John Donne fue uno de los poetas más importantes de la época isabelina, pero debemos pensar en la profundidad transformadora de la poesía para entender su peso en el pensamiento moderno. Su poesía se considera metafísica, pero creo que por encima de esta correcta aproximación, es profundamente humana. En el año 1624, Donne escribió una poesía que ha influido en muchos campos, desde la literatura al cine o al pensamiento trascendente. La poesía lleva por título “Ningún hombre es una isla” (“No man is an island”). El texto es también conocido por “¿Por quién doblan las campanas?”.
Trasladando a prosa el texto poético, escribiendo la poesía en forma continua, conservando su esencia, dice: Ningún hombre es una isla entera por sí mismo. Cada hombre es una pieza del continente, una parte del todo. Si el mar se lleva una porción de tierra, toda Europa queda disminuida, como si fuera un promontorio, o la casa de uno de tus amigos, o la tuya propia. Ninguna persona es una isla; la muerte de cualquiera me afecta, porque me encuentro unido a toda la humanidad; por eso, nunca preguntes por quién doblan las campanas; doblan por ti”.
La profundidad de texto es inmensa y su aplicabilidad a la vida es total. Ernest Hemingway, utilizando la idea y el propio título de la poesía de Donne, escribió el libro “¿Por quién doblan las campanas?”. La obra fue llevada al cine por Sam Wood en el año 1943, protagonizada por Gary Cooper e Ingrid Bergman, con nueve nominaciones a los Premios Oscar.
Considero que la idea es de total actualidad, siempre lo ha sido, y, me temo lo será también siempre. La avaricia del mundo, el desapego de cualquier forma de compasión, el ansia económica desenfrenada, las necesidades de recursos al precio que sea, las guerras de invasión por diferentes motivos, la no actuación real ante el cambio climático y un largo etcétera, hacen que el mensaje de la poesía de Donne no impregne nuestra sociedad. Ningún hombre es una isla, si alguien muere las campanas también doblan por ti. Somos un colectivo y así debería marchar la sociedad. Y, evidentemente no lo hace. Solo tenemos que ver las noticias.
Thomas Merton fue un monje cisterciense que murió en 1968 y dejó una fecunda obra, me temo poco conocida por muchos, y que debe ser retomada en estos tiempos por su trascendencia. Escribió muchos libros, como La montaña de los siete círculos, La senda de la contemplación o Los hombres no son islas. A este último texto nos vamos a referir. Cando lo he vuelto a leer este verano, ya lo leí en los años setenta cuando también lo hice con el texto de Hemingway, he sentido el deseo de invitar a su lectura a todos las persona a mi alrededor y también utilizando la facilidad de este blog. La idea del libro de Merton, en esencia, es la misma que la del libro de Hemingway, pero impregnado de trascendencia y por eso escribimos esta contribución a nuestro blog en el marco de la idea de Siempre Adelante. Cuando he vuelto a leer el libro de Thomas Merton he pensado en las ideas del papa Francisco, y de nuevo pienso lo necesaria que son en un mundo en profunda crisis social y ambiental. Pero volvamos con Thomas Merton y su obra.
El libro citado de este autor tiene un prólogo que lleva el título del libro: “Los hombres no son islas”, y en este texto me referiré a él y al mensaje que contiene. No descartamos volver sobre otros capítulos del libro, de una trascendencia inmensa y una clara aplicabilidad hoy con un profundo sentido evangélico. Plantea el autor la idea, que percola toda de su obra, de que “la vida tiene un significado”. Y nos dice que “nuestra vida, como seres individuales y miembros de una raza atónita y llena de contiendas, nos acucia con la evidencia de que ella debe tener algún significado”. Y en esta cuestión profundiza Merton. Analiza la vida desde el plano individual y colectivo, sin perder la vista en Dios. Creo que la lectura de su obra es importante hoy.
Nos dice Merton que “En un mundo en que toda mentira tiene curso legal -nota para esta aportación: el libro fue escrito en 1956, pero parece que tiene vigencia hoy- ¿no es la ansiedad la reacción más real y más humana? La ansiedad es una seña de inseguridad espiritual, un fruto de preguntas sin respuestas”. Merton lo decía, “hay temor a hacer las preguntas adecuadas”, ¿no tenemos hoy este problema? Y lo que es más grave, las respuestas nos las dan redes sociales incontroladas o medios de comunicación intencionados. Deberíamos buscar las respuestas en nuestro corazón y, al menos los creyentes, en la oración, el contacto con Dios. Rompemos la ansiedad cuando aprendemos a vivir en comunidad. Nuestra sociedad, nuestros Ayuntamientos a la escala próxima de la ciudadanía deberían fomentar la vida en comunidad, una vida que enriquece colectivamente sin perder la esencia de la formación individual. Cuando algunos hablamos de ecobarrios lo estamos haciendo, no desde una idea de hippies o ecologistas, que contribuyen a la misma, sino como un concepto esencial para el desarrollo de la persona y la comunidad. Decía San Pablo, y lo recuerda Merton en su prólogo, “Todos somos miembros los unos de los otros”. Y nos manifiesta “El significado de mi vida no debe buscarse solamente en la suma total de mis realizaciones. Únicamente puede verse en la integración total de mis éxitos y mis fracasos junto con éxitos y fracasos de mi generación, mi sociedad y mi época”.
John Donne, citado por Thomas Merton en el prólogo que comentamos, dijo: “La Iglesia Católica es universal, luego todos sus actos, todo lo que ella hace, pertenece a todos… ¿Quién no inclina el oído a la campana que en alguna ocasión tañe?”
La idea esencial del libro de Thomas Merton es: “Todo hombre es un pedazo de mí mismo porque yo soy parte y miembro de la humanidad”. Y plantea un punto trascendente cuando expresa: “Todo cristiano es parte de mi cuerpo porque somos miembros de Cristo”.
Nada absolutamente tiene sentido, manifiesta Merton, si no admitimos, con John Donne que “los hombres no son islas independientes entre sí; todo hombre es un pedazo del continente, una parte del Todo.”
Manuel Enrique Figueroa