La oración del Viacrucis es un bello canto de amor y cariño a los instantes finales en la vida de Nuestro Señor Jesucristo. El cristiano cree que Jesucristo es verdadero Dios y verdadero hombre, por lo que su muerte fue tal y como sería la de cualquier hombre, es más, Él murió del modo más cruel e injusto con el que podía morir un hombre. Así, Jesús tomó la condición de esclavo haciéndose uno de tantos, para elevar así a los hombres desde la esclavitud a la libertad a la dignidad del cielo como Hijos muy amados de Dios.
Por eso, por dignidad, rezamos los cristianos el Viacrucis. Porque sabemos plenamente que no somos dignos de que Cristo nos llame por nuestro nombre, porque nuestros actos no siempre hablan del amor que nos tiene, sino que incluso cometemos pecados que nos arrastran al desacierto.
Es por ello, que aunque el rezo tradicional del Viacrucis narre los últimos momentos de la Pasión de Jesús, este busque mostrar otros momentos de su vida pública en que, de modo paralelo, sucedieron cosas que precipitarían el final de su vida. Así no olvidamos que incluso siendo toda la culpa de los sumos sacerdotes, fariseos, Poncio Pilato, y Judas Iscariote; incluso siendo de ellos, no es menos cierto que Cristo murió por nuestros pecados para que al contemplarle a Él en la cruz y camino de esta descubramos cuanto amor nos tiene Dios que se hizo hombre para mostrarnos el camino de acceso a la vida eterna. Un camino basado en la entrega desinteresada, el servicio desde la vocación recibida por Dios, y el amor… Crecer en el amor es el gran reto de este Viacrucis que no mira tanto a los pecados, como a la necesidad de ser esperanzas vivas para la conversión del mundo.
Proponemos la meditación del Viacrucis escrita por el presbítero Carlos Carrasco Schlatter.
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1ª ESTACIÓN: JESÚS SENTENCIADO A MUERTE
Te alabamos oh Cristo y te bendecimos.
Que por tu santa Cruz redimiste al mundo.
Mc 10, 17-30
Se ponía ya en camino cuando uno corrió a su encuentro y arrodillándose ante él, le preguntó: «Maestro bueno, ¿ qué he de hacer para tener en herencia vida eterna?» Jesús le dijo: « ¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno sino sólo Dios. Ya sabes los mandamientos: No mates, no cometas adulterio, no robes, no levantes falso testimonio, no seas injusto, honra a tu padre y a tu madre». El, entonces, le dijo: «Maestro, todo eso lo he guardado desde mi juventud». Jesús, fijando en él su mirada, le amó y le dijo: «Una cosa te falta: anda, cuanto tienes véndelo y dáselo a los pobres y tendrás un tesoro en el cielo; luego, ven y sígueme». Pero él, abatido por estas palabras, se marchó entristecido, porque tenía muchos bienes. Jesús, mirando a su alrededor, dice a sus discípulos: « ¡Qué difícil es que los que tienen riquezas entren en el Reino de Dios!»
En este mundo falto de compromiso, lo cierto es que sí que estamos comprometidos pero con nuestro egoísmo, nuestro individualismo, nuestras falsas necesidades y deseos. Ojalá nos comprometiéramos con los demás. Pues como en Fuenteovejuna «todos lo mataron y ninguno». Jesús es sentenciado a muerte pero no solo por los sumos sacerdotes y escribas, ni siquiera solo por Judas, sino por todos los que miramos a tantos con indiferencia, con superioridad o incluso con la crueldad de argumentos «realistas» pero faltos de auténtica caridad. Pero aunque unos digan que la caridad comienza con uno mismo, eso es sólo porque lo primero es descubrir cuánto podemos dar, para darlo luego a los demás. Y si no podemos dar nada, es señal de nuestra pobreza interior y de la necesidad de cambio en el corazón.
Las lágrimas de Jesús al ver marcharse el joven rico son el primer latigazo de quien ve que aun dándolo todo, y amando tanto, tenemos demasiadas cosas que nos impiden darnos.
Cuantas cosas ocupan nuestro corazón, cuantos agobios y preocupaciones nos impiden contemplar las maravillas que Dios que ha hecho en nosotros, cuanto tiempo perdemos en cosas banales y carentes de sentido, ojalá Dios sea el auténtico centro de nuestras vidas.
Pregúntate si el hecho de que no quieras aceptar la cruz no acaba siendo la condena de Jesús, ya que no había nadie más que la aceptase. ¿Por qué debe aceptar otro lo que no quieres para ti?
Señor pequé, ten confianza y misericordia de mí.
2ª ESTACIÓN: JESÚS CARGA CON LA CRUZ
Te alabamos oh Cristo y te bendecimos.
Que por tu santa Cruz redimiste al mundo.
