Muchos lectores de la prensa generalista han descubierto semanas atrás a los jóvenes católicos. Ha sido a raíz de un concierto multitudinario en Madrid en el que ocho mil personas se arrodillaron al unísono. Las redes sociales amplificaron la repercusión de ese gesto de genuina reverencia y los periodistas se hicieron la pregunta con la que se inicia cualquier reportaje: ¿qué está pasando aquí?
Lo digo porque yo mismo soy periodista y sé que lo más difícil es bucear hasta dar con una perla (periodística) en el mar de la actualidad, de continuo agitado por sucesos de última hora. Pero en el descubrimiento de esa corriente juvenil que tiene en la música el reclamo necesario para atraer se contradice la primera máxima del periodismo tal como nos enseñaban en la facultad: la interrupción del curso normal de los acontecimientos. Porque en las cuestiones del espíritu, en realidad, no pasa nada. O lo que pasa, las mociones del buen espíritu, son inefables, indescriptibles e intransferibles.
O será que no veo novedad en que unos veinteañeros refrenen su bullente actividad durante una hora ante Jesús Eucaristía, en silencio y sin que se les cobre nada.
Pero lo más sorprendente de todo es lo que ese rato de oración (mental, a trompicones, de quietud, a tientas, inexperta, trémula o como sea) desencadena en el alma del joven que se dispone a contemplar. Ese sí que es el verdadero descubrimiento. Y lo mejor es que tú también estás invitado a hacerlo sin que nadie (porque no va a poder) te lo tenga que contar.
Javier Rubio, periodista