Mari Loli Parejo.
Catequista Parroquia Sta. Mª. Gracia (Camas).
Muchas son las cualidades que deben adornar a un buen catequista. Una fe consecuente, la alegría de vivir, entusiasmo, vocación de servicio… Mari Loli, catequista de la Parroquia de Santa María de Gracia, en Camas, las resume en una palabra: amor.
Esta onubense de Minas de Riotinto, casada y con dos hijos, colabora en esta parroquia como monitora en catequesis del Despertar Religioso y como coordinadora del grupo de Confirmación, del que forman parte 25 catequistas. “Un gran equipo”, como ella los califica, que tienen a su cargo a dos centenares de jóvenes.
“Mi tiempo es para los demás, quien me necesita me tiene»
Debe esta “vocación catequista” en primer lugar a los Hermanos Maristas, de quienes guarda un cariñoso recuerdo. Pero el testimonio más elocuente en su compromiso parroquial estuvo siempre en casa. “Además de ser nuestros catequistas -de las tres hermanas- mis padres siempre pertenecieron a la parroquia de Santa Bárbara, en Riotinto, y trabajaron muy comprometidos allí dónde los requerían”, recuerda.
No se olvida de su debut en tareas formativas. Fue recién llegada a Camas, coincidiendo con la preparación de su primer hijo para la Primera Comunión. El sacerdote que se cruzó en su vida aquellos años fue Manuel Sánchez, que durante varios años ha sido delegado diocesano de Catequesis.
La catequesis “da el sentido que quiero y necesito a mi vida, cuanto más doy, más recibo y todo ello –subraya- me colma de felicidad”. Esta vocación conlleva renuncias y algún que otro descuadre de agenda. Reconoce que no es fácil cuidar una familia, atender un trabajo y sacar tiempo para su dedicación pastoral, “pero sólo la idea de hacer felices a otras personas compartiendo el mensaje de amor, evangelizando, me proporciona la fuerza para compaginar todos los campos de mi vida”, destaca. Esta filosofía de vida se resume en una frase que Mari Loli ha convertido en lema vital: “mi tiempo es para los demás, quien me necesita me tiene”.
“No tengo miedo a sumergirme en cualquier proyecto de Dios porque sé que siempre recibiré el doble de lo que entregue”
Considera fundamental el papel del catequista como acompañante del catecúmeno en su maduración, y entiende que “no podemos transmitir lo que carecemos, por eso me parece fundamental la formación continua y la participación en los encuentros con el Señor”. “El testimonio de una vida cristiana es fundamental, enamorando al otro de lo que hacemos y cómo lo hacemos, siempre con la presencia del Espíritu Santo”, añade.
En su receta para una tarea con tanta carga de responsabilidad no se olvida de la oración, la participación en los sacramentos y el ejercicio de la caridad. Y deja para el final un ingrediente que no casa con las rutinas de este mundo, el silencio: “Es esencial entrenar al catecúmeno en el tiempo de silencio, no sólo para hablarle a Dios sino también y muy importante, para permitir oírle a Él”, concluye.
Aunque su agenda apenas deja resquicios para otra dedicación, no le faltan propuestas de apostolado siempre en torno a su parroquia, su comunidad de fe. Ante esta tesitura, su respuesta es la misma: “no tengo miedo a sumergirme en cualquier proyecto de Dios porque sé que siempre recibiré el doble de lo que entregue”.