Jn 10, 11-16
Yo soy el buen pastor. El buen pastor da su vida por las ovejas. Pero el asalariado, que no es pastor, a quien no pertenecen las ovejas, ve venir al lobo, abandona las ovejas y huye, y el lobo hace presa en ellas y las dispersa, porque es asalariado y no le importan nada las ovejas. Yo soy el buen pastor; y conozco mis ovejas y las mías me conocen a mí, como me conoce el Padre y yo conozco a mi Padre y doy mi vida por las ovejas. También tengo otras ovejas, que no son de este redil; también a ésas las tengo que conducir y escucharán mi voz; y habrá un solo rebaño, un solo pastor.
Aun sintiendo el dolor provocado por tanta indiferencia, Cristo no se arruga, sino que afronta con esperanza cada día. Él es la luz que nos guía, y aunque la carga sea dura, aunque llegue a pensar en lo inútil de su entrega, no desespera y persevera cada día en su amor y su paciencia.
Cristo carga la cruz de la paciencia, de quien sabe que los frutos no son inmediatos ni la conversación sincera, sino hay cruz detrás de todo, ni una mano tendida que siempre espera.
El buen pastor no es el que consigue más frutos, sino el que confía, trabaja y espera, sabiendo que su trabajo es la buena siembra, el espíritu de Dios la buena lluvia, y nosotros la tierra.
Debiéramos mirar cada paso como quien contempla una obra maravillosa de Dios en el mundo, así cada paso nacería de una auténtica libertad, profundizaría en una madurez real, y buscaría mostrar la riqueza que poseemos en el interior gracias a Dios.
Cuántas historias de dolor cargamos a nuestras espaldas, daños que nos hicieron y errores que cometimos. Pero ¿Te imaginas cargando con las historias de otro? ¿Con las peleas y discordias del mundo? ¿Con enfrentamientos de quienes no quisieron escuchar tus consejos? Jesús si carga con todas esas cruces, quizás deberíamos aprender de Él para aliviar también al mundo de la soledad que genera tanto dolor.
Señor pequé, ten confianza y misericordia de mí.
3ª ESTACIÓN: JESÚS CAE, POR PRIMERA VEZ
Te alabamos oh Cristo y te bendecimos.
Que por tu santa Cruz redimiste al mundo.
Mc 9. 33-37
Llegaron a Cafarnaúm, y una vez en casa, les preguntaba: «¿De qué discutíais por el camino?» Ellos callaron, pues por el camino habían discutido entre sí quién era el mayor. Entonces se sentó, llamó a los Doce, y les dijo: «Si uno quiere ser el primero, sea el último de todos y el servidor de todos». Y tomando un niño, le puso en medio de ellos, le estrechó entre sus brazos y les dijo: «El que reciba a un niño como éste en mi nombre, a mí me recibe; y el que me reciba a mí, no me recibe a mí sino a Aquel que me ha enviado».
En la vida nunca sabes bien si tropiezas por culpa de los baches del camino o porque andas despistado sin mirar lo que pisas. Pero Jesús no puede ser culpable de sus caídas, ya que bastante tiene con cargar con nuestra cruz de cada día. Somos nosotros los que estamos distraídos de las cosas verdaderamente importantes, de lo que es realmente la clave de la vida y la felicidad.
Los discípulos van distraídos y encima discutiendo quien es el más importante, sin saber que esos despistes son los que acaban brindando oportunidades al pecado para que campe a sus anchas. Jesús viendo su actitud les resitúa en el principio fundamental de la vida, no estés tan pendiente de lo que te mereces como de procurar merecértelo con todo y con todos.
Jesús busca cada día mostrar el ejemplo para los demás, busca servir para ser digno de sentarse en la mesa del gran banquete, y eso lo hace siendo el único verdaderamente digno de estar ahí sentado. ¿Cómo nosotros podemos pensar en lo que nos merecemos, en lo que necesitamos, en lo que buscamos, y no en lo que otros se merecen, necesitan y buscan?
Ojalá descubramos que la “medida que uséis la usaran con vosotros” (Mc 4, 24).
Señor pequé, ten confianza y misericordia de mí.
4ª ESTACIÓN: ENCUENTRO CON LA VIRGEN
Te alabamos oh Cristo y te bendecimos.
Que por tu santa Cruz redimiste al mundo.
Juan 2, 1-12
Tres días después se celebraba una boda en Caná de Galilea y estaba allí la madre de Jesús. Fue invitado también a la boda Jesús con sus discípulos. Y, como faltaba vino, porque se había acabado el vino de la boda, le dice a Jesús su madre: «No tienen vino». Jesús le responde: « ¿Qué tengo yo contigo, mujer? Todavía no ha llegado mi hora». Dice su madre a los sirvientes: «Haced lo que él os diga». Había allí seis tinajas de piedra, puestas para las purificaciones de los judíos, de dos o tres medidas cada una. Les dice Jesús: «Llenad las tinajas de agua». Y las llenaron hasta arriba. «Sacadlo ahora, les dice, y llevadlo al maestresala». Ellos lo llevaron. Cuando el maestresala probó el agua convertida en vino, como ignoraba de dónde era (los sirvientes, los que habían sacado el agua, sí que lo sabían), llama el maestresala al novio y le dice: «Todos sirven primero el vino bueno y cuando ya están bebidos, el inferior. Pero tú has guardado el vino bueno hasta ahora». Así, en Caná de Galilea, dio Jesús comienzo a sus señales. Y manifestó su gloria, y creyeron en él sus discípulos. Después bajó a Cafarnaúm con su madre y sus hermanos y sus discípulos, pero no se quedaron allí muchos días.
