A los siete años, la abuela de Nazaria decide internar a las dos mellizas en el Colegio de las Comendadoras de Sevilla, colegio enclavado en la “Sevilla añeja”, a su izquierda la Plaza de San Juan de la Palma, a su derecha la calle Dueñas y al frente en una callejuela estrecha está el convento de las Hermanas de la Cruz.
En el colegio hay mucho interés por las misiones, fomentado principalmente por el Capellán Don Miguel Barrera. Nazaria en este colegio vive sus primeros anhelos misioneros, en las clases oye hablar de sacerdotes que dedican su vida a la conversión de los paganos. Movida por estos ejemplos deseaba llegar a ser un día “misionero jesuita”.
Nazaria ama a Jesús y por eso comienza a ser misionera con sus compañeras de colegio; Forma con ellas las Misioneras ocultas del Sagrado Corazón, llegando a escribir un reglamento. En el corazón de Nazaria ya va resonando el mandato de Jesús “Id por todo el mundo a predicar el evangelio”
Dios llamaba y dirigía la vida de Nazaria y ella fiel y generosa lo acogía. A los nueve años hace su Primera Comunión, pasa la noche en oración, soñó que veía a Jesús, camino del Calvario, que la llamaba, y ella prometió seguirlo. Años más tarde ella describe este encuentro en su diario:
“Sí, Señor, te seguiré lo más cerca que pueda una humana criatura… Vi a Jesús camino del Calvario… nada me decía, solo me miraba a cada rato en su Via Crucis… y en su mirada me decía: Sígueme, sígueme” (Diario II, 37,42, 1926)
No es fácil comprender esta promesa de seguimiento a tan temprana edad, un encuentro que recordará toda su vida y al que fue fiel hasta su muerte.
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