¿Qué piensa una madre cuando su hijo le dice que se va al Seminario? Pilar Cantero, madre de Miguel Ángel Prieto, seminarista menor, compartió su testimonio en la Jornada de Puertas Abiertas del Seminario Menor. Ella muestra cómo las madres viven también en primera persona las vocaciones de sus hijos, y cómo el hecho de que puedan ser llamados al sacerdocio termina repercutiendo muy positivamente en toda la familia.
Cuando me dijeron que tenía que escribir sobre cómo he vivido la vocación de mi hijo, quise remontarme al principio. Y dando marcha atrás en el tiempo intentando recordar cuándo comenzó todo esto, vi clara la repuesta: “¡Siempre!”.
Miguel siempre ha sido un niño alegre y vivaracho que vivía todo con una intensidad admirable. No paraba quieto un momento. Solo había una forma de mantener su atención y tranquilidad y era cuando su padre lo llevaba de visita a las iglesias o a escuchar bandas procesionales. Mientras los hijos de mis amigas se entretenían jugando al fútbol o a los playmobil, mi hijo, que apenas caminaba, se colocaba un papel a modo de alzacuello y oficiaba una misa tras otra. Cuando le preguntábamos qué quería ser de mayor, la respuesta era siempre la misma: “Quiero ser cura”. Tan solo durante una época, con cuatro o cinco años, esa repuesta cambió: “Quiero ser alcalde”. Pero un día a esa respuesta atípica siguió una duda razonable: “Mamá, aunque sea alcalde, podré seguir siendo cura, ¿no?”.
Y así creció nuestro Miguel. Y ese sentimiento lejos de desaparecer, como muchos pensaban, se fue intensificando con los años. Yo, como madre, sabía que no era un simple capricho. Lo notaba en su forma de hablar, en su forma de ser, en definitiva, en su forma de vivir. Desde que supe que iba a ser madre solo le pedí a Dios dos cosas: que fuera feliz y que fuera buena persona. Ho en día, 19 años más tarde, creo que el Señor me las ha concedido. Tanto su padre como yo nos sentimos plenamente orgullosos de nuestro hijo, ya que ha luchado por estar donde hoy nos encontramos. Jamás le hemos puesto trabas a su decisión, ya que pensamos que no somos los dueños de nuestros hijos. Creemos que nuestra labor es educarlo y guiarlo para ser buena persona y para defenderse en la vida , y qué mejor forma que entregándose por completo a Dios y a la Iglesia. Hay una pregunta que me hacen muchas veces, y que yo no puedo entender: “¿Y tú cómo lo llevas?”. Pues con alegría y satisfacción.
Solo ha habido un momento que viví con angustia y con mucho miedo. Fue cuando dos años antes de lo esperado Miguel nos habló de la existencia de un Seminario Menor en Sevilla. Todo fue muy rápido. Comentarlo en casa, venir a hablar con D. Carlos y con D. Manuel, y en mes y medio estábamos aquí con las maletas. Yo sabía que esto iba a ocurrir, pero no en ese momento. Mi cabeza no estaba preparada. Recuerdo el viaje de vuelta a Cádiz sin él y el vacío que sentía en mi interior. Todo el mundo me decía: “Sevilla está ahí al lado”. “Sí, pero cuando me siente a comer él no va a estar con nosotros. Y ¿cómo voy a cerrar la puerta por la noche si falta mi niño?”.
Solamente hizo falta una semana para recuperar la calma y la tranquilidad. Al verlo de nuevo y ver su cara de felicidad y escucharlo hablar de su experiencia me di cuenta de que todo ese sufrimiento que yo tenía era tremendamente egoísta por mi parte. A esa alegría que transmitió Miguel se le sumaba la tranquilidad de saber que tanto D. Carlos como D. Manuel lo cuidaban como unos padres dándole cariño y preocupándose por todos los aspectos de su educación de una manera que solo personas tan especiales como ellos pueden hacerlo. Tampoco puede dejar de hablar de Mari Carmen, que tanto cariño pone a la hora de hacer las comidas, y que tuvo mucha más habilidad que nosotros, sus padres, para enseñarle que hay que comer de todo. Rápidamente Miguel le descubrió su ingrediente principal: el amor.
Hoy en día, dos años más tarde, puedo decir que mi hijo está donde tiene que estar. No sé lo que le deparará el futuro. Eso solo Dios lo sabe. Lo que sí tengo claro es que hoy en día nuestro hijo es plenamente feliz. Y que tanto sus padres, como su hermano Jesús, que tanto presume de él por todos lados, como sus abuelas, tíos y amigos, nos sentimos plenamente orgullosos de él y eternamente agradecidos a sus formadores, a sus compañeros del Seminario y a todos aquellos que han hecho posible que nuestro hijo tenga las ideas cada vez más claras. Y sobre todo damos gracias a Dios como familia cristiana que somos por haber elegido a nuestro hijo para llevar su Palabra y formar parte de esa gran familia que es la Iglesia.
Pilar Cantero, madre de seminarista.