María está en todos los momentos de Jesús, no solo porque es su madre, sino porque ha sido testigo del milagro de Jesús, es consciente de su papel como mujer de oración desde antes de nacer su hijo, y lo será incluso tras su muerte. María es testigo, y como testigo no se limita a ver lo que pasa, sino que participa en todo momento de la Gracia de ser parte de la Historia de Salvación del pueblo de Dios.
Ella es consciente que Dios actúa en el mundo, lo es porque Dios ha actuado a través de ella de un modo excepcional, pero lo es porque Dios ha inspirado en ella la Gracia de vivir sin pecado.
Ella es para los hombres y mujeres de este mundo el ejemplo de servicio, de humildad, de trabajo desmedido y desinteresado. Para los cristianos es también ejemplo de que nuestro papel a la hora de mostrar a Jesús no es el de reclamar para nosotros el protagonismo, sino el de reconocer que no somos nada sin Él.
María se muestra a Jesús no para acaparar protagonismo, sino para aliviarle en su dolor, del mismo modo nosotros no nos ponemos ante Jesús para reclamar nada, sino para ofrecernos, para aliviarle, para unirnos más a Él, para que ambos carguemos con el yugo de las angustias de este mundo tan necesitado de manos y hombros dispuestos y ofrecidos. ¿Cómo es tu oración? ¿Es una oración de ofrecimiento, de servicio, de disponibilidad, de estar al lado de Jesús compartiendo la vida y las vidas? Dios te bendice con su entrega a ti, ¿Cuál es tu respuesta?
Señor pequé, ten confianza y misericordia de mí.
5ª ESTACIÓN: EL CIRINEO AYUDA AL SEÑOR A LLEVAR LA CRUZ
Te alabamos oh Cristo y te bendecimos.
Que por tu santa Cruz redimiste al mundo.
Lc 5, 1-8.
Estaba él a la orilla del lago Genesaret y la gente se agolpaba sobre él para oír la Palabra de Dios, cuando vio dos barcas que estaban a la orilla del lago. Los pescadores habían bajado de ellas, y lavaban las redes. Subiendo a una de las barcas, que era de Simón, le rogó que se alejara un poco de tierra; y, sentándose, enseñaba desde la barca a la muchedumbre. Cuando acabó de hablar, dijo a Simón: «Boga mar adentro, y echad vuestras redes para pescar». Simón le respondió: «Maestro, hemos estado bregando toda la noche y no hemos pescado nada; pero, en tu palabra, echaré las redes». Y, haciéndolo así, pescaron gran cantidad de peces, de modo que las redes amenazaban romperse. Hicieron señas a los compañeros de la otra barca para que vinieran en su ayuda. Vinieron, pues, y llenaron tanto las dos barcas que casi se hundían. Al verlo Simón Pedro, cayó a las rodillas de Jesús, diciendo: «Aléjate de mí, Señor, que soy un hombre pecador».
Seguramente Simón de Cirene que llegaba del campo lo último que esperaba era que unos romanos le hiciesen cargar con la cruz de Jesús. Pero del mismo modo los discípulos no podían imaginar que a pesar de haber estado pescando y no recoger nada, llegaría Jesús y les mostraría el lugar para una pesca milagrosa.
En nuestra vida, son demasiadas las veces que planificamos todo, y por tanto que no estamos abiertos a los cambios y vaivenes del Espíritu Santo. Dios quisiera vernos libres, sin ataduras de miedos y compromisos falsos. Necesita que estemos abiertos a los cambios desde una madurez humana y espiritual. Sabiendo que no nos quiere acomodados, sino dispuestos a ir mar adentro, allí donde haga falta con tal de seguir creciendo en amor y esperanza.
Los discípulos tendrán que reconocer su falta de fe en muchas ocasiones, en esta ocasión Pedro llega a reconocerse como pecador y con ella la imposibilidad de servir a Jesús. Pero este le recuerda que por supuesto Pedro es pecador pero eso no le imposibilita para servirle, sino que muy al contrario la humildad que nace de reconocerlo es el primer paso para dejar que todo el mérito sea de Dios y no nuestro.
