Lectura del santo evangelio según san Mateo (7,15-20):
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Cuidado con los falsos profetas; se acercan con piel de oveja, pero por dentro son lobos rapaces. Por sus frutos los conoceréis. A ver, ¿acaso se cosechan uvas de las zarzas o higos de los cardos? Los árboles sanos dan frutos buenos; los árboles dañados dan frutos malos. Un árbol sano no puede dar frutos malos, ni un árbol dañado dar frutos buenos. El árbol que no da fruto bueno se tala y se echa al fuego. Es decir, que por sus frutos los conoceréis.»
Comentario
Estamos en verano y eso se nota en los frutales. Dios mío, qué hermosos los árboles cuajados de frutos. Cada uno diferente. El damasco, el melocotón (en sus variedades roja y amarilla), la nectarina… No hace falta un ojo entrenado para distinguirlos. A simple vista, en cualquier puesto de la plaza de abastos seríamos capaces de reconocerlos. Jesús dice eso mismo de nuestro comportamiento: a simple vista se ven los frutos de nuestra inserción como injerto en el renacido tronco de Jesé. A eso nos llama el Evangelio del día: a dar frutos regados con el agua bautismal. Sabiendo que, como dice Jesús, la zarza no da uvas ni los cardos dan higos. No pide peras al olmo, sino el fruto que cada uno lleva en su interior. Eso es lo que tenemos que aportar y eso es lo que se nos va a demandar. Y por eso justamente nos van a conocer.