto que propongo recuperar para seguir con recogimiento la vecina Semana Santa. Y es que, no solo sigue fielmente los Evangelios, sino que deja fluir las emociones ante lo que se nos va relatando allí, de modo que uno puede revivir esos extraordinarios acontecimientos que marcan un antes y un después en la historia de la humanidad.
El poemario es un texto con una fuerza impresionante: en IX partes con distintos subcapítulos sigue paso a paso los acontecimientos de la Pasión del Señor partiendo de una paradoja: fracaso aparente del Señor / triunfo apoteósico del mismo. De hecho se abre así: “Jesús de Nazareth, qué pobre hombre / pero qué fracaso tan absoluto”… Para terminar con tres versos definitivos: “Jesús de Nazareth / pero qué muerto / más resucitado”. Esa es la historia de la salvación que nos disponemos a conmemorar de nuevo. No en vano “la pasión y muerte y resurrección de Cristo/ es lo único que ha ocurrido en la historia de la humanidad”…
En el medio se establece un apasionado diálogo con el Señor que nos arrastra a colocarnos al lado del autor como protagonistas y vivirlo con él, en primera persona. Un diálogo que es fecunda oración, que nunca nos deja al margen como simples espectadores, sino que nos arrastra a plantearnos muchas cosas de nuestra relación con nuestro Redentor porque …”ah siempre son suyas las lágrimas de los arrepentidos/ le pertenecen todas las lágrimas de la medianoche/ todos todos los amores trabajan de incógnito para él”…
A lo largo del poemario van apareciendo personajes del Evangelio como el ciego Bartimeo, “el primer mendigo de la Belleza eterna/ con mirar a través de las lágrimas del amor de Dios/ el célebre fulgor de los mil soles/ del rostro de Jesús de Nazareth”… El rey David también tiene su protagonismo, como lo tiene Pedro al proclamar “Tú eres la inmensidad de todos los amores/ aquello sin nombre y forma que al amar arrasa con nosotros mismos”… O el pobre Judas quien protesta “Ah nadie diga que no amé a Jesús/ y quién no hubiera amado esos ojos que parecían la eternidad mirando”… “pero pronto comenzaron mis desilusiones/ la cosa tomó un sesgo vagamente espiritual”.
Impresionante la fuerza con que el autor revive algunos episodios evangélicos como el lavatorio de los pies: “son los pies de la historia/ son las extremidades del animal caído/ que camina pecando por el polvo/ que peca de los pies a la cabeza”… O la oración de Jesús en el huerto de los olivos: “esas gotas de sangre sobre el huerto/ caen oh Dios sobre el huerto como si Dios mismo/ estuviera en su altura/ agonizando”. Y después del prendimiento, el Vía Crucis tremendo hasta el Calvario: “Jesús última mirada/ por sus ojos en cruz por sus bellos ojos sacerdotales/ se nos viene la eternidad a velocidades incomprensibles/ sus ojos por fin se cierran y a Dios de pronto se le aparece/ Dios”.
Pero no hay muerte sin resurrección: “se diría que el propio Padre está conmovido/ al tomar en sus brazos esa hostia ardiente que viene del mundo”. Y ya resucitado, la Magdalena, los apóstoles todos irán reconociéndole poco a poco y de ahí la súplica final de los discípulos de Emaús que asumimos hoy y ahora: “quédate con nosotros porque ya anochece/ con el corazón de las tinieblas nos revelarás tu nombre como si fuera un sueño/ y al instante despertaremos como locos en mitad del Sol”.
María Caballero
José Miguel IBÁÑEZ LANGLOIS. “El Libro de la Pasión”, en Oficio (Antología poética). Sevilla, Númenor, 2006, pp. 159-294 . ISBN84.934265.6.3