Cuántas veces nos atribuimos méritos que no nos corresponden, reclamamos premios que no son nuestros, incluso afirmamos que tenemos tal o cual habilidad. Pero lo cierto es que todo, todo, absolutamente todo es Dios y todo es de Él, por lo que a nosotros solo nos cabe amarle y mostrar con nuestro ejemplo y nuestros actos que estamos agradecidos y que aumentamos esos regalos con el cariño y la esperanza de un buen hijo. ¿Acaso creo que lo que poseo es mío? ¿Acaso temo los cambios que puedan sucederme por estar aferrado a mi confort? ¿Acaso creo que todo será genial si nada cambia en la vida? Cuanto tenemos que crecer y aprender, pues la vida es solo el placer de caminar al encuentro de Dios en todo y en todos.
Señor pequé, ten confianza y misericordia de mí.
6ª ESTACIÓN: LA VERÓNICA ENJUGA EL ROSTRO DE JESÚS
Te alabamos oh Cristo y te bendecimos.
Que por tu santa Cruz redimiste al mundo.
Jn 4, 5-15
Llega, a una ciudad de Samaria llamada Sicar, cerca de la heredad que Jacob dio a su hijo José. Allí estaba el pozo de Jacob. Jesús, como se había fatigado del camino, estaba sentado junto al pozo. Era alrededor de la hora sexta. Llega una mujer de Samaria a sacar agua. Jesús le dice: «Dame de beber». Pues sus discípulos se habían ido a la ciudad a comprar comida. Le dice a la mujer samaritana: «¿Cómo tú, siendo judío, me pides de beber a mí, que soy una mujer samaritana?» (Porque los judíos no se tratan con los samaritanos.) Jesús le respondió: «Si conocieras el don de Dios, y quién es el que te dice: «Dame de beber», tú le habrías pedido a él, y él te habría dado agua viva». Le dice la mujer: «Señor, no tienes con qué sacarla, y el pozo es hondo; ¿de dónde, pues, tienes esa agua viva? ¿Es que tú eres más que nuestro padre Jacob, que nos dio el pozo, y de él bebieron él y sus hijos y sus ganados?» Jesús le respondió: «Todo el que beba de esta agua, volverá a tener sed; pero el que beba del agua que yo le dé, no tendrá sed jamás, sino que el agua que yo le dé se convertirá en él en fuente de agua que brota para vida eterna». Le dice la mujer: «Señor, dame de esa agua, para que no tenga más sed y no tenga que venir aquí a sacarla».
En la vida de Jesús hay muchas mujeres que influyen en Él y en las que Él influye también. En esta ocasión se acerca a una samaritana, para Jesús no hay distinción entre ricos y pobres, entre judíos y gentiles, entre esclavos y libres (cfr. Gal 3,28). Para Cristo todos somos iguales, y todos lo somos no solo en el inicio de nuestras vidas, sino que lo somos en nuestra misión y en la igualdad de nuestros dones.
Pero al mismo tiempo que Dios reconoce nuestra igualdad, le importa nuestra especificidad, no se deja arrastrar por clichés ni por la mochila de nuestra historia de pecado. Para Él solo importa si estamos dispuestos a servirle de agua viva. Si queremos ser alimento para otros, pan vivo que se entrega y sangre que se derrame en la consecución del Reino de Dios en este mundo.
Pero esta mujer solo pone pegas, solo tiene dudas, solo incredulidad, pero se deja interpelar por las palabras de Jesús, no cierra su corazón y su mente a escucharle. ¡Cuántas veces hemos oído hablar a Jesús, cuántas a través de su Palabra y de aquellos que nos envió a anunciarla! Y ¡Qué pocas veces esta nos ha calado y nos hemos dejado convertir en agua viva!
Ojalá escuchéis hoy su voz, no endurezcáis vuestro corazón (Salmo 94), ojalá verdaderamente nuestra alma ansíe como el ciervo el agua viva (Salmo 42), ojalá deseemos la liberación de nuestra ciudad (Salmo 45).
¿Cuántas veces hace falta que nos digan que debemos amar sin pedir nada a cambio? ¿Cuántas hace falta que nos recuerden que hemos de perdonar como Dios nos perdona? ¿Cuántas, cuantas necesitamos para ser dóciles a su Palabra?
Señor pequé, ten confianza y misericordia de mí.
7ª ESTACIÓN: SEGUNDA CAÍDA EN EL CAMINO DE LA CRUZ
Te alabamos oh Cristo y te bendecimos.
Que por tu santa Cruz redimiste al mundo.
Mt 16, 21-23
Comenzó Jesús a manifestar a sus discípulos que Él debía ir a Jerusalén y sufrir mucho de parte de los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, y ser matado y resucitar al tercer día. Tomándole aparte Pedro, se puso a reprenderle diciendo: « ¡Lejos de ti, Señor! ¡De ningún modo te sucederá eso!» Pero Él volviéndose, dijo a Pedro: « ¡Quítate de mí vista, Satanás! ¡Escándalo eres para mí, porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres!»
¡Cuántas veces no hablamos desde el auténtico discernimiento sino desde la visceralidad de los sentimientos! Estamos en el mundo, pero no somos del mundo, nuestro único dueño es Dios de Él nacimos y para Él vivimos. O al menos así debiera ser.
