Presbítero
* Sevilla, 9 de mayo de 1880
† Constantina (Sevilla), 23 de julio de 1936
56 años
Nació el P. González-Serna Rodríguez en Sevilla el 13 de mayo de 1880. Fue bautizado el 15 posterior en la Iglesia Parroquial del Omnium Sanctorum de la capital andaluza. Le impusieron los nombres de Manuel, José María, Andrés, Francisco y Gregorio de la Santísima Trinidad. Sus padres fueron Manuel González-Serna y Guijelo y Ana Toribia Rodríguez Fellado.
Realizó los estudios de Segunda Enseñanza en el Instituto Provincial de Sevilla. Más tarde, con 14 años, ingresó en el Seminario Conciliar como alumno externo donde completó los estudios de Filosofía y Teología por los que obtuvo los títulos de Bachiller y, en 1900, de Licenciado en Sagrada Teología. Durante su estancia en el Seminario formó parte de la Congregación de María Inmaculada y San Juan Berchmans (de la que fue Secretario) que, entre otras cosas, le llevaba a visitar enfermos, participar en actividades catequéticas, de propaganda en la prensa católica, etc.
Con todos los informes favorables y tras recibir la dispensa eclesiástica por no tener aún la edad mínima establecida, recibió el 20 de septiembre de 1902, a los 22 años, la Sagrada Orden del Presbiterado. En los años siguientes continuo sus estudios, ahora de Cánones, en la Facultad de la Universidad Pontificia.
Una breve responsabilidad de Capellán de las RR. Esclavas del Sagrado Corazón en Sevilla en 1905, dio paso al primer y difícil encargo como Regente en la Parroquia de San Pedro (Huelva) donde había sido nombrado Arcipreste el Beato Manuel González García el que colaboró estrechamente en sus fecundos proyectos regeneradores; después de una interinidad en Isla Cristina (Huelva) fue nombrado entre 1909 y 1911 cura Rector de San Antonio Abad de Trigueros (donde fundó la Adoración Nocturna y mantuvo una Escuela Nocturna de Adultas) cargo que compaginó con el de Teniente Arcipreste de Huelva. En el concurso de curatos de 1910 obtuvo la Parroquia de Ntra. Sra. de la Encarnación de Constantina (Sevilla) de la que se posesionó el 30 de octubre de 1911 y permaneció hasta su muerte martirial acaecida el 23 de julio de 1936.
Su labor parroquial en Constantina (compaginada desde noviembre de 1913 con la de Arcipreste de Cazalla) fue muy intensa: obras en la Parroquia y en el Santuario de la Patrona; arreglo de campanas; puesta en marcha de la Hojita Parroquial de Constantina, a veces sufragada de su peculio; instalación de la Acción Católica; participación en distintos congresos y asambleas católicas nacionales (Buena Prensa; Eucarístico; de Acción Católica); fomento de las escuelas católicas y catequesis; revitalización de las cofradías. Y sobre todo especial celo en el estricto cumplimiento de sus responsabilidades como Párroco y Arcipreste.
El P. González-Serna sufrió en Constantina con la aplicación de la legislación laicista republicana de los años treinta que, como en todo el país, puso coto a la enseñanza religiosa, prohibió el ritual católico público en los entierros y otras manifestaciones religiosas, se atacaron los símbolos religiosos en los espacios públicos y otros. El incremento de la intransigencia, radicalizada en 1936, se desaforó tras la sublevación militar del 18 de julio cuando fueron destruidos todos los edificios religiosos (especialmente la Parroquia que quedó en los muros) y quemados sus enseres.
En la noche del 19 de julio el P. González-Serna fue detenido y trasladado a prisión. En la misma sufrió interrogatorios, disparos para amedrentarlo, maltrato y vejaciones. El 23 de julio, al ser conducido a la Parroquia para un interrogatorio, sufrió todo tipo de insultos en la plaza llena de público; ya en el interior, completamente destruida, le llevaron a la Sacristía donde poco después del mediodía le dieron muerte de dos disparos. Unas horas más tarde, en el mismo lugar asesinaron brutalmente a una piadosa mujer, María de los Dolores Sobrino Cabrera. Tras cometer todo tipo de profanaciones con los cadáveres les dejaron allí hasta que de madrugada fueron llevados al cementerio en un camión. Fueron enterrados en el cementerio municipal y luego trasladados a un panteón colectivo donde reposan los que sufrieron el mismo trágico destino. El sacrificio del sacerdote se recuerda con una placa en el lugar sagrado de su inmolación.
Son abundantes los testimonios de personas que recuerdan su labor a pesar del tiempo transcurrido:
“Le conocí personalmente, me confesaba con él. Visitaba con él las chabolas que existían en aquellos tiempos en Constantina […] Cuidaba a los enfermos, a los pobres, a los niños. […] El recuerdo que dejó entre las personas fue de santidad”.