Ése fue el grito que dieron mis hijos cuando les dije que los había apuntado al TeenStar, un curso de educación afectivo sexual. Los dos exclamaron lo mismo. ¡Cualquiera diría que están cortados por el mismo patrón!
Antonio se había pasado el verano, con 14 años, metido en su cuarto. Solo salía para comer, y a darse un baño los días de más calor. Sus amigos se cansaron de enviarle mensajes, e incluso alguna vez vinieron a buscarlo a casa. Pero no había manera de convencerlo; se le iban las horas enganchado al móvil y los videojuegos. Los pocos momentos que compartía con la familia estaba cabizbajo, como queriendo esconder la cara, que se le iba llenando de granos y de una incipiente barba. Parecía además que no sabía qué hacer con sus brazos y piernas, cada vez más largos; recordaba a una marioneta cuando la dejas caer. Me preocupaba pensar que no aceptaba bien los cambios que estaba viviendo, y también me preocupaba imaginar qué estaría viendo en el móvil: ¡cuentan tantas cosas raras en las que se meten los niños!
En cambio, Carmen no paraba en casa. A diferencia de su hermano, a ella había que estar continuamente parándole los pies. Desde que se levantaba, estaba haciendo planes con las amigas: de día en la playa, y por las noches quedaban con la pandilla de amigos. A sus 15 años se vestía y se pintaba como si tuviera 20, o más. Su padre se ponía negro al verla salir así, y yo no paraba de llamarle la atención, pero me daba las vueltas, y hacía oídos sordos. Además, se pasaba el día haciéndose fotos con el móvil, y grabando vídeos; según me dijo, solo los compartía con sus amigas, pero ya sabes tú que después esas imágenes muchas veces acaban donde no deben… También me fui enterando de que en la pandilla ya se habían formado varias parejas y me preocupaba pensar hasta qué punto tendrían claro los límites sanos en las muestras de cariño, y qué entienden a su edad por eso de enrollarse.
Todo esto me alertó. Así que cuando una amiga me habló de que había un curso de educación afectivo sexual y me explicó en qué consistía, pensé que les vendría fenomenal a mis hijos. Los apunté, y me alegro enormemente de haberlo hecho. Sobre todo, porque ellos acabaron encantados, y veo que les ha servido mucho.
- ¿Y cómo ves que les haya servido? ¿Qué cambios has notado?
- Pues mira, a Antonio le sirvió para darse cuenta de que los cambios no era algo raro que le estuviese pasando solo a él. Ha aprendido a aceptarse y quererse a sí mismo. También les hablaron de las redes sociales, de la diferencia entre la vida virtual y la real. De amistades, de relaciones y de amor verdadero. Gracias al curso vuelve a ser él mismo, pero más maduro, y ha retomado el contacto con sus amigos; ya no se pasa el día encerrado en su cuarto, enganchado al móvil. Y con la familia está mucho más participativo.
También a Carmen le ha venido muy bien. A las niñas les explican el ciclo menstrual, y a reconocer su fertilidad. Gracias a eso nos hemos dado cuenta de que tenía que ir al médico, ya que los ciclos no eran muy regulares. Y ella ha entendido que el cuerpo ha de ser respetado, y ser más cuidadosa en sus manifestaciones de cariño. Ahora acepta mejor cuando le decimos su padre y yo que tiene que vestir de otra manera.
Sé que trataron temas más profundos. Pero todo esto te lo pueden explicar mejor en la reunión de padres que va a haber para presentar el curso.
- ¿Me aconsejas entonces que apunte a mi hijo de 16 años?
- ¡Claro! Anímalo a que vaya; que se apunten varios amigos juntos, y así le resultará más fácil acudir. Yo voy a apuntar este año a Clara, que ya lo va necesitando también.
- ¿Y de verdad cambian tanto?
- A ver, siguen siendo adolescentes. ¡No vayas a creer que te van a devolver a un niño nuevo cuando termine el curso! Pero escuchan una manera de hablar de la sexualidad y la afectividad, una forma de hablar del amor, que no es lo que el mundo les vende hoy en día. Se les muestra la belleza con la que hemos sido creados. Y descubren que hay algo más allá del puro deseo, del “me apetece”; que estamos llamados a vivir algo grande, y merece la pena hacerlo bien, aunque cueste. También nos hemos dado cuenta de la importancia de lo que reciben en casa; por eso nosotros tenemos que formarnos y ser ejemplo para ellos de cómo vivir todas las dimensiones de la persona. Porque, no lo dudes, aunque pensemos que nos escuchan poco, no paran de mirar qué hacemos y cómo lo hacemos.
- ¡Qué responsabilidad! Pero, ¿dónde me voy a formar yo ahora?
- Lo puedes encontrar todo en un mismo sitio: en los Centros diocesanos de Orientación Familiar. Dentro de poco va a haber una reunión para padres. Allí te explicarán el programa de TeenStar mucho mejor de lo que yo he podido contarte, y también ofrecen cursos de formación, libros y revistas para mantenernos actualizados en todos estos temas, páginas web y cuentas de Instagram.
- Pues, dime dónde tengo que ir.
- Apunta: para informarte e inscribir a tu hijo, pincha aquí.
Estrella Linares, responsable de comunicación de los Centros de Orientación Familiar