Dios es para nosotros nuestra particular brújula en el camino, pero como toda brújula puede no funcionarnos bien si le ponemos un imán cerca que la altere. Dios, la brújula, sigue funcionando bien. Pero somos nosotros los que manipulamos su utilidad alterándola con nuestros otros atractivos.
¿Qué nos distrae de vivirlo todo con Dios y desde Dios? ¿Qué ocupa tanto nuestra mente como para que no ocupe la centralidad aquel que nos dio la vida? ¿Qué puede haber más importante, puede aconsejarnos mejor, orientarnos mejor, y ayudarnos mejor, que Dios?
Por desgracia bien sabemos que no es tanto que otros ocupen el lugar de Cristo, como que otras cosas y otras personas nos distraigan de esta centralidad. Es por ello que debemos volver a la raíz, pedirle a Dios que no nos abandone, afirmar que queremos permanecer en Él, que Él sea nuestra guía y que nos dé luz para apartar esos imanes que nos distraen y desorientan. Ponles nombre, ¿Cuáles son nuestras distracciones? ¿Qué hacemos con ellas y cómo buscamos evitarlas?
Señor pequé, ten confianza y misericordia de mí.
8ª ESTACIÓN: JESÚS CONSUELA A LAS HIJAS DE JERUSALÉN
Te alabamos oh Cristo y te bendecimos.
Que por tu santa Cruz redimiste al mundo.
Mc 5, 22-24 35-43
Llega uno de los jefes de la sinagoga, llamado Jairo, y al verle, cae a sus pies, y le suplica con insistencia diciendo: «Mi hija está a punto de morir; ven, impón tus manos sobre ella, para que se salve y viva». Y se fue con él. Le seguía un gran gentío que le oprimía. […] Mientras estaba hablando llegan de la casa del jefe de la sinagoga unos diciendo: «Tu hija ha muerto; ¿a qué molestar ya al Maestro?» Jesús que oyó lo que habían dicho, dice al jefe de la sinagoga: «No temas; solamente ten fe». Y no permitió que nadie le acompañara, a no ser Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago. Llegan a la casa del jefe de la sinagoga y observa el alboroto, unos que lloraban y otros que daban grandes alaridos. Entra y les dice: « ¿Por qué alborotáis y lloráis? La niña no ha muerto; está dormida». Y se burlaban de él. Pero él después de echar fuera a todos, toma consigo al padre de la niña, a la madre y a los suyos, y entra donde estaba la niña. Y tomando la mano de la niña, le dice: «Talitá kum», que quiere decir: «Muchacha, a ti te digo, levántate». La muchacha se levantó al instante y se puso a andar, pues tenía doce años. Quedaron fuera de sí, llenos de estupor. Y les insistió mucho en que nadie lo supiera; y les dijo que le dieran a ella de comer.
Afirma en uno de sus preciosos poemas Eduardo Galeano: «Muchas veces me moría pensando que no iba a verte. Pero moría la muerte cada vez que te veía».
En muchas ocasiones Jesús dio esperanzas a sus discípulos, les mostró el camino de la salvación, les hizo vivir la experiencia de resucitar a una vida nueva. Pero por más veces que lo hiciera no dejaba de aparecer siempre la penumbra que oscurece el horizonte. Muchas veces morimos en esta vida, muchas veces algo de nosotros muere, pero no siempre de esa muerte nace algo nuevo y maravilloso, sino que el cadáver permanece corrompiéndolo todo e impidiéndonos seguir nuestro camino. ¡Cuánto daño hemos hecho y cuanto hemos recibido que nos impide seguir adelante!
Amar la cruz de cada día, es mucho más que consolarnos torpemente pensando que otros están peor, o que por más que nos quejemos no nos sirve de nada. Ser cristiano no es simplemente buscar un sentido positivo a las cosas, ni intentar apartar los pensamientos negativos. Ser otro Cristo es aceptar las cruces de la vida como parte del camino, es integrar en nosotros lo malo y lo bueno, es reconocer que no hay rosa sin espinas ni vida sin cruces. Es dar vida a algo nuevo tras cada crisis en el camino. Es ponernos en manos del gran alfarero para que vaya modelándonos y haciendo de un poco de barro un precioso monumento a Él, al gran hacedor de todo, al gran diseñador, pulidor, picapedrero o amante respetuoso y lleno de cariño.
Da igual cómo ni porqué lo lleguemos a hacer, pero todo debe tender a Cristo como a su fin, sabiendo que todo nace de Él como su inicio.
Señor pequé, ten confianza y misericordia de mí.
9ª ESTACIÓN: JESÚS CAE POR TERCERA VEZ
Te alabamos oh Cristo y te bendecimos.
Que por tu santa Cruz redimiste al mundo.
Mt 11, 25-30
En aquel tiempo, tomando Jesús la palabra, dijo: «Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a pequeños. Sí, Padre, pues tal ha sido tu beneplácito. Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce bien al Hijo sino el Padre, ni al Padre le conoce bien nadie sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar. «Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os daré descanso. Tomad sobre vosotros mi yugo, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es suave y mi carga ligera».
Nadie conoce a Dios Padre salvo quien sea su hijo, quien se haga hijo con Él, quien sienta y vea en su interior la filiación de quien ha heredado todo lo que tiene de su Padre.
Es cierto que hay herencias que suponen para los hijos auténticas cargas, ser hijo de un famoso es un problema por más que pueda tener sus ventajas, son muchas las películas y libros que narran lo difícil que es seguir el testigo de alguien grande. Es por ello que muchas veces nos rebelamos ante el peso de ser Hijos de Dios. No queremos tanta responsabilidad, queremos más bien las riquezas que nos da serlo pero no las obligaciones que estas traen consigo.
Queremos ser Hijos de Dios, para que Él nos mire y responda nuestras necesidades; queremos serlo para que Él nos haga sentir especiales, y nunca nos abandone; queremos serlo y que nos conozcan como hijos suyos, pero no queremos para nosotros la cruz que Él lleva, aunque sepamos que es por nosotros.
Dios nos quiere, y nos quiere libres, algunos podrían llamar a esta paternidad irresponsable porque parece que no se inmiscuye en lo que hacemos. Pero es una libertad que genera libertad, que como diría Sartre nos “condena a ser libres”. Pero no tengamos temor, Dios es quien abraza a sus hijos cada vez que llegan a casa doloridos, cansados de intentarlo, derrotados por un mundo cruel muchas veces, humillados por quienes no quieren vernos libres.
Dios nos ama, y si cabe aún más, cuanto más no ceses de intentar hacer el bien, de amar aunque no haya recompensa, de perdonar aunque no haya contrición, de estar allí donde otros abandonan. Él te acompañará siempre.
Señor pequé, ten confianza y misericordia de mí.
10ª ESTACIÓN: JESÚS DESPOJADO DE SUS VESTIDURAS
Te alabamos oh Cristo y te bendecimos.
Que por tu santa Cruz redimiste al mundo.
Mt 13, 54-58
Viniendo a su patria, les enseñaba en su sinagoga, de tal manera que decían maravillados: «¿De dónde le viene a éste esa sabiduría y esos milagros? ¿No es éste el hijo del carpintero? ¿No se llama su madre María, y sus hermanos Santiago, José, Simón y Judas? Y sus hermanas, ¿no están todas entre nosotros? Entonces, ¿de dónde le viene todo esto?»
Y se escandalizaban a causa de él. Mas Jesús les dijo: «Un profeta sólo en su patria y en su casa carece de prestigio». Y no hizo allí muchos milagros, a causa de su falta de fe.
Jesús no se revistió de poder y de gloria, no lució toda su Majestad, no quiso mostrarse como todopoderoso, sino más bien buscó ser uno de tantos, ser todo poderoso en el cariño y la cercanía, en importarles los demás más que lo estos pudieran pensar de Él.
Hemos sido nosotros los que hemos revestido a Cristo de emperador y de rey, buscando con ello darle todo lo que podemos a quien más se lo merece. Pero en el camino hemos descuidado muchas veces que Él no quiere riquezas ni gloria para sí, lo quiere para los más pobres y sencillos. Si Cristo se despoja de sus vestiduras es para que el que no tenga ropas posea las suyas, el que tenga hambre tome su cuerpo, el que tenga sed beba su sangre, el que se sienta solo reciba su cobijo y compañía, el que ande triste tome prestadas sus lágrimas y el que se sienta perseguido palpe su costado atravesado por una lanza. Cuando esto lo hicisteis con uno de esos hermanos, lo hicisteis con Él (Mt 25, 35-45), por ello es fundamental mirar nuestros actos, contemplar con admiración la riqueza que Dios nos regala, encumbrar cada día a la categoría de Dios a los más débiles, indefensos, desprotegidos, abandonados y olvidados de este mundo.
Dios vino para salvarnos a todos, pero sobre todo para darles vida en abundancia a quienes en este mundo ya se la arrebatamos desde antes de su nacimiento. Mira tus ropas, la comida que has tomado, el techo que disfrutas, las manos bien cuidadas, el físico que aún te respeta, y descúbrete afortunado porque todo eso lo tienes para hacer de hasta el más simple de los carpinteros alguien capaz de mostrar a Dios en este mundo. Mírate, Dios que comenzó en ti una obra buena, Él mismo la llevará a término, ¿Lo crees?
Señor pequé, ten confianza y misericordia de mí.
11ª ESTACIÓN: JESÚS CLAVADO EN LA CRUZ
Te alabamos oh Cristo y te bendecimos.
Que por tu santa Cruz redimiste al mundo.
Mt 26, 47-50
Todavía estaba hablando, cuando llegó Judas, uno de los Doce, acompañado de un grupo numeroso con espadas y palos, de parte de los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo. El que le iba a entregar les había dado esta señal: «Aquel a quien yo dé un beso, ése es, prendedle». Y al instante se acercó a Jesús y le dijo: « ¡Salve, Rabbí!», y le dio un beso. Jesús le dijo: «Amigo, ¡a lo que estás aquí!». Entonces aquéllos se acercaron, echaron mano a Jesús y le prendieron.
Tres clavos sufrió, tres caídas en el camino, tres negaciones de Pedro, tres avisos a Judas, tres, ni uno, ni dos, sino tres. Cristo lo intentó todo, todo lo que le dejaron, pues si hubiera podido más lo habría hecho.
Tenía que ser un beso la señal, la muestra de afecto más sincero fue el último gesto condenatorio. Cuantas veces nos ocultamos bajo: “es lo mejor para…”, “lo hago porque le quiero…”, o cualquier otra forma de cariño parecido. Cuando de verdad lo que está detrás es una forma de egoísmo. La falta de perdón suele ocultar formas de egoísmos, somos capaces de ver la paja en el ojo ajeno y no la viga en el nuestro (Lc 6, 42). Cristo no murió por los pecados de los grandes asesinos y ladrones, murió por los pequeños y grandes pecados de todos y cada uno. De los tuyos y de los que te rodean, de los que reconoces y de aquellos que te empeñas en excusarte.
Para colmo le acompañan a Judas los grandes expertos, consejeros que cargan con fardos pesados a los más sencillos, que no hacen lo que dicen, que piden donde no dan (Mt 23, 1-12). Es por ello que hemos de buscar consejeros que verdaderamente nos corrijan, que nos exijan más, que no se conformen con nuestras vanas excusas y justificaciones, sino que confíen y crean que podemos hacer más y hacerlo mejor. Que busquen en nosotros la certeza de todo lo que podemos dar, y que el mundo se merece. Aquello que Dios inspira en nosotros y que hemos de promover hasta elevarnos al cielo.
Que el beso que le demos a la cruz que portamos, sea un beso de cariño sincero. Dale así un beso ahora a tu cruz y dile a Cristo cuanto le quieres, y cuanto deseas permanecer junto a Él cargando con su cruz para aliviarle y acompañarle.
Señor pequé, ten confianza y misericordia de mí.
12ª ESTACIÓN: JESÚS MUERE EN LA CRUZ
Te alabamos oh Cristo y te bendecimos.
Que por tu santa Cruz redimiste al mundo.
Mt 26, 26-28
Mientras estaban comiendo, tomó Jesús pan y lo bendijo, lo partió y, dándoselo a sus discípulos, dijo: «Tomad, comed, éste es mi cuerpo». Tomó luego una copa y, dadas las gracias, se la dio diciendo: « Bebed de ella todos, porque ésta es mi sangre de la Alianza, que es derramada por muchos para perdón de los pecados».
El hombre es pobre y limitado, tanto que tropieza en la misma piedra incontables veces. Dios que lo ve lleno de amor y preocupación se ofrece para mostrarnos el camino.
Quiere que no nos perdamos en nuestra vida, que tengamos siempre un horizonte, un destino, una meta, algo que nos ilumine. Y qué mejor que Él mismo para que sepamos cómo llegar a compartir la eternidad juntos.
La eucaristía es una puerta, y como tal no es gran cosa, algo sencillo y sin grandes ostentaciones. Una simple puerta, como simple es el pan y el vino, como simple el rito con el que se entrega, como simple las palabras que utilizamos y el modo de hacerlas.
A partir de este momento tú serás mi cuerpo, y tú serás mi sangre, a partir de este instante tú serás pan que alimenta y vino que colma la sed, a partir de este gesto nada será simple sino todo será completo, a partir de la entrega de Cristo todo será nuevo y todo será eterno. Esta puerta al cielo que es la eucaristía es para nosotros también una llamada. A ser pan y vino para otros, serlo para Cristo, ofrecernos a Él para que haga de nosotros y nuestras vidas, vidas compartidas para saciar a los pobres y hambrientos, a los sedientos de esperanza, a los que buscan sin criterio, a los perdidos en el camino, a los descartados por tanto egoísmo, a los que necesitan alguien que diga: “aquí estoy Señor para hacer tu voluntad”.
Repite ahora en tu interior, toma mi cuerpo Señor para ser alimento de quien lo necesite, toma mi sangre que derramaré incesantemente para que sea agua viva, tómame para que muchos crean que estas con nosotros. Soy tuyo.
Señor pequé, ten confianza y misericordia de mí.
13ª ESTACIÓN: JESÚS EN BRAZOS DE SU MADRE
Te alabamos oh Cristo y te bendecimos.
Que por tu santa Cruz redimiste al mundo.
Jn 13, 22-26
Los discípulos se miraban unos a otros, sin saber de quién hablaba. Uno de sus discípulos, el que Jesús amaba, estaba a la mesa al lado de Jesús. Simón Pedro hace una seña y le dice: «Pregúntale de quién está hablando».
Él, recostándose sobre el pecho de Jesús, le dice: «Señor, ¿quién es?» Le responde Jesús: «Es aquel a quien dé el bocado que voy a mojar». Y, mojando el bocado, lo toma y se lo da a Judas, hijo de Simón Iscariote.
En el instante de su muerte, en el dolor de los porqués.
Juan se pregunta por Pedro, no pregunta por donde esté.
Juan no recuerda al resto, ni tampoco que de ellos fue.
Juan se mira dentro y se pregunta ¿qué puedo hacer?
Sufre la frustración, la incapacidad y el dolor.
Quiere apoyar su rostro en el costado que la lanza clavó.
Quiere guardar las lágrimas de los que sufren a su alrededor.
Quiere verterlas en los labios para dar vida a su Señor.
Juan gira su rostro como preguntándome qué puedo hacer yo.
Siento la responsabilidad muy dentro, de ser culpable de su dolor.
Pero he interiorizado tanto su resurrección.
Que ahora soy incapaz, de descubrir lágrimas en mi corazón.
Mientras Juan no puede tocarlo, ni aliviarlo en su aflicción.
A mí que lo tengo en mis manos, ¡me cuesta tanto amarlo en mi interior!
Las mujeres me acompañan y José de Arimatea.
Todos ellos son testigos de la enfermedad verdadera.
No hay más mal en el mundo que el que el amor entierra.
Te pido Señor por nosotros que te mostramos en tus manos,
que te consagramos ofreciéndonos a nuestros hermanos
que no hable mi vida de alguien resucitado,
sino también de ti que por nosotros has muerto para salvarnos.
María Santísima de la Consolación ruega por nosotros que no olvidemos tu amor.
Señor pequé, ten confianza y misericordia de mí.
14ª ESTACIÓN: EL CADÁVER DE JESÚS PUESTO EN EL SEPULCRO
Te alabamos oh Cristo y te bendecimos.
Que por tu santa Cruz redimiste al mundo.
Jn 17, 1-10
Y alzando los ojos al cielo, dijo: «Padre, ha llegado la hora; glorifica a tu Hijo, para que tu Hijo te glorifique a ti. Y que según el poder que le has dado sobre toda carne, dé también vida eterna a todos los que tú le has dado. Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti el único Dios verdadero, y al que tú has enviado, Jesucristo. Yo te he glorificado en la tierra, llevando a cabo la obra que me encomendaste realizar. Ahora, Padre, glorifícame tú, junto a ti, con la gloria que tenía a tu lado antes que el mundo fuese. He manifestado tu Nombre a los hombres que tú me has dado tomándolos del mundo. Tuyos eran y tú me los has dado; y han guardado tu palabra. Ahora ya saben que todo lo que me has dado viene de ti; porque las palabras que tú me diste se las he dado a ellos, y ellos las han aceptado y han reconocido verdaderamente que vengo de ti, y han creído que tú me has enviado. Por ellos ruego; no ruego por el mundo, sino por los que tú me has dado, porque son tuyos; y todo lo mío es tuyo y todo lo tuyo es mío; y yo he sido glorificado en ellos».
Creemos que la vida es nuestra, que todo lo que poseemos es nuestro, que hemos luchado por tenerlo, y que lo que no hemos recibido bien nos lo merecíamos pero otros nos lo han arrebatado. Incluso a veces culpabilizamos a Dios de cosas que ya no tenemos, porque bien podía habérnoslas dado o retenido al menos.
Pero nada es nuestro, todo es de Él, porque Dios es todo y todo permanecerá en Él. Mientras tanto nosotros disfrutamos de la libertad de poder hacer y deshacer, una libertad merecida porque nos ama, porque nos ha querido libres, porque cuando uno ama a alguien no lo retiene para sí, sino que le da todo lo que necesite y desee, todo lo que pueda facilitarle la vida según sus posibilidades. Y por ello tenemos todo un paraíso para disfrutarlo, pero cuantas veces vemos este mundo como el gran vertedero de males, de inmundicias y deshechos.
Ojalá al mirar nuestra vida, y repasar nuestra historia contemplemos que cada día ha sido una alabanza a quien creo algo tan maravilloso como el poder del amor, algo tan espléndido como la luz de la esperanza, algo tan único como encontrarnos tú y yo.
La riqueza de este mundo no está en que sea perfecto, sino en que todo es imparcial, incompleto, pues la pieza que falta es la que tenemos cada uno en cada momento. Si ponemos todo lo que tenemos esto funcionará de cielo, si disfrutamos compartiendo esto será eterno, si reconocemos que nada es nuestro y todo suyo, esto será verdadero.
Ama y haz lo que quieras, pero no olvides amar de veras.
Señor pequé, ten confianza y misericordia